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De Plaza San Martín a La Boca

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Para mí, lo principal al viajar y conocer nuevas ciudades, más allá de llevar folletos turísticos y mapas que por lo general nunca entiendo (no hay nada que me parezca más complicado que descifrar un mapa y entender un manual de aparatos electrónicos, mecánicos o electrodomésticos, es ir con la mente y el espíritu abiertos y los sentidos despiertos para captar los olores, sonidos y visiones que nos pueden descubrir una ciudad nueva.

Un buen par de zapatos para caminar, información básica del lugar -para lo cual Google funciona de maravilla-, ojos y oídos abiertos para captar las señales, así como disposición a conversar, oír e interactuar con toda la gente que se pueda, son mis instrumentos básicos de viaje. De esta forma, la ciudades se van descubriendo ante nosotros de manera natural y espontánea, nos sorprenden  a cada paso y el viaje se hace más ameno, entretenido, agradable y enriquecedor.

El tercer día de estancia en Buenos Aires, el que se supone será el penúltimo en la ciudad porteña, nos levantamos con la disposición de ir a Tigre, una pequeña ciudad que queda a poco más de 30 kilómetros y unos 50 minutos en tren desde la capital.

Como todos los días, un buen baño y abundante desayuno antes de salir del hotel, paso por Florida para cambiar los dólares y, en esta oportunidad, como teníamos una encomienda de una vecina que debíamos entregar a su hija que vive en San Fe, Cristian me dice que vayamos directo a ubicar la dirección porque, de no entregarlo hoy, terminaríamos regresando a Venezuela con el encargo.

Caminando, llegamos al número de la calle Santa Fe que pone en el sobre. Dejamos en recepción el envío y salimos a la calle a buscar quién nos indique la forma de llegar a la estación de Retiro para tomar el tren a Tigre.

En un puesto de flores, me paro a preguntar y, mientras la señora me explica, escucho el sonido de una banda. Sin terminar de poner atención a lo que me dice la vendedora de flores, le pregunto de qué se trata y de dónde proviene la música.

-De la plaza que está al cruzar. Todas las semanas hay algo allí.  -dice la señora, con tono que denota cierto fastidio.

Como buenos curiosos, posponemos por un momento la ida a la terminal de Retiro, cruzamos la calle y nos dirigimos hacia el origen de la música. Al llegar, descubrimos una inmensa plaza en cuyo espacio se encuentran en formación los integrantes de una gran banda cuyos uniformes recuerdan un poco los soldaditos de plomo y los cascanueces de navidad. Al centro, un grupo de personalidades está depositando una ofrenda floral al pie del monumento al que nos acercamos para descubrir que nos encontramos en plena plaza San Martin, el histórico espacio dedicado al general prócer, libertador y padre de la patria Argentina.

La plaza es grande, ubicada en el barrio de Retiro, con áreas verdes, monumentos y esculturas y, alrededor, se encuentran las sedes de algunos ministerios, un costado que da al río y desde aquí comienza la calle Florida. Paseamos un rato y tomamos vía hacia la estación del tren, pero el día comienza a nublarse. Mal síntoma para ir a Tigre que es un paseo campestre, según tenemos entendido.

Rápidamente, tomamos decisiones. Vámonos al barrio de La Boca en autobús, un paseo que no es que a mí me llame mucho la atención porque la pobreza en todos lados es más o menos igual, aunque la pintemos de colores y la hagamos un paseo turístico, pero que constituye una visita obligada al llegar a Buenos Aires por primera vez.

Como los colectivos solo aceptan monedas para pagar, y ya hemos pasado por la incomodidad de tener que pedir auxilio al primer pasajero que tenemos en frente para que nos cambie, ante la mirada absolutamente indiferente de los conductores, quienes no hacen el más pequeño esfuerzo por tratar de resolver el problema al turista y, por supuesto, no portan monedas para cambiar; decido entrar a un banco para contar con las monedas que necesitamos para el viaje.

Pienso que el trámite sería más o menos similar a como acostumbro hacerlo en Venezuela, que me acerco a la taquilla y le pido el favor al cajero. Entro, y no veo taquillas por ningún lado. Un vigilante y una hilera de personas que esperan en fila ante unos paneles de publicidad del banco y una pequeña pantalla luminosa que indica que el siguiente cliente puede pasar.

