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Sentirse en Europa, estando en Buenos Aires

Foto: Cristian Espinosa

El autobús desde La Boca nos deja en cualquier punto indeterminado del paseo de Recoleta. En realidad, no es que nos importe mucho conocer las coordenadas exactas de dónde nos encontramos, solo con caminar y disfrutar de la arquitectura y las plazas y parques de la zona ya uno siente el espíritu pleno y el viaje justificado.

Sin tener muy claro de hacia dónde dirigirnos, vagamos por el área de Recoleta, en Retiro. Uno de los tantos hoteles lujosos de la zona nos llama la atención y un taxista que conversa con dos compañeros mientras esperan clientes, nos cuenta que, originalmente, toda la manzana en la que se encuentra el hotel era la casa de una de las tantas familias adineradas de la zona, quienes dividieron la propiedad dejando la mitad como su residencia y la otra mitad para el lujoso hotel. Se trata del Palacio Duhau, en la avenida Alvear donde actualmente se encuentra el hotel Park Hyatt uno de los diez mejores hoteles del mundo.

No me queda muy claro y el taxista no termina de aclararme si la edificación que está junto al hotel es en la actualidad la residencia de la familia Duhau y entre las bromas acerca de Chávez y Cristina y las indicaciones sobre cómo llegar a la calle Arroyo, no terminamos de descifrar el punto.

Caminar por la calle Retiro es sentirse en París. Junto al Park Hyatt, está la Nunciatura Apostólica, ambos edificios de evidente estilo francés como lo es la propia embajada de Francia y la de Brasil, que se encuentran por la zona, la casa de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y muchos otros edificios de Buenos Aires que recrean el academicismo francés.

En Retiro, por Recoleta se encuentran muchas de las sedes de las embajadas y recorriendo sus  calles se ven lujosas tiendas y exclusivos cafés y restaurantes. Husmeando entre las puertas y rejas de las edificaciones de la zona uno puede descubrir hermosas fuentes, patios y esculturas, como la réplica de la Victoria de Samotracia que se distingue en un patio central, tras las rejas de entrada de un conjunto residencial.

El antiguo palacio Ortiz Basualdo es actualmente la embajada de Francia y el viejo palacio Pereda es la sede diplomática de Brasil. Ambas sedes se encuentran en las adyacencias del monumento a Carlos Pellegrini una bella plaza circular ubicada en Retiro.

Siguiendo las indicaciones del taxista, caminamos en pos de la calle Arroyo, una calle que cuenta con unas dos cuadras llenas de galerías de arte. Es una zona tranquila y cuna de las galerías de Buenos Aires. Esas dos cuadras conforman un interesante circuito de artes plásticas.

Asomados contemplando unas pinturas de uno perros en un extraño estilo realista y de unos seres gigantes, desproporcionados con respecto a su entorno que nos llaman la atención tras el cristal de una vitrina y asombrados con la escalera de vidrio de la galería, nos sorprende la encargada y nos invita a pasar.

Ella se encuentra atareada con los últimos rótulos de los cuadros en la mano. Pasa de las dos de la tarde y esa noche inaugura la muestra de Darío Zana, un inquietante pintor realista que hace unos cuadros en los que las (des)proporciones de los personajes con su entorno logran descolocarlo a uno y lo inducen a buscar historias y significados más allá de lo aparente.

Foto: Cristian Espinosa

La galería de arte se llama Holz arte&más, y la chica nos cuenta que Zana, un joven artista argentino,  lleva unos cuantos años montando sus exposiciones allí. En esta oportunidad, la muestra se llama MUNDO ENANO, unas imágenes realistas con toques oníricos en las que Darío juega a sus anchas con las escalas, valiéndose de personas, muñecos, perros, mesas, barcos o cualquier objeto que le permita mostrarnos un interesante mundo de (des)proporciones inquietantes.

-Esta es una nueva etapa de Darío –dice la galerista-. Con este trabajo se distancia un poco de sus inicios con el birome, con el que conseguía dibujos realistas imposibles de creer.

La chica corre a buscar en el computador las imágenes de las obras de Zana hechas con bolígrafo sobre tela y, de verdad, es imposible creer que lo que uno está observando haya salido de un instrumento tan cotidiano y utilitario como un bolígrafo.

La galerista muy amablemente nos da unos catálogos de las obras de Darío Zana y nos invita a acercarnos en la noche para tomar una copa de champán en la inauguración de la exposición. Agradecemos su amabilidad y la invitación, pero le explicamos que estamos de paso y, como el  día ha clareado, nos gustaría visitar Tigre hoy mismo, no vaya a ser que al día siguiente la lluvia no nos lo permita.

Unos cuantos metros más abajo, al final de la calle Arroyo, donde se une con Suipacha, y vía a la estación de trenes de Retiro, en una esquina, nos encontramos con la Plaza de la Memoria o de la Embajada de Israel, un espacio dedicado desde 2010 a conmemorar el terrible atentado terrorista perpetrado contra la casa diplomática y que cobrara la vida de 19 personas y dejara 242 personas heridas.

En la pared de fondo, como si de una instalación arquitectónica se tratara, se ven los rastros de los muros de lo que fue la embajada y en lo que ahora es zona para la meditación y el reposo, han sembrado dos hileras de árboles de tilo que recuerdan a cada una de las víctimas fatales del siniestro atentado de 1992 y en un muro de la construcción original pone:

PLAZA EMBAJADA DE ISRAEL

EN MEMORIA DE LAS VICTIMAS DEL ATENTADO

A las dos y 42 minutos de la tarde del 17 de marzo del 92, un furgón Ford F-100 cargado de explosivos fue estrellado, en el atentado suicida, contra la edificación de la embajada, dejando el trágico saldo y daños en los edificios cercanos como la  Iglesia Mater Admirábilis que está al frente y el Colegio Adjunto.

Dos mujeres amenamente conversando pasan a mi lado y apresuro el paso para pedirles que, por favor, me indiquen cómo llegar a la estación del tren.

-Vente con nosotras que vamos justo por esa zona.

Así lo hacemos, las seguimos y como a ratos nos quedamos rezagados  contemplando la ciudad y tomando fotos, de vez en cuando nos toca apresurar el paso para que las mujeres, que parecen haberse olvidado por completo de que Cristian y yo las seguimos para que nos guíen, no nos dejen botados.

-Acuérdense que vamos tras ustedes para que nos digan dónde está la estación –les digo-. Si se les olvida y no nos indican a tiempo, llegaremos hasta la casa de ustedes.

Las mujeres ríen y dicen que de ser así nos invitarían un mate.

-No te preocupés, todavía falta un poco –dijo una de ellas, y continuó su conversa con la amiga.

Al llegar a una inmensa construcción de estilo academicista francés también, las mujeres nos indican que ya estamos en la estación. Piensan un momento y deciden guiarnos hasta el lugar mismo de la taquilla donde debemos comprar el boleto para tomar el tren que nos llevará a Tigre. Su amabilidad llegó al punto de que, una vez que compramos dos boletos por 2 pesos cada uno, nos acompañaron hasta el propio anden donde ya estaba a punto de partir el tren.

Cristian y yo nos ubicamos en asientos separados. Al poco rato, el tren a Tigre arranca. Un viejo aparato que, no sé por qué motivo va super lento. El trayecto de 32 kilómetros que separan la estación de Retiro del terminal de Tigre lo hace en cerca de 50 minutos.

