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En busca del museo perdido…

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Quinta entrega de “Viaje a España y París en 2006″

Jueves, 16 de marzo
El viaje a Segovia se volvió a posponer porque no íbamos a tener cámara fotográfica y yo sin una cámara en España no soy nada. Ya quedará para la semana que viene cuando regresemos de Barcelona.
Por lo pronto, ayer nos fuimos a buscar el Museo del Traje (traje de vestido no de traer, brutos), pateamos como desesperados porque, cosa extraña aquí, no hay casi información acerca de este museo. Sólo sabíamos que debíamos bajarnos en la estación Ciudad Universitaria del metro, y así lo hicimos.
Salimos justo a la Universidad Complutense, inmensa como todo aquí y muy bonita. Lo mejor de todo es que el frío ya está pasando y algunos árboles ya están empezando a florear, todo está agarrando más colorido y se está poniendo mucho más hermoso, ya hasta han puesto algunas flores en los jardines y en los postes de luz. En fin, me imagino que dentro de un mes todo estará más lleno de vida y color, con la primavera en todo su esplendor, lástima que ya no vamos a estar por aquí.
Bueno, me desvié. como les decía, salimos a la Complutense y al decidir hacia qué lado agarrar para conseguir el Museo del Traje, pues sí, decidimos mal y nos fuimos al lado contrario. Cuando llegamos a una esquina y preguntamos, nos enteramos que debíamos regresar todo lo andado. Lo bueno es que aquí vale la pena perderse porque siempre se consiguen cosas interesantes que ver.
Total que preguntamos y una chica muy amablemente nos dijo «pues tira para allá y en la rotonda (léase redoma) coges hacia allá y justo allí está el museo» y emprendimos la marcha atrás.
Caminamos de nuevo toda la avenida que divide la complutense y seguimos dándole y, de pronto, nos conseguimos con el Museo de las Américas y el Faro de la Moncloa y allí se acababa el camino.
Vuelta a preguntar y nos dicen que nos habíamos pasado un buen trecho y que debíamos regresar hasta la rotonda. Una vez allí, volvimos a preguntar y esta vez sí, a la señora que le consultamos se le ocurrio decirnos que debíamos cruzar la calle pues, el museo se encuentra en la acera de enfrente.
Por fin, encontramos el dichoso museo, entramos y resulta que ya eran las cinco de la tarde y el museo cierra a las seis, así que no nos iba a dar tiempo de ver gran cosa. Decidimos no entrar, y dejar la visita para hoy.
Entonces, nos fuimos a Popland, una tienda cheverísima en la que uno puede pasar como dos horas jurungando y descubriendo un montón de objetos y curiosidades, todas de la época y estilo pop, y muchas cositas de uno o dos euros. Total, un espectáculo, con cosas de Elvis Presley, Marilyn Monroe, Betty Boo, Mazinger Zeta, lámparas y objetos sesentosos y setentosos que provoca tener un costal de cobres para llevarse muchas cosas, de verdad que es una tienda increíble.
De allí, nos regresamos a la casa y a dormir.
Hoy, después del almuerzo, estos días me estoy levantando un poco más tarde porque duermo menos ya que estamos compartiendo el cuarto Yofrank, José, Cristian y yo y, de verdad, que el concierto que dan ese trío de tres es un poema. No cierran la jeta un minuto en toda la noche y los ronquidos suenan como una locomotora mezclada con una cafetera vieja y metidas en una jaula con oso y leones. ¡Ojo, que no exagero!
Total que almorzamos y nos fuimos al dichoso Museo del Traje. Pues, valió la pena todas las vueltas. El edificio es una construcción moderna que gano el Premio Nacional de Arquitectura en 1969 y, originalmente, era el Museo de Arte Contemporáneo pero, una vez que sacaron a éste de allí, dedicaron el espacio al Museo del Traje.
El recorrido por el museo es interesantísimo y todo es muy interactivo con pantallas de computadoras para consultar y hacer una visita virtual al tiempo que se hace la real. Allí vimos trajes muy antiguos y muchos actuales de grandes diseñadores. Incluso consegumos un vestido, a que no adivinan de quién, pues sí, de la venezolanísima Carolina Herrera, junto a Dior, Galiano, Pertegaz, Vittorio y Luchino, Balenciaga, Agatha Ruiz de la Prada, y un largo etcétera.
Después de allí, pateamos otra vez para buscar la calle Almagro, en la que en el número 30, sótano, habría una éxposición colectiva en la que se expondrían unos dibujos de Orlando Urdaneta (hechos por él no de él) pero, al llegar allí, nos conseguimos que estaba cerrado y un chico que estaba haciendo el montaje de una exposición de un colombiano en la galería que se encontraba en el primer piso, nos dijo que en ese sótano casi no habían visto luces encendida durante la semana. En fin, que volveremos a intentarlo otro día.
De alli, empezamos a caminar sin rumbo fijo, lo cual es una delicia en esta ciudad. Pasamos por el Tribunal Supremo y caímos a la calle Alcala. La recorrimos un trecho y, en eso, vimos una iglesia que estaba abierta, la Capilla de San José, entramos y nos deleitamos con la arquitectura y las imágenes de los santos, muy hermosas todas.
Cuando ya íbamos de salida vimos una lápida en la pared y ¡oh, sorpresa!, allí ponía que en esa capilla se había casado Simón Bolívar con María Teresa del Toro ¿qué tal? Entonces vimos que entró un grupito de cuatro turistas y se pararon al lado de la lápida a tomarse fotos. Eran venezolanos y, aunque no hablamos con ellos, por la actitud y la pinta se veía que eran chavistas. Entraron, se tomaron la foto junto a la lápida y, sin ver más nada, salieron. Me pareció que uno de ellos es uno de los nuevos diputados de la Asamblea, creo haberlo visto en tv.
Y así terminó, el día, caminamos otro ratico, nos tomamos un café y de vuelta para la casa.