Consulto con el guardia y me indica que debo hacer la cola y esperar mi turno para ser atendido. Hay poca gente, pero la fila se mueve lentamente. Los argentinos en todas partes parecen ir sin apuro ni estrés. Miro al hombre con gabardina y paraguas que está junto a mí y comienzo a conversar con él sobre el clima y la evidente certeza del hombre, por su atuendo, de que lloverá.

-Han anunciado lluvia para hoy y, aunque los pronósticos a veces no aciertan, creo que hoy sí lloverá -dice y, efectivamente, a través de la pared de vidrio del banco ya se ve la lluvía caer.

Le comento nuestra intención de ir a Tigre y el hombre me dice que connel clima como está no es un paseo recomendable el de Tigre.

-Mejor quédense por aquí. Vayan a Recoleta y paseen por la calle Arroyo donde hay un montón de galerías de arte. Pueden pasear por allí y conocer la embajada de Francia que es muy bella y el monumento al pueblo judío que están por allí mismo.

Le pregunto por qué el banco tiene completamente tapiada la visión hacia los cajeros y si todas las agencias son así y me explica que es por razones de seguridad. De esa forma, no se ve cuánto dinero retira el cliente y al salir hay menos posibilidades de que lo sigan para robarlo. Es una medida que se adoptó desde hace unos dos años por el incremento de robos a la salida de los bancos y que parece haber dado buenos resultados.

Llega su turno de ser atendido y me quedo pensando que en Venezuela los paneles podrían servir con doble propósito, el de evitar los robos como en Argentina y, a la vez, eliminar el trafico de influencias. Si los clientes no pueden ver al cajero ni el cajero a los clientes, quedaría muy limitado el que «el amiguito» pase por encima de quienes están haciendo su cola pacientemente.

Es mi turno de pasar tras el panel, me dan mis monedas y salgo a la calle donde espera Cristian para tomar el autobús que para justo en la esquina.  Aún llovizna pero con menos intensidad que un rato antes. A los pocos minutos llega el colectivo y embarcamos rumbo a La Boca.

Yo tomo asiento junto a una señora y Cristian unos puestos más atrás junto a un señor. Mientras la señora me va contando que está jubilada y que trabajó un tiempo en la casa Rosada, voy viendo por la ventanilla, la ciudad.  Ella me indica qué debo hacer al llegar a la parada para ir a Caminito. Me cuenta que para ella no es lo mejor de Buenos Aires, que esa pobreza no le parece a ella que sea para enorgullecerse. Que es mejor ir a la zona de Puerto Maderos, donde tienen residencias los ricos en lujosas edificaciones, pero que entiende que La Boca se ha convertido con el tiempo en paseo para turistas.

Mientras la señora me habla de la pobreza del barrio, veo en un inmenso porche de un edificio de la avenida, tras las anchas columnas, unas «camas» dispuestas con un montón de enseres en lo que aparenta ser el lugar donde duermen familias completas de indigentes. A la velocidad del bús logró distinguir tres camas y pienso que, en realidad, no es necesario llegar hasta La Boca para ver la pobreza. Son muchas las zonas de Buenos Aires en las que uno se la tropieza.

Por su parte, Cristian habla de política con el señor que está a su lado quien ha oído hablar de Chávez pero no parece estar muy enterado. El hombre le dice:

-Pero a lo mejor no es tan malo. Puede ser que necesite tiempo.

-¿Más tiempo? Si ya tiene 14 años mandando.

-¡14! -grita el hombre- ¡No puede ser, entonces tienen que salir de él ya!

Llegamos al final del trayecto del bús. El día ha despejado, el sol sale y el cielo se torna hermosamente azul. Descendemos y comenzamos a caminar hacia la derecha, cruzamos la calle,  caminamos por el boulevard que bordea el río dejando atrás el puente de hierro, pasamos frente a una estatua que pone al pie Benito Quinquela Martín y al levantar la vista, se ve al fondo el colorido paisaje de madera láminas de zinc pintadas de colores fuertes con las  que construyen los conventillos, característicos de la zona. Allí frente a nosotros, nace Caminito, la entrada turística a La Boca.