En el vagón conversamos con quienes van frente a nosotros. Una señora nos pregunta que hacia dónde vamos y le contamos que a conocer Tigre. “Es un paseo muy bonito, dice la señora, les va a gustar”.

Les comento acerca de la experiencia en La Boca y la señora baja la voz para decirme que a ella no le gusta, que esa pobreza no le parece turística. Su marido le susurra algo al oído y la señora me mira y sonríe. Aún con la voz baja, como si temiera ser escuchada por otros, me dice:

-El dice que si querés ver pobreza, que vayás a La Cava.

La Cava es una de las llamadas villas miseria de Argentina, barriadas marginales donde viven los más pobres de Buenos Aires y La Cava es una de las más grandes y peligrosas.

Foto: Cristian Espinosa

-Buenos Aires se ha puesto muy peligroso –sigue susurrando la doñita- . Nosotros, como nos jubilamos, vivimos retirados, pero cuando vamos al centro, vamos con mucho cuidado. Yo esto (se señala los zarcillos de oro) ni pienso usarlos en la ciudad. Y donde vivimos nos hemos organizado porque, aunque está retirado, ya ha habido casos de robos. Todos tenemos un silbato y si notamos algo extraño, lo sonamos para alertar a los vecinos. Así hemos controlado los robos en nuestro barrio.

El matrimonio desciende al rato de estar andando en una de las estaciones. El tren continúa su lento recorrido. Unas maestras que acaban de subir van pendientes de un grupo de estudiantes que están a su cargo. Se trata de adolescentes con capacidades especiales que no paran de parlotear, reír y jugar. A nuestro lado se sienta uno que no para de hurgarse la nariz con el dedo índice mientras conversa con la maestra y, de vez en cuando reprende a sus compañeros que están un poco más lejos.

-¡A ver, a ver, la risita la dejan en la casa! Les grita mientras hace pelotitas con los mocos, los sacude y vuelve el dedo a la fosa nasal.

Al poco rato se levanta y va decidido a reprender a los compañeros revoltosos. Afuera la tarde sigue soleada, una que otra nube se aparece en el paisaje pero todo parece indicar que lograremos hacer el paseo por Tigre.

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Silvio Rodríguez, “¿Por qué no te callas?»

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Silvio Rodríguez, el cantautor cubano de La Nueva Trova, el admirado artista de mi adolescencia, el de la sensibilidad a flor de piel que le permitía escribir canciones tan hermosas como las de “Rabo de nube”, el “Unicornio Azul” y “La canción del elegido”, que cantábamos en bachillerato y en la universidad con la piel erizada y temblor en la voz, escribió en su blog acerca del tema de la violencia y tuvo el descaro de terminar su escrito con un “Viva Chávez, carajo.”.

“Violencia y otras cuestiones” se titula la entrada en su blog “Segunda cita”, titulo poco original a decir verdad para venir de un poeta del calibre de Silvio, pero bueno, digamos que el tema a tratar no se prestaba para metáforas y poesías.

El cubano se explaya en los motivos que “justificarían” la existencia y crecimiento de la violencia en los países latinoamericanos y desde el inicio del texto nos dice por donde irán los tiros de su post al describir los diferentes tipos de violencia:

“ …la ancestral violencia religiosa, hija del fanatismo y la intolerancia, hijos estos a su vez de la ignorancia. Existe la antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía. Pero la violencia que asola a muchas ciudades y barrios de Nuestra América suele ser la económica, con sus remotos orígenes en la desigualdad, la explotación, la miseria y la ignorancia, fermentadas en la ira que provoca venir al mundo para encontrar vedado lo que nos garantiza una existencia digna.”.

Y por allí se va para llegar a la conclusión de que la violencia actual en Venezuela no es más que el producto de siglos de desigualdad y que, según su parecer, el gobierno de Chávez ha dado los pasos adecuados con las misiones para erradicar la violencia en el país.

No obstante, el mismo cantautor se contradice cuando afirma que:

“Hoy la violencia llegó las calles de Caracas, y no me parece extraño. No en balde desde hace tanto se fueron enracimando, excluidos, los que por humano crecimiento ahora invaden la futurista ciudad que diseñó Pérez Giménez.”.

No se entiende cómo es que las misiones al darle una vida “digna” a los excluidos de siempre, no han logrado, en casi 14 años de gobierno, erradicar la violencia. Por el contrario, en estos años de “revolución” y de “justicia social”, la violencia en todo el país (no solo en Caracas) se ha multiplicado a niveles alarmantes.

En fin, que no es para desmontar el discurso de Silvio que yo me puse a escribir este post. Su texto, al ser leído por cualquier persona que viva y sufra la violencia cotidiana en Venezuela se cae por sí sólo.

Lo que me llamó la atención del post del cantautor cubano es que aunque habla de la violencia, prefiere hacerlo de la vivida en nuestro país; pero no habla de la que viven sus compatriotas cubanos cotidianamente.

¿Será que para Silvio no es violencia los más de una docena de presos políticos cubanos muertos en huelgas de hambre durante los 50 años del régimen de los Castro? No nos habla Silvio de Orlando Zapata, de Guillermo Fariñas o de Wilman Villar, cubanos muertos gracias a la violencia política del régimen que somete a la isla desde hace medio siglo.

Tampoco habla el poeta de la violencia y represión a la que son sometidas las Damas de Blanco en su isla del Caribe ni de la violencia que significa que una persona no pueda tener la libertad de salir y entrar de su país cuando se le pegue la real gana. Como es el caso de Yoani Sánchez, por nombrar a una personalidad emblemática y que el mundo entero conoce.

Parece ser que para Silvio, no constituye síntoma de violencia la manera en la que viven sus compatriotas en las llamadas “barbacoas”, ni el aislamiento en sanatorios (mal llamados sidatoriums, esa especie de campos de concentración ideados en la isla a finales de los 80s) al que son sometidas las personas cuando se les detecta HIV en Cuba para “enseñarlos a vivir con el virus de manera responsable”.

Parece que para el cantante es mucho más fácil hablar de la violencia en Venezuela que de la que tiene en su propio patio. Pero lo que más me indigna es que en su simplista enfoque de lo que sucede en nuestro país, el cubano se hace de la vista gorda y no nos habla de los años que pasó el régimen chavista repartiendo armas en los barrios de Caracas y del interior del país con el pretexto de tener una “revolución pacífica pero armada”. Armas de todos los calibres con las que en la actualidad matan a cualquier ciudadano para quitarle un teléfono o un par de zapatos y que fueron entregadas por el chavismo a los malandros de los barrios.

Tampoco se refiere el admirado Silvio a la violencia estimulada desde el discurso oficial en las cadenas de medios de comunicación que a diario se desarrollan. Para nada habla en su post de la agresividad y violencia del discurso de Chávez que no ha hecho más que cavar con más profundidad la brecha que divide a los venezolanos. En la voz de Chávez, justamente, se pregona «la antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía.». O acaso, ¿Silvio Rodríguez no se ha enterado de que llevamos muchos años viendo cómo Chávez arbitrariamente le quita y se queda con lo que otros venezolanos tenían gracias a su trabajo?

¿Sabrá Silvio que en las cárceles de Venezuela, que están bajo la tutela y administración del gobierno de Chávez y cuya custodia es responsabilidad de la Guardia Nacional Bolivariana, los presos cuentan con un arsenal de armas de alta potencia más poderosas que las de la misma GNB? ¿Tendrá conocimiento el cantante de que el negocio de la violencia en esas cárceles de Chávez mueve miles de millones de dólares en armas y drogas? ¿Habrá escuchado el cantautor cubano acerca de los “colectivos” violentos que hacen vida en el 23 de Enero de Caracas y que han sido armados con fusiles por el gobierno de Chávez?

Habla Silvio de lo terrible de que “La violencia marginal fue fabricada por la desigualdad, por la indolencia y por el egoísmo.” y de que “Circunstancialmente me tocó visitar a Venezuela durante sus gobiernos anteriores, más que con este. Recuerdo que entonces existía la misma violencia, a pesar de que el país tenía los recursos para ser una de las naciones más prósperas de nuestro hemisferio.”.

Déjame decirte estimado cantautor que a Venezuela en estos 14 años le han entrado ingentes cantidades de dólares que los venezolanos no sabemos a dónde han ido a parar. Nunca, el país tuvo tanta riqueza y nunca fue tan pobre.

La criminalidad no es, como dices, la misma de hace más de 14 años; ahora es resentida, se ejecuta con odio y virulencia, con el mismo odio y la misma virulencia que vemos y oímos por radio y Tv. cada vez que Chávez se encadena para decir a todo pulmón que hay que ELIMINAR, PULVERIZAR, DESTRUIR, BORRAR, DESAPARECER, ANIQUILAR a todos los venezolanos que no pensamos como él y a todo el que tenga un poco más de lo que él considera que debe tener.

Si la pobreza justificara la violencia, muchos países más pobres que Venezuela tendrían índices de mortalidad por criminalidad más elevados que los de nuestro país, entre ellos, Cuba. Claro, allá la violencia de la represión del régimen tal vez no permita que la violencia de la criminalidad florezca.

La mayoría de los países latinoamericanos son mucho más pobres que Venezuela; sin embargo, solo el nuestro ostenta en sus estadísticas un promedio de 50 muertos por fin de semana, solo en Caracas, y eso a pesar de que las misiones siguen repartiendo real y “justicia Social”. Con esa sola cifra se cae tu teoría.

Solo me resta citar al tristemente célebre cazador de elefantes de España y preguntarte, Silvio, “¿Por qué no te callas?

Seguramente, pronto nos sorprenderás con una visita al país. A lo mejor, antes de lo que pensamos, vengas a dar un concierto para homenajear a ese hombre que según tú está en camino de erradicar la pobreza y la violencia en Venezuela.

Es claro que un post como el que escribiste te podría poner en el tapete de la opinión en el país con lo cual podrías asegurarte una buena asistencia de público en un concierto o, tal vez, tu jalada de bolas a Chávez haga que el oficialismo te pague una gira por el país y así te lleves unas buenas divisas a tu isla. Es una estrategia de mercado muy capitalista que le he visto a muchos socialistas como tu.

Leí tu texto, Silvio, y ahora se me hace imposible creer que cuando estudiaba en la universidad dormía a mis sobrinos con tu “Unicornio azul”, con “La canción del elegido” y con “La primera mentira”. Después de leerte, no veo a aquel artista que me emocionó con su concierto cuando estuve en Cuba. Me cuesta reconocerte o, posiblemente, lo que me cuesta es reconocerme. Tus palabras, antes tan llenas de lucha e ideales, ahora me suenan huecas e interesadas.

Una semana con el hombre nuevo

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LUNES

Llegas a la casa después de un largo día de trabajo y para relajarte un poco comienzas a curucutear en la web. Abres tus redes sociales: Facebook, Twitter, Pinterest, Google+, Youtube y, distraídamente, empiezas a picar aquí y allá. Abres ventanas, lees informaciones, ves videos. De repente, te encuentras con un video cuyo nombre te llama la atención: «Como ser negro y no morir en el intento».

Lo abres y te consigues con un cantautor cubano quien por la edad que aparenta debe haber nacido durante la revolución o haber estado muy pequeño cuando Fidel Castro asumió el poder. Es decir, vendría a ser un representante del “hombre nuevo” que nos han querido vender por más de 50 años.

Su nombre es Frank Delgado y con humor cáustico y lleno de ironía nos hace el cuento de un escritor amigo suyo cuyo color de la piel siempre lo hace sospechoso:

Observas el video y no puedes evitar sonreír con las ocurrencias contadas, al tiempo que admiras la buena voz de Frank y su contagioso ritmo con la guitarra. Pero un poco de sabor amargo empiezas a sentir en la boca cuando constatas que, tras la broma y la ironía, hay una grave denuncia en la que se evidencia que, luego de tantos años de perorata igualitaria del socialismo, el racismo y la discriminación en la isla no ha cambiado en lo más mínimo.

Para la policía cubana, un negro siempre será un ser sospechoso, un individuo del que hay que desconfiar, detener y pedirle sus papeles.

Alberto Guerra, el hombre de color que dio origen a la canción de Frank, tiene la suerte de pertenecer al “Partido”, con lo cual, la discriminación por su color tiene un matiz diferente que lo puede hacer salir bien librado de la situación. Pero si, además de negro, fuese homosexual y no perteneciese al partido seguramente habría podido terminar con sus huesos en una prisión o, en el mejor de los casos, puesto en la calle con una patada en el culo por atreverse a entrar a un hotel de turistas.

MARTES

Como el día anterior quedaste picado con los videos de Frank Delgado, llegas a tu casa y luego de verificar que no hay ningún mensaje importante en tus bandejas de correo o en las redes sociales, te vas derecho a Youtube donde has dejado “favoriteado” algunos videos del cantautor cubano.

Encuentras entre los primeros el que se llama: Carta de un niño cubano a Harry Potter.

Picas allí y te encuentras una canción llena de humor negro y sarcasmo en la que “el hombre nuevo” de Cuba compara la magia de las historias de Harry Potter con la magia que tienen que hacer en la isla para poder sobrevivir a sus penurias. Sonríes y aplaudes el ingenio y el buen humor del cubano pero no puedes dejar de pensar que para Fidel como que no fueron suficientes los 50 años que lleva en el poder para darles a los cubanos el bienestar, la abundancia y la satisfacción que se suponía encarnaba el socialismo.

A lo máximo que ha llegado el régimen cubano es a sembrar en sus ciudadanos un falso sentido de dignidad y orgullo con el que les han lavado el cerebro para que sientan que la pésima calidad de vida que tienen es un honor pues los convierte en un pueblo que «con dignidad ha sobrevivido a la maldad del imperio que se ha afincado contra su país y su máximo líder».

MIERCOLES

Acabas de bajar la santamaría de tu negocio. Son pasadas la siete de la noche. Aunque te sientes cansado porque el día de trabajo ha sido intenso y largo, estás satisfecho de haber terminado con una buena venta y lo único que quieres es llegar a casa, darte un baño y echarte a ver televisión y a revisar el internet. Vas hacia tu carro con esa idea fija en la cabeza: baño+tv+internet.

Cuando estás a punto de meter la llave en la cerradura observas que vienen dos muchachos de frente. Uno trigueño y el otro con pelo castaño claro matizado con mechitas teñidas. Los dos tienen el pelo super bien peinado con gelatina. No hay un cabello fuera de lugar. Sus franelas son de marca. Uno lleva una Polo original y el otro una chemise Lacoste. Los jeans de ambos son Levi´s y por la calidad del corte y de la tela, adviertes que son originales también y no copias compradas en Las Playitas y, sus zapatos deportivos son Adidas y Nike, evidentemente, originales también.