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Palermo, Buenos Aires

Ya con los tickets para los espectáculos en la mano y tomando en cuenta que apenas pasaban de las dos de la tarde, que estábamos cerca del hotel y que Stravaganza no se presentaba hasta las nueve de la noche, decidimos ir a cambiarnos de ropa porque, lo más seguro, es que la hora del espectáculo nos agarre pateando las calles de Buenos Aires y es mejor estar listos para el teatro.

En la recepción del hotel, ya vestidos para el espectáculo teatral, nos recomiendan que visitemos Palermo Soho y Palermo Hollywood, nos explican amablemente que autobús y dónde tomarlo y hacia allá nos encaminamos, indicándole al conductor del colectivo que por favor nos deje lo más cerca posible de la zona.

Al bajarnos en la parada que nos indican, me doy cuenta de que en realidad, ni Cristian ni yo, tenemos ni idea de hacia dónde debemos agarrar para dirigirnos a Palermo. Entramos a una tienda y un hombre que se encontraba acompañando a una pareja que estaba de compras muy amablemente toma el mapa y nos traza el camino.  Al llegar al zoológico, debemos cruzar la calle y caminar hacia la izquierda, derecho, y al rato de andar ya estamos en la zona.

Entramos a una tienda de mascotas que se nos atraviesa en el camino, a morirnos de envidia con la cantidad de artículos y tipos de alimentos que se consigue. Muchas marcas que, antes de que Venezuela se enrumbara por la vía del socialismo cubano, se encontraban en nuestro país y que hace rato desaparecieron del mercado y otras tantas nuevas de las que muy probablemente no tendremos noticias en muchos años.

Con una mezcla de envidia, impotencia y tristeza dejamos el abarrotado establecimiento y seguimos recorriendo el área. En los parques se ven los niños con sus padres pasando la tarde del sábado. Un camión de la policía de Baires, parado en una calle, divierte a los más pequeños montándolos en la unidad y enseñándoles cómo funciona.

A medida que nos vamos adentrando en Palermo, las calles van teniendo más actividad. Es un barrio bohemio, con cantidad de restaurantes y bares con mesitas en terrazas. No faltan los típicos puestos de ventas de flores y kioskos de revistas y periódicos. El las vitrinas de las tiendan se pueden observar las últimas tendencias de la moda. Alguna gente camina alegre mientras otros están sentados a las mesas, conversando, compartiendo y divirtiéndose.

Como bien reza el lugar común, «el mundo es un pañuelo». Lo que menos esperábamos en Palermo era conseguirnos  a alguien conocido y, ¡0h, sorpresa! casi nos llevamos por delante a María Paula, la hija de una antigua vecina de Maracaibo a quien conocimos de niña y que ya es una mujer hecha y derecha, tiene unos 3 años viviendo y trabajando en Argentina.  Charlamos un rato, nos da algunas recomendaciones sobre qué hacer y luego continuamos nuestro recorrido.

Ya son cerca de las 6 de la tarde y el hambre aprieta. Comenzamos a ver dónde comer y la suave voz de una chica con acento colombiano frente a Tazz, un bar-restaurante, no seduce y, con sus ojos claros y hermosa sonrisa, nos persuade de comer allí.

La chica es bogotana, estudia y trabaja en la capital argentina. Nos ubica en una mesa con vista hacia la concurrida calle y nos deja en manos de otro chico, bogotano también, quien se encarga de tomarnos el pedido.

Yo me decido por unos sorrentinos, pasta casera rellena con jamón y queso, bañada con salsa de tomate y Cristian un lomo con champiñones. Vino tinto para los dos. Deliciosa la comida y muy amable la atención.

El chico bogotano nos cuenta que parte de lo que gana con su trabajo lo envía a Colombia para ayudar a su familia.

-¿Cómo haces ahora con el control de cambio? ¿No se te complica? -Le pregunto.

-Bueno, sí es un poco más complicado -dice-. Tengo que hacerlo a través de Perú. Hay una agencia que me cambia los pesos argentinos en Perú y luego los envían a Bogotá.

Yo no logro entender muy bien cómo es el negocio. Le pregunto si es legal hacerlo así y él me asegura que sí. Claro que en el cambio siempre pierde un poco, pero todavía puede seguir ayudando a su familia en Colombia.  A mí me sigue quedando la duda de si ese intercambio monetario será legal pero él está convencido que sí lo es.