Los tienes ya tan cerca que puedes oler sus perfumes: Jean Paul Gaultier y 212 de Carolina Herrera. Al mirarlos a la cara descubres que tendrán máximo unos 20 años cada uno. La pareja es, ni más ni menos, la viva imagen de cualquiera de los hijos de tus amigos que vienen conversando entre ellos sin prestar mucha atención a lo que sucede.

Cuando están ya a tu lado y tu a punto de subir al carro, sin que te des cuenta de dónde, saca cada uno una Glock .50, las apuntan a tus costados y te dicen:

-Tranquilo papá. No te va a pasar nada que no quieras que te pase. Dame el bolso, el teléfono y las llaves del carro y piérdete.

Obedeces sin rechistar. Los tipos se suben a tu carro y entre carcajadas uno le dice al otro:

-Marico, ya con esto me voy pa´la casa. No trabajo más por hoy. Estoy remamao.

Oyes que tu carro arranca, volteas y ves cómo allí va tu Blackberry de 4 mil bolívares, el efectivo de la venta del día que llegaba a unos 3 mil bolívares y ese carro al que, justamente, el mes pasado se le había vencido el seguro y que, por falta de dinero, no habías podido renovar.

“Estos dos en diez minutos se llevaron el equivalente a un año o dos de mi trabajo”. Piensas esto y suspiras pensando que, evidentemente, esos muchachos eran unos niños cuando Chávez llegó al poder ofreciendo la utopía del “hombre nuevo” del socialismo. Esos chamos crecieron escuchando que robar por hambre no es delito y ahora actúan tranquilos, amparados en la impunidad que campea en el país.

JUEVES

Sin haber podido conciliar el sueño en toda la noche pues, al cerrar los ojos veías la cara de los atracadores y los cañones de las pistolas en tus costillas, vences el temor y te levantas de la cama para bañarte y tratar de recuperar la “normalidad” de la vida. Esa normalidad que está cundida de miedo y paranoia, de “mosca en la calle que la cosa está pelúa”, de “no te confíes ni de tu sombra”.

Pagas un taxi para ir a tu negocio porque desde que te pasearon durante más de una hora por la ciudad con un revólver en la nuca para robarte en un carrito por puesto, no te has atrevido a montarte en un trasporte público de nuevo. Llegas a tu tienda y acostada en el suelo, frente al muro del local, ves a una pareja.

Atemorizado por la experiencia del día anterior pasas a su lado lo más rápidamente posible. Hombre y mujer duermen a sus anchas, como quien descansa una siesta luego de un opíparo almuerzo. Aunque no quieres, no puedes evitar que los ojos se vayan solos hacía dónde se encuentran. Les miras los pies del color del pavimento, los pelos sucios. Calculas que estarán entre los 20 y 25 años de edad y adviertes que la mujer está embarazada de unos cinco meses.

El hombre se quita la mano que le cubre los ojos para tapar la luz, hace un esfuerzo por enfocar y te dedica una mirada de resentimiento y fastidio. Entras a tu negocio, te aseguras de que la puerta quede bien cerrada para que los callejeros no puedan entrar si se les antojas, recuerdas la panza de la mujer y piensas: “Sin duda, allí lleva la semilla del hombre nuevo”.

VIERNES

Te levantas como todos los días. Venciendo el miedo que desde hace algunos años te invade y que hace que te provoque quedarte en la cama -único lugar donde te siente seguro-, en lugar de ir a trabajar, te bañas y enciendes el televisor para ver un poco las noticias antes de irte al trabajo.

Una música orquestal hace que, con los pantalones a mitad de piernas, interrumpas el proceso de vestirte para mirar al monitor del televisor. Cómo un idiota, con las manos sosteniendo tus pantalones sin decidirte a terminar de subirlos, no puedes creer lo que ves en la pantalla y, menos aún, lo que oyes.

Un hombre de contextura gruesa cuenta la “historia de su vida” en un minuto y no puedes dar crédito a lo que escuchas. De la manera más palurda y sin el más mínimo rubor en la pantalla se manipula la historia para hacer ver que Chávez es la “reencarnación” de Bolívar y apelando a los sentimientos religiosos ponen al mandatario como una especie de dios a los ojos del protagonista.

Te sientes indignado. No puedes creer que desde el gobierno se pretenda estimular el parasitismo de la población para que dependan del régimen si quieren conseguir lo más básico de su subsistencia. Piensas que así actúan los regímenes dictatoriales que quieren tener absoluto control de sus ciudadanos.

Le dan a entender a la gente que su líder es una especie de santo que le dará todo a lo que han aspirado en lugar de hacerlos ver que, para obtener lo que uno necesita y vivir de manera digna, solo hace falta trabajar y un gobierno que de oportunidades de empleos.

La propaganda no es más que una oda a la dependencia del gobierno. Por ningún lado se dice que el protagonista trabaja para conseguir lo que necesita. La vida digna no se la da el trabajo honesto, al contrario, el hombre nunca se “imaginaba, ni trabajando toda la vida, vivir acá”. Su vivienda no es producto de su esfuerzo, lo que tiene cae como un maná de las manos del super héroe, casi santo milagroso, que lo gobierna.

Con cierta sensación de asco ante la manipulación que acabas de ver, te vistes, te vas a tu negocio a sabiendas que trabajando duro y honestamente será casi que imposible conseguir obtener una vivienda propia e, incluso llegar a comprar un nuevo carro luego de que te robaran el anterior.

Piensas “ese que está en la pantalla es el “hombre nuevo” del socialismo. A eso nos quiere reducir el régimen. Quiere convertirnos en seres dependientes, en personas incapaces de procurarse, por sus propios medios, una vida digna. Nos quiere sumisos a un semi-dios, que nuestra vida dependa de ese ser divino cuya imagen debemos tener en nuestras casas, prenderle velas y venerarla para obtener sus favores”.

SABADO

Después de almorzar, decides pasar la sobremesa revisando un poco las redes sociales. Revisas las notificaciones de Facebook, echas una ojeada al Google+ y cuando entras al Twitter, salta entre los primeros tuits, uno que dice:

Pedro Carreño en la F1 como todo un “Rich and Famous” (foto exclusiva) http://shar.es/sx5Up via @la_patilla

Al leer el nombre del diputado chavista, no puedes evitar sonreír recordando aquel incidente en el que una periodista le preguntaba cómo podía hablar contra en consumismo mientras vestía una corbata Louis Vouitton y unos zapatos Gucci. Recuerdas como el hombre tartamudeó y no encontraba la forma de salir del mal rato y te mueres de la risa al acordarte de su teoría de que el imperio yanqui nos espiaba a través de los decodificadores de DirecTV.

Picado por la curiosidad, entras al link y te consigues una foto del diputado de marras, presidente de la Comisión de Contraloría de la Asamblea Nacional, en el pitbox de la escudería Williams. Un lugar al que, según dicen los entendidos, solo se accede con un pase que cuesta unos 10 mil euros. Mucho más que los pobres 3 mil dólares como máximo que el régimen te otorga a través de Cadivi para viajes de un mes al exterior.

Miras la gráfica del hombre con su cara llena de huecos junto a una hermosa dama. Ambos con su uniforme celeste y las credenciales colgadas del cuello, vuelves a recordar la corbata y los zapatos y no puedes dejar de preguntarte: “¿Será este el “hombre nuevo” que nos promete el socialismo?”.

DOMINGO

El día del descanso del Señor tu, que no eres muy católico, apostólico y romano, te lo tomas muy a pecho. El domingo aprovechas para dormir y permanecer en la cama hasta que el cuerpo aguante.

Te despiertas y te desperezas. Agarras el control remoto del televisor, lo enciendes y mientras aparece el audio y la imagen en la pantalla, te acurrucas y abrazas las almohadas para, medio dormido aún, ver qué ponen en la tele.

Cuando el aparato termina de ajustarse, ves en pantalla a Chávez rodeado de ministros y militares del alto mando en los actos conmemorativos del 191 aniversario de la Batalla de Carabobo y el Día Nacional del Ejército y escuchas que dice:

-«El chavismo es el patriotismo. Ser chavista es ser patriota, los que quieren patria están con Chávez”.

No sabes qué te indigna más, si lo que escuchas o lo que ves. Por un lado, el presidente está prácticamente diciendo que si no eres chavista, no eres venezolano. Entonces, sientes que los ácidos estomacales te suben a la garganta.

Pero, por el otro lado, ver cómo los militares al escuchar las palabras de Chávez pegan un brinco y comienzan a aplaudir frenéticamente, te llena de furia.

“¿A donde tendré yo que ir a reclamar una nacionalidad, entonces?” Piensas. Miras de nuevo al monitor de la Tv y no puedes evitar comparar a esos militares que aplauden con el hombre sumiso y dependiente de la propaganda del viernes y al ver los trajes de militares y civiles que rodean al mandatario los comparas con el diputado de las corbatas Louis Vouitton y los zapatos Gucci. Apagas el televisor y piensas:

“Parece que el socialismo del siglo XXI logrará su cometido de llenar a Venezuela de esa plaga a la que llaman “hombres nuevos”.

Maslow en Venezuela

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¿Ficción?


Hace muchos, muchísimos años, llegó al puerto de La Guaira un flacuchento, pálido y narizón judío ruso de apellido Maslow. El hombre que no contaba con un kopek en su bolsillo, subió escondido, junto a su hermano, a la embarcación que zarparía a las 5 de la madrugada con rumbo al puerto de Nueva York en Estados Unidos para luego continuar su viaje hasta Venezuela. Un extraño punto al norte de la América del Sur que vio un día en un mapamundi y al que se propuso llegar en cualquier momento.

El viaje fue largo, eterno. Para sobrevivir, los Maslow comían los desperdicios que tiraban a los contenedores de basura, donde habían ubicado su guarida y se disputaban sus bocados con las cientos de ratas que habían decidido también emprender la aventura transoceánica.

Así llegaron una mañana nublada de invierno a Nueva York. Uno de los hermanos, harto del bamboleo del mar y del mal comer y dormir, decidió bajarse allí y probar suerte en los Estados Unidos. El otro, más terco y obsesionado con el extraño punto descubierto en el mapa, siguió camino rumbo a la Guaira, a donde llegó un mediodía de sol radiante y cielo azul intenso, tan intenso que, a primera vista, el ruso no podía distinguir dónde empezaba el mar y dónde el cielo.

El judío bajo del barco y, al no más pisar tierra, se empezó a engendrar su leyenda. Dice el mito que, una vez que Maslow había aspirado tres bocanadas del cálido aire del Caribe, comenzó a sentir cómo su sangre empezaba a calentarse hasta hervir en sus venas. Sus ojos desorbitados comenzaron a atisbar a todos lados. Su olfato empezó a percibir el olor de las hembras a metros de distancia.

Maslow pensó que su frenesí sexual era producto de la larga, larguísima, abstinencia en el barco y que, una vez que consiguiera una hembra con la cual poner al día sus hormonas, volvería a la normalidad. Pero, según cuenta la historia que a estas alturas no se sabe si es más bien una leyenda urbana, el ruso nunca más dejó de sentir la urgencia sexual.

Su ímpetu lo llevó a acostarse con cuanto palo con faldas se cruzaba a su paso. Nunca más supo lo que era la selectividad ni la discriminación. Le daba igual que fuera negra, india, zamba, blanca, alta, bajita, gordita o esquelética. Cualquier hembra que estuviera dispuesta a recibir su semen era bien servida y el ruso se dedicó a recorrer Venezuela, dispersando su semilla en cuanto vientre estuviera disponible. Así lo hizo casi hasta el día de su muerte, por lo cual, según la misma leyenda urbana, sus genes, en mayor o menor medida, se encuentran en la gran mayoría de los venezolanos de la actualidad.

Todo este preámbulo histórico sirve de entrada para entender los acontecimientos actuales que pasaré a relatar y pueden explicarse plenamente gracias a la presencia de esos genes en la composición del venezolano. Genes que llegaron también a USA, en donde un psicólogo  descendiente de ese hermano que se quedó en New York, llegó a desarrollar una teoría llamada Pirámide de Maslow y que parece que estamos viviendo prácticamente al caletre los venezolanos.

Es así como, Alfredo Montiel Maslow está en su casa de Maracaibo un día, escuchando por la radio las declaraciones de Aponte Aponte y  siente que el asco y la ira se van apoderando violentamente de él. Grita. Se levanta, ya en un estado casi frenético, decidido a coger el aparato de radio y aventárselo con todas sus fuerzas por la cabeza a ese vecino chavista que está igual o más jodido que él, pero que sigue votando por el comandante. Entonces, suena el teléfono y un pariente le dice que en ENNE de Bella Vista llegó leche La Campesina.

Alfredo se olvida de Aponte Aponte, de la asquerosidad de sistema judicial del país y de su vecino chavista, corre al supermercado a comprar el kilo de leche que le permitirán comprar y con el que solucionará el tetero de una semana de sus chamos.

Otro día, en Cabimas, está Anaxilandro Carrasquero Maslow, enfurecido en el balcón de su apartamento, pasando en shorts las horas del corte eléctrico, tratando de soportar el inclemente calor y leyendo lo que dijo Luis Velázquez Alvaray. La rabia comienza a apoderarse del cabimero. Entre el calor y las inmundicias narradas por el ex magistrado está que lo pinchan y no bota sangre. Harto, tira el periódico a un lado decidido a salir y lanzar piedras contra el primer edificio gubernamental que consiga a su paso, cuando suena el timbre del celular con una notificación de Twitter:

@Fulanito: llegó Mazeite a Centro 99.

¡Vaya pa’la mierda!  Pa´l carajo Velásquez Alvaray y las inmundicias de los magistrados. Anaxilandro corre a buscar las cholas y a ponerse la primera franela que consigue. Empieza a bajar las escaleras porque luz no hay para usar el ascensor y va calculando si será más rápido ir caminando o sacar el carro del estacionamiento para llegar a tiempo, antes de que alguien con más suerte se lleve ese único litro de aceite de maíz que le permitirán comprar y del que no sabe cuándo volverá a llegar.

En Maturín, va Salomón Marín Maslow en su carro con los vidrios abajo, con un calor de 36 grados y una sensación térmica de 43 porque, hace meses, se dañó una pieza del aire acondicionado y no se consigue en todo el país. El oriental enciende la radio y se encuentra con una cadena del presidente comandante. El calor y las mentiras escuchadas sobre las maravillas del socialismo del Siglo XXI le embotan la mente. Siente hervir la sangre en su cuerpo y, al mirar a su derecha, ve un montoncito de piedras frente al edificio de cristal de esa contratista que, hasta hace cinco años, no era más que una empresa de maletín de unos pata en el suelo y que, a punta de coimas, sobornos y pagos de comisiones en PDVSA, llegaron a acumular tanto dinero que se compraron ese edificio y dos casas más, sin contar los carros y camionetas importados y de último modelo.