Pagamos  y nos despedimos de los atentos colombianos para seguir paseando por Palermo. Nos topamos con el mercadillo que montan en la plaza los fines de semana y disfrutamos un montón con las artesanías y trabajos en cuero y prendas hechas con metales y piedras.

En uno de los chiringuitos nos sorprende un hermoso tejido de hilos de cobre con el que hacen collares y pulseras, y más nos sorprende que los hagan también con hilos de pvc. Un trabajo realmente fascinante.

Sin darnos apenas cuenta, son las ocho de la noche y debemos regresar para ir a la función teatral. Luego de un rato esperando el colectivo, decidimos que lo mejor es caminar hasta la estación del metro porque nadie sabe explicar a qué se debe la tardanza del autobús.

Caminamos unas 8 cuadras a paso rápido por temor a llegar tarde a la función. A nuestro lado pasa una pareja de ciclistas y es cuando descubro que la ciclo vía recorre casi toda la ciudad. «Qué lejos están las caóticas ciudades venezolanas de ser verdaderos lugares para «ciudadanos» como lo indica la palabra», pienso, y al doblar la esquina, entramos en la estación del subte Plaza Italia.

El trayecto en el metro duró uno 20 minutos, tiempo suficiente para observar a unos jóvenes que, arrodillados frente a una familia que se encuentra sentada en los asientos, les predican La Palabra. No logro distinguir de qué religión se trata pero, a ratos, la mujer que los escucha deja surgir en su rostro la expresión de tedio característica de quien está deseando que pronto llegue su parada.

Bajan los predicadores y suben dos chicas. Una, con acento chileno, hace la presentación. El ruido del vagón no permite distinguir con claridad lo que dice la animadora. Reuniendo los trozos entrecortados del discurso, logro entender que se trata de una cantante lírica que, a capella, nos deleitará con su voz. Tres arias interpreta la cantante y su voz logra imponerse al ruido del vagón deslizándose sobre los rieles. ¡Qué manera de maltratar las cuerdas vocales!

Frente a nosotros, se han sentado dos muchachos, borrachos como cubas, sosteniendo en sus manos una botella de litro de cerveza metida en una bolsa de papel y bebiendo de ella alternándosela. Miran con asombro y alegría a la cantante y aplauden contentos cada vez que termina un aria y la animadora presenta la siguiente.

Finalmente, llegamos a nuestro destino. Nos bajamos y nos encaminamos al teatro recientemente comprado por Flavio Mendoza, productor, director, coreógrafo, bailarín y empresario musical y teatral, muy popular en Argentina gracias a sus participaciones en el programa de concurso de baile de Tinelli, tipo «Bailando por un sueño», que se transmite por la televisión bonaerense.

Poco más de dos cuadras largas mide la cola para entrar al teatro Broadway, de la avenida Corrientes, donde se presenta el espectáculo, y eso que aún faltan unos 20 minutos para la hora de la función y es una obra que ya tiene más de dos meses en cartelera.

Como los asientos son numerados, decidimos tomarnos un cortado en el Café Vesuvio que se encuentra justo al lado del teatro. Un hermoso lugar con más de 100 años de historia donde aún se conservan algunos objetos de la época cuando fue inaugurado como heladería, en 1902 por el matrimonio  Cocitore, quienes llevaron desde Italia la primera máquina para hacer helados que llegó a Argentina.

El vesubio ha sido un lugar frecuentado por artistas, políticos, deportistas e intelectuales como Gardel, Julio de Caro, Borges, Alfredo Palacios, Tita Merello, Sandrini, Hugo del Carril, Juan Manuel Fangio y en la actualidad constituye un espacio en el que se desarrollan actividades artísticas y exposiciones. El sitio perfecto como antesala para una buena noche de teatro en la Calle Corrientes.

Una corta conversa con el mesero que nos cuenta la historia de cómo la heladería pasó en los años 20 a ser confitería, hasta llegar a ser el café que permanece hasta nuestros días, llegando a ser declarado «sitio de interés cultural por su aporte a la identidad porteña desde 1902».

Dos cortados, una pasta seca, un agua mineral con gas en El Vesuvio y de allí, al teatro.

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Silvio Rodríguez, “¿Por qué no te callas?»