La perorata de la cadena lo tiene al borde. Se orilla, pone la palanca en Park, y cuando está a punto de abrir la puerta, dispuesto a coger las piedras y reventar los cristales de los nuevos ricos revolucionarios, mira por el retrovisor y ve que se aproximan dos hombres en sendas motos, cada uno con lo que parece ser una Glock .50 en sus manos.

¡Joder! Cierra la puerta, baja la palanca a D y arranca a toda velocidad hasta lograr escapar de un atraco seguro en pleno tránsito vehicular, como los muchos de los que ha escuchado Marín últimamente.

Maigualida Cárdenas de Maslow tiene cerca de dos horas en una cola en San Cristóbal para poner gasolina. Mientras espera se ha leído completo el libro de Mari Montes, «Lucía, la pelota que quería llegar al Salón de la Fama», que la distrae y alegra por un rato. Pero, al poco tiempo, la ira comienza a rugir en su estómago. Relee algunas páginas de nuevo para calmar su rabia e impaciencia. No se explica qué han hecho los tachirenses para merecer semejante calvario con el combustible. Voltea y ve la larguísima cola de autos tras ella y, sobre el asiento trasero, un diario de La Nación que habla en su primera página de una tarjeta con chip o algo así que tendrán que portar en el estado para poder cargar gasolina.

No puede leer bien porque la furia le nubla la vista. Agarra el diario y con parsimonia de psicópata, empieza a hacer una bola de papel, firmemente decidida a prenderle fuego y lanzarla a la estación de gasolina, una vez que haya llenado su tanque.

Mira al frente fúrica y comprueba que le faltan solo 3 carros para llegar al dispensador. En el momento en que está concentrada acariciando la bola incendiaria de papel, anticipando su venganza, suena el vallenato en su Blackberry que le anuncia que ha recibido un mensaje de texto. Mira y en la pantalla pone: Carlotica, Farmacia.

Abre la bandeja de mensajes y lee:

-Mareeekaaaa me acaba de llegar el Euthirox. Corre que te guardé 4 cajas pero si me las descubren me jodo y las venden. Apuraaaateeee!! Besitos.

Cuando termina de leer ya están despachándole la gasolina. Está feliz porque le quedaba solo una semana de tratamiento y no conseguía esa medicina que tiene que tomar de por vida para la tiroides y que, desde que Chávez decidió regularle el precio, no se consigue. El bombero le dice que son 3,50 bolívares. Saca un billete de cinco y sin esperar el vuelto hunde el acelerador para llegar rápido a la farmacia. La bola de papel, que sería una bomba de fuego, queda olvidada en el piso del puesto del copiloto.

En Caracas, Rafael González Maslow, al escuchar a la señora que le hace la limpieza una vez a la semana en su casa, con el llanto que casi la ahoga, contar cómo un supuesto médico cubano de la Misión Barrio Adentro le mató a su pequeño hijo al diagnosticarlo y tratarlo de manera errónea, siente que la ira se apodera de su alma. Está ciego de la furia que siente. Agarra unas botellas vacías y, a falta de gasolina, las llena, unas con perfume y alcohol, y otras con el poco kerosene que quedó del día que pintó su apartamento. Rasga una franela vieja y le embute tiras de trapo en los picos de las botellas para hacer una especie de mecha. Agarra un encendedor y el grupo de botellas preparadas, dispuesto a llegar a incendiar ese CDI que está a dos cuadras de su casa, clausurado porque los equipos hace más de año y medio se dañaron y no los han reparado y la dotación que se suponía debía llegar mensualmente, hace más de un año que no aparece.

Pero, cuando está a punto de abrir la puerta, suena el teléfono y la voz cantarina de la señorita de la agencia de automóviles te dice:

-Señor Rafael, ya nos llegó su carro. Pero no es el modelo económico que usted encargó hace año y medio. Ese no nos llegará no se sabe hasta cuándo.  Este tiene asientos de cuero, vidrios ahumados, alfombras y equipo de sonido con MP3. Cuesta 125 mil bolívares más. No sé si está interesado.

-Sí, sí, sí. ¡Claro que estoy interesado! Imagínate si tengo año y medio esperando y nada que conseguía carro.

-Bueno, entonces tiene que venir inmediatamente a firmar la compra porque tengo una lista de espera de 125 clientes y, a lo que vean que tengo una unidad, van a venir a arrancármelo de las manos de una vez.

Sin pensarlo dos veces, Rafael con una sonrisa en la cara, suelta las molotov y el encendedor dentro del fregadero. No puede creerlo. Se acabó la angustia de andar en taxis y carros por puesto, siempre asustado, esperando que vuelvan a ponerle un revólver en la sien para robarlo mientras lo “ruletean” por la ciudad y lo dejan tirado en el primer descampado que aparezca. Asustado, sin medio y sin celular para llamar a alguien. Ese miedo se acabó. Ya tiene su auto.

Una vez en la casa, uno con el pote de leche de los chamos, otro con el aceite de maíz de un mes, Maigualida con 4 meses de su escaso tratamiento para la tiroides, aquel con la satisfacción de haber salvado la vida y superado una vez más el día y Rafael con el olor a carro nuevo todavía pegado de la nariz,  lo menos que quieren saber es de Aponte Aponte, de Velásquez Alvaray, de los CDI abandonados y enmontados, de los falsos médicos cubanos, de las cadenas de televisión o de los nuevos ricos revolucionarios. Están pletóricos, felices, por haber alcanzado esos pequeños grandes logros.

Se dan un baño con agua tibia. Se preparan una rica cena. Encienden el televisor y ponen la “Ruleta de la Suerte” o “Aquí no hay quién viva” en Antena 3 para ver, por décima quinta, vez el mismo capítulo de la serie. Nada de noticieros nacionales,  ni malas nuevas que les amarguen el día y les quiten el sabor a triunfo, ahora más que nunca sienten bullir los genes de Maslow en sus organismos.

Este ralato forma parte del libro «¿Dónde queda Venezuela?» disponible en amazon y en libros en un click

La violencia se acerca, te rodea, está más próxima.

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Foto de la serie Duo de Fernando Bracho Bracho

Este post, sobre la politización del tema de la delincuencia y la inseguridad, había pensado hacerlo en un tono enardecido, airado, con la rabia y la indignación que me produjeron las palabras que un tuitero le remitiera a Alfredo Romero cuando hace unos días comentaba en la red social, sobre el violento robo del cual fue objeto una familia en Caracas, a quienes amordazaron y maltrataron en su vivienda mientras los despojaban de todo lo de valor que encontraran a su paso.

Alfredo apoyaba sus tuits con fotos de las muñecas marcadas por las ataduras y de los T-rapes que usaron para someter a las cinco personas de la vivienda de Lomas de Mirador.

Yo quería gritar en estas líneas ¿cómo se atreve, en este país, un chavista a decir que “NO SE POLITICE CON ESO”?

Siempre, cuando alguien se atreve a denunciar ante los medios de comunicación o a través de las redes sociales algún evento delictivo, salta algún seguidor del régimen con la lección aprendida a enarbolar la bandera de la necesidad de no «politizar» el hecho.

Esta ha sido la mejor manera que ha conseguido el oficialismo para desacreditar la denuncia y restarle importancia: decir que “Se está politizando el asunto”, e inmediatamente exigen que no se use la inseguridad con “fines electorales”.

De esta forma pretenden, además de minimizar el impacto de la denuncia, acallar a quienes se atreven a levantar su voz contra un gobierno que en 14 años no sólo no ha podido controlar la inseguridad, sino que ha permitido de brazos cruzados que esta aumente a niveles exorbitantes, con una indolencia y desidia que, en muchos casos pareciera intencional.

Yo quería hacer uso de la ironía y del sarcasmo para decirle a esos chavistas que lo sentimos mucho pero que sí vamos a politizar la inseguridad y sí vamos a hacerle ver a los venezolanos que no es comprensible, desde ningún punto de vista, que sigan votando por un hombre que ve, o mejor dicho, se hace el que no ve, cómo la violencia callejera le está arrebatando la vida a jóvenes y viejos de este país.

¡Coño, que son 14 años! ¡Casi tres gobiernos de los de la cuarta! Media vida de esa persona que mataron a los 30 años para arrebatarle un Blackberry. Una vida de aquel chamo de 15 que murió porque a un malandro que se atravesó en su camino, le gustó la copia baratona de los zapatos Nike que llevaba puestos.

14 eternos años de un régimen al que no se le ve por ningún lado la intención de ponerle freno a la violencia y a la inseguridad. 14 años donde hemos tenido que aumentar la altura de los muros de nuestras viviendas, coronarlos con cercos electrificados, echar mano de rejas, pérgolas, santamarías, multilocks y circuitos cerrados de video para convertir nuestras casas en cárceles mientras los delincuentes andan armados por la calle con total descaro e impunidad y sin que estos sistemas sofisticados de protección los amedrenten.

Los delincuentes tienen el control, son los dueños del país. Si la casa es una caja fuerte imposible de penetrar pues, sencillamente, esperan en las sombras, a veces a plena luz del día a que la víctima llegue y, con armas de guerra, con las que no cuenta la policía, la someten, la obligan a entrar y, si el objetivo tiene suerte, termina solo con las marcas de las ataduras y uno que otro moretón producido por los golpes propinados por el solo gusto del malhechor. Eso en el mejor de los casos, porque muchos son los que no viven para contarlo o quedan heridos de muerte.

Quería ser contundente y fuerte con mi texto pero ni la ironía ni el sarcasmo acuden a mí al momento de escribir. Las últimas noticias me han dejado con una sensación tan grande de vacío, de impotencia, de cansancio, de hastío, que ni siquiera puedo sentir rabia, no tengo aliento ni para gritar siquiera.

Es demasiado fuerte sentir que la violencia se te acerca, te rodea, cada vez está más próxima. Así, de buenas a primeras, un día, almorzando te enteras que a la hija de unos amigos y a su esposo los secuestraron y a la mañana siguiente amanecieron muertos, ahogados en el lago.

A las dos horas de conocida la noticia, otra amiga te cuenta que la familia de una de las personas que permanecen secuestradas en el país está desesperada porque no tienen los mil quinientos millones de bolívares que piden los secuestrados. Piensas en la cantidad y tratas de entenderla, no sabes si hablan de bolívares fuertes o de bolívares viejos, ya no importa, sea como sea es mucho dinero. Es una cifra que tu cabeza de trabajador de clase media no puede procesar.

Y para rematar el día, llega otra amiga y afligida te cuenta que el joven abogado al  que secuestraron ayer, de 27 años es su cliente y amigo. Un jodedor, un pana.

Entonces ya no queda aliento para gritar, ya no hay espacio para la ironía ni para el sarcasmo. Esa capacidad también te la han arrebatado.

Solo hay un dolor, una tristeza, un miedo. Solo puedes pensar en esos padres que llegarán de Europa para conseguir que ahora cuentan un descendiente menos,  gracias a la violencia de este país, en esos hijos que perdieron a sus dos progenitores de manera tan atroz. En los padres que viven con la terrible angustia de no saber qué está pasando con sus hijos en manos de los secuestradores.

Enciendes la radio y la piel se te eriza al escuchar que este año ya suman 18 los secuestrados, la mente se te embota y oyes como entre sueños la siguiente información que habla acerca de unas encuestas que están circulando y en las que dicen que si las elecciones fueran hoy Chávez ganaría con el no sabes cuánto por ciento.

Entonces, no puedes evitar preguntarte qué nos está pasando, ¿es que acaso hemos perdido todo sentido de amor por la vida? ¿Ya no nos queda ni siquiera el más pequeño instinto de supervivencia? ¿600 bolívares al mes obtenidos sin trabajar de una misión del gobierno son suficientes para que despreciemos tanto la vida?

Solo puedo terminar parafraseando un tuit que posteé hace unos cuantos días en la red del microblogging:

La gente ha dejado de trabajar y producir para esperar la limosna del gobierno. Por eso, aunque estén comiendo ñoña o los maten, siguen queriendo a  Chávez y votando por él. #VayaPalaMierda.

¿Saben una vaina? Yo también #Meiríademasiado

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Cuando el sábado subí al facebook, con el comentario que copiaré aquí más adelante, un artículo de Milagros Socorro con su “opinión personal” sobre el video “Caracas ciudad de despedidas”, pensé que con eso daría por despachado el tema y no se me había ocurrido escribir sobre el asunto en mi blog pues han sido muchos los artículos de opinión en prensa y web que han surgido al respecto y, para mí, el tema estaba como agotado al encontrar tanta abundancia de escritos, saturado con textos y comentarios en las redes sociales. Algunos artículos mejores que otros, unos de escritores y periodistas reconocidos como la propia Milagros o como Rafael Osío Cabrices -quien también le dedicó al video un post en su blog que, al momento de yo escribir estas líneas, ya lleva al pie 157 comentarios de sus lectores- y otros de personas menos populares, pero todos girando en torno al video de las despedidas.

Escribí en mi muro, para presentar el artículo de la Socorro: “¡Bravo! Debo confesar que cuando tropecé por primera vez con el video, lo paré a los pocos segundos de haber empezado y pensé: “Esta historia me la sé y no me interesa verla”. Luego, con la insistencia en Twitter denigrando de la película, burlándose de los muchachos que la hicieron y de los que dieron su testimonio, me tomé el tiempo de verla y llegué a la conclusión de que en esa pieza audiovisual es mucho más impactante lo que no se ve que lo que nos muestra. Está allí presentada de manera tal vez un poco torpe en la forma de expresarla una angustia que no solo atormenta a los chamos de Caracas, sino a los de todo el país. La angustia de sentirse en un lugar que no les ofrece un futuro y en cuyo presente no se pueden desarrollar a plenitud. Un país del que más que querer irse, sienten que los están expulsando. También pensé al ver que los testimonios los dan “hijos de papá” del este, como los estigmatizan en las redes, en esos “hijos de mamá” del oeste que seguramente también quisieran despedirse de Caracas y del país pero no tienen los medios para hacerlo. No nos gusta vernos cómo realmente somos, creo yo, y el video nos muestra algo que nos escandaliza por lo fatuo de los planteamientos pero eso también somos. En muchos casos fatuos, fútiles, y algunos quisieran poder sacar de Caracas a gente como la que da su testimonio en el video. Por eso digo que más dice lo que no muestra el video que lo que muestra que, al final, si lo hubieran querido, con edición y locución lo habrían enmendado pero prefirieron mostrarlo tal cual”.

No pensé en volver sobre el asunto hasta hoy, cuando al abrir el Facebook me consigo con que han creado una página que se llama “Me iría demasiado” en clara alusión a una de las frases expresadas en el video por uno de los entrevistados y destinada a mofarse no sólo del video, sino de sus realizadores y de quienes, de manera honesta, ofrecieron sus pareceres y opiniones a los que hacían el audiovisual y, no conforme con esto, al revisar mi muro, encuentro que el periodista de CNN, Carlos Montero, ha publicado en su página:

“¿Vieron el video «Caracas, ciudad de despedidas»? Me gustaría saber que les parece. Mañana lo analizaremos con Fernando Ramos, enviado especial de CNN a Venezuela”.