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Silvio Rodríguez, el cantautor cubano de La Nueva Trova, el admirado artista de mi adolescencia, el de la sensibilidad a flor de piel que le permitía escribir canciones tan hermosas como las de “Rabo de nube”, el “Unicornio Azul” y “La canción del elegido”, que cantábamos en bachillerato y en la universidad con la piel erizada y temblor en la voz, escribió en su blog acerca del tema de la violencia y tuvo el descaro de terminar su escrito con un “Viva Chávez, carajo.”.

“Violencia y otras cuestiones” se titula la entrada en su blog “Segunda cita”, titulo poco original a decir verdad para venir de un poeta del calibre de Silvio, pero bueno, digamos que el tema a tratar no se prestaba para metáforas y poesías.

El cubano se explaya en los motivos que “justificarían” la existencia y crecimiento de la violencia en los países latinoamericanos y desde el inicio del texto nos dice por donde irán los tiros de su post al describir los diferentes tipos de violencia:

“ …la ancestral violencia religiosa, hija del fanatismo y la intolerancia, hijos estos a su vez de la ignorancia. Existe la antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía. Pero la violencia que asola a muchas ciudades y barrios de Nuestra América suele ser la económica, con sus remotos orígenes en la desigualdad, la explotación, la miseria y la ignorancia, fermentadas en la ira que provoca venir al mundo para encontrar vedado lo que nos garantiza una existencia digna.”.

Y por allí se va para llegar a la conclusión de que la violencia actual en Venezuela no es más que el producto de siglos de desigualdad y que, según su parecer, el gobierno de Chávez ha dado los pasos adecuados con las misiones para erradicar la violencia en el país.

No obstante, el mismo cantautor se contradice cuando afirma que:

“Hoy la violencia llegó las calles de Caracas, y no me parece extraño. No en balde desde hace tanto se fueron enracimando, excluidos, los que por humano crecimiento ahora invaden la futurista ciudad que diseñó Pérez Giménez.”.

No se entiende cómo es que las misiones al darle una vida “digna” a los excluidos de siempre, no han logrado, en casi 14 años de gobierno, erradicar la violencia. Por el contrario, en estos años de “revolución” y de “justicia social”, la violencia en todo el país (no solo en Caracas) se ha multiplicado a niveles alarmantes.

En fin, que no es para desmontar el discurso de Silvio que yo me puse a escribir este post. Su texto, al ser leído por cualquier persona que viva y sufra la violencia cotidiana en Venezuela se cae por sí sólo.

Lo que me llamó la atención del post del cantautor cubano es que aunque habla de la violencia, prefiere hacerlo de la vivida en nuestro país; pero no habla de la que viven sus compatriotas cubanos cotidianamente.

¿Será que para Silvio no es violencia los más de una docena de presos políticos cubanos muertos en huelgas de hambre durante los 50 años del régimen de los Castro? No nos habla Silvio de Orlando Zapata, de Guillermo Fariñas o de Wilman Villar, cubanos muertos gracias a la violencia política del régimen que somete a la isla desde hace medio siglo.

Tampoco habla el poeta de la violencia y represión a la que son sometidas las Damas de Blanco en su isla del Caribe ni de la violencia que significa que una persona no pueda tener la libertad de salir y entrar de su país cuando se le pegue la real gana. Como es el caso de Yoani Sánchez, por nombrar a una personalidad emblemática y que el mundo entero conoce.

Parece ser que para Silvio, no constituye síntoma de violencia la manera en la que viven sus compatriotas en las llamadas “barbacoas”, ni el aislamiento en sanatorios (mal llamados sidatoriums, esa especie de campos de concentración ideados en la isla a finales de los 80s) al que son sometidas las personas cuando se les detecta HIV en Cuba para “enseñarlos a vivir con el virus de manera responsable”.

Parece que para el cantante es mucho más fácil hablar de la violencia en Venezuela que de la que tiene en su propio patio. Pero lo que más me indigna es que en su simplista enfoque de lo que sucede en nuestro país, el cubano se hace de la vista gorda y no nos habla de los años que pasó el régimen chavista repartiendo armas en los barrios de Caracas y del interior del país con el pretexto de tener una “revolución pacífica pero armada”. Armas de todos los calibres con las que en la actualidad matan a cualquier ciudadano para quitarle un teléfono o un par de zapatos y que fueron entregadas por el chavismo a los malandros de los barrios.

Tampoco se refiere el admirado Silvio a la violencia estimulada desde el discurso oficial en las cadenas de medios de comunicación que a diario se desarrollan. Para nada habla en su post de la agresividad y violencia del discurso de Chávez que no ha hecho más que cavar con más profundidad la brecha que divide a los venezolanos. En la voz de Chávez, justamente, se pregona «la antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía.». O acaso, ¿Silvio Rodríguez no se ha enterado de que llevamos muchos años viendo cómo Chávez arbitrariamente le quita y se queda con lo que otros venezolanos tenían gracias a su trabajo?

¿Sabrá Silvio que en las cárceles de Venezuela, que están bajo la tutela y administración del gobierno de Chávez y cuya custodia es responsabilidad de la Guardia Nacional Bolivariana, los presos cuentan con un arsenal de armas de alta potencia más poderosas que las de la misma GNB? ¿Tendrá conocimiento el cantante de que el negocio de la violencia en esas cárceles de Chávez mueve miles de millones de dólares en armas y drogas? ¿Habrá escuchado el cantautor cubano acerca de los “colectivos” violentos que hacen vida en el 23 de Enero de Caracas y que han sido armados con fusiles por el gobierno de Chávez?

Habla Silvio de lo terrible de que “La violencia marginal fue fabricada por la desigualdad, por la indolencia y por el egoísmo.” y de que “Circunstancialmente me tocó visitar a Venezuela durante sus gobiernos anteriores, más que con este. Recuerdo que entonces existía la misma violencia, a pesar de que el país tenía los recursos para ser una de las naciones más prósperas de nuestro hemisferio.”.

Déjame decirte estimado cantautor que a Venezuela en estos 14 años le han entrado ingentes cantidades de dólares que los venezolanos no sabemos a dónde han ido a parar. Nunca, el país tuvo tanta riqueza y nunca fue tan pobre.

La criminalidad no es, como dices, la misma de hace más de 14 años; ahora es resentida, se ejecuta con odio y virulencia, con el mismo odio y la misma virulencia que vemos y oímos por radio y Tv. cada vez que Chávez se encadena para decir a todo pulmón que hay que ELIMINAR, PULVERIZAR, DESTRUIR, BORRAR, DESAPARECER, ANIQUILAR a todos los venezolanos que no pensamos como él y a todo el que tenga un poco más de lo que él considera que debe tener.

Si la pobreza justificara la violencia, muchos países más pobres que Venezuela tendrían índices de mortalidad por criminalidad más elevados que los de nuestro país, entre ellos, Cuba. Claro, allá la violencia de la represión del régimen tal vez no permita que la violencia de la criminalidad florezca.

La mayoría de los países latinoamericanos son mucho más pobres que Venezuela; sin embargo, solo el nuestro ostenta en sus estadísticas un promedio de 50 muertos por fin de semana, solo en Caracas, y eso a pesar de que las misiones siguen repartiendo real y “justicia Social”. Con esa sola cifra se cae tu teoría.

Solo me resta citar al tristemente célebre cazador de elefantes de España y preguntarte, Silvio, “¿Por qué no te callas?

Seguramente, pronto nos sorprenderás con una visita al país. A lo mejor, antes de lo que pensamos, vengas a dar un concierto para homenajear a ese hombre que según tú está en camino de erradicar la pobreza y la violencia en Venezuela.

Es claro que un post como el que escribiste te podría poner en el tapete de la opinión en el país con lo cual podrías asegurarte una buena asistencia de público en un concierto o, tal vez, tu jalada de bolas a Chávez haga que el oficialismo te pague una gira por el país y así te lleves unas buenas divisas a tu isla. Es una estrategia de mercado muy capitalista que le he visto a muchos socialistas como tu.

Leí tu texto, Silvio, y ahora se me hace imposible creer que cuando estudiaba en la universidad dormía a mis sobrinos con tu “Unicornio azul”, con “La canción del elegido” y con “La primera mentira”. Después de leerte, no veo a aquel artista que me emocionó con su concierto cuando estuve en Cuba. Me cuesta reconocerte o, posiblemente, lo que me cuesta es reconocerme. Tus palabras, antes tan llenas de lucha e ideales, ahora me suenan huecas e interesadas.