Y a continuación postea el video con la coletilla que reza:

“aquí el infame “documental” sobre Caracas ciudad de despedidas que tuvo más dislikes que reproducciones LOL”.

Al ver todo esto, no pude evitar preguntarme ¿Qué carajos nos está pasando? ¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿Qué país es este?

¿Con qué derecho nos atrevemos a menospreciar, denigrar, maltratar, acosar, destruir a unos muchachos que lo único que hicieron fue expresar una opinión y manifestar una angustia, válida por lo demás, por la vida que se les está ofreciendo en un país donde en cualquier esquina parece haber una bala con nuestro nombre?

¿Qué país es este, donde ya vamos para una semana hablando de un video de poco más de siete minutos que no debería ofender a nadie porque allí solamente se muestra una verdad y una parte de una país, mientras que sale un exmagistrado del Tribunal Supremo de Justicia como Aponte Aponte a enseñarnos la gravedad del sistema judicial por el que nos regimos y la inmundicia del régimen que nos gobierna y con dos días de comentarios y unos cuantos artículos que casi nadie ni comentó, despachamos el asunto como si habláramos de la telenovela de moda?

¿Con qué derecho acosamos a estos muchachos del video por “sifrinos” y “superficiales” en un país donde el libro sobre comportamiento social y etiqueta de Titina Penzini donde al parecer nos enseña algo tan importante como “cómo sostener con una misma mano la copa de vino y el Blackberry para dejar libre la otra y así poder saludar a quienes se nos acerquen” se ha agotado en las librerías y en Twitter muchos darían lo que fuera porque la socialité les dedicara el más mínimo comentario?

¿Cómo Melissa Rausseo desde el sesudísimo programa “Sabado en la noche” se atreve a hablar, con su mandibuleo particular y sus piernitas cruzadas a lo miss, sobre los “sifrinos” del video?

¿Cómo se ha, prácticamente, obligado a los muchachos a retirar su video de Youtube por el acoso al que los sometimos por «superficiales» y “apátridas” porque se quieren ir a buscar un poco de seguridad y calidad de vida en otro país, después de que Venezuela entera contempló casi sin inmutarse cómo Franklin Brito perdía su vida en una huelga de hambre clamando por justicia?

Nos burlamos del “Me iría demasiado” del muchacho y estoy seguro que muchos de los que lo hacen, hace unos 20 años habrían dicho “Me iría burda” o “tomaría sendo avión y me iría”, o hace poco habría dicho “Bueno, yo tipo me iría”. Muchos venimos de aquella “generación boba” de Chirinos y ya sabemos en qué paró el exrector.

Comunicado de los realizadores de CCDD

Lo que diferencia a estos jóvenes es que lo dijeron ante unas cámaras y los realizadores lo pusieron tal como sucedió. Podrían haberlo editado, podrían haberles dado un texto escrito con palabrotas esdrújulas de esas que tanto parecen gustar a la intelectualidad del país, podrían haber presumido de profundidad, pero optaron por mostrarlo tal y como pasó. Y por eso los crucificamos. Los estigmatizamos diciéndoles “hijos de papá y mamá” porque nos acostumbramos a vivir en un país donde la mayoría son hijos solo de mamá y, en muchas familias, varios “hijos de mamá” con diferentes padres, todos ausentes.

Acaso esos muchachos de los barrios de Caracas, mensajeros de oficina que se gastan su sueldo de un mes en un par de zapatos Nike, no deben haber dicho también “Me iría demasiado” cuando los apuntan con un revólver para quitarles sus “pisos”. Tal vez el mandibuleo de estos sea menos pronunciado, a lo mejor un poco más malandreado el tono y, posiblemente, le agregarían al final a la frase: “De esta mielda”. Pero la intención y la angustia es la misma.

Inti Acevedo (@Inti) tuvo hace poco un terrible suceso en su casa, un robo en el que los amordazaron,  y en uno de sus tuits dijo que se iría del país y todos lo entendimos, lo apoyamos, le dimos palabras de consuelo. ¡Ah claro! pero es @Inti, el gurú de internet, el pana de muchos tuiteros. Pero los muchachos del audiovisiual manifiestan el mismo deseo y la misma angustia y los tildamos de “Sifrinos”, “Apátridas”, les decimos que se larguen, los despreciamos.

Imagino que después de todo este acoso esos muchachos además de quererse largar del país deben tener pavor de salir a la calle y que las hordas que los han insultado desde las redes sociales los agredan físicamente.

¿Es que nos hemos vuelto tan obtusos que ni siquiera somos capaces de entender una metáfora. Buena o mala, pero metáfora? Entonces un joven dice “me quiero ir porque quiero poder salir a las 3 de la mañana de una rumba” y lo tomamos al pie de la letra, no tenemos la capacidad de ir un poco más allá de esas palabras y entender que quiere decir que anhela vivir en un país seguro donde pueda salir a cualquier hora sin el terror de ser matado o, en el mejor de los casos, robado. No somos capaces de entender que esa frase encierra un deseo de poder salir con sus zapatos de marca, con su teléfono, con su Ipad, con su salario de motorizado, vendedor, lavacarros, o lo que sea, en la cartera sin el terror a su espalda.

La otra dice que quisiera sacar de Caracas a la gente o irse y llevarse en una cajita lo que le gusta de la ciudad, o algo parecido, y no podemos ver que lo que expresa es un profundo amor por esa ciudad en la que vive y quiere vivir y, como se le ha hecho tan invivible, quisiera poderla hacer a su gusto para disfrutarla sin tener que dejarla. Sin tener que irse porque más que querer irse lo que siente es que el país la está echando.

En fin, que no entiendo en qué nos hemos convertido. Veo lo sucedido con “Caracas ciudad de despedidas” sobre el que incluso opinan muchos que ni siquiera lo han visto, y digo “¡un poquito de por favor!”. No puedo menos que pensar (como muchas veces lo he pensado, por los mismos motivos que esos muchachos) que, de no ser porque no tengo papeles para estar legal en ninguna otra parte del mundo, yo también “me iría demasiado”.

“Por estas calles” – “A mi hermano lo mataron” – ‎#FuerzaOneChot

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Esta historia puede escribirse de atrás para adelante o de adelante para atrás. Puede empezar en 1992 con “Por estas calles”, la telenovela de RCTV original de Ibsen Martínez, que nos retrataba descarnadamente como país perfectamente resumida en la canción de Yordano, pasar por el video del presidente con el niño de dos años que en cadena nacional desnuda con dos frases una realidad

@Taru_Small: Aquí una imagen para la reflexión sobre el caso de #OneChot (Tomado del Twitter)

del país cuando dice (A mi hermano) “Lo mataron” y más adelante agrega: (Mi mamá) “No tiene casa” y terminar con la tragedia vivida por OneChot al ser víctima de un asalto.

Pero el orden puede ser inverso. Al final, el resultado va a ser el mismo: Una historia de violencia, dolor, impunidad, impotencia… ¿Resignación?

Hoy nos despertamos con la terrible noticia de que el creador Juan David Chacón, “OneChot”, se encuentra recluido en el área de cuidados intensivos de una clínica luego de que en la madrugada recibiera un disparo en la cabeza para robarlo.  La noticia rodó velozmente por las redes sociales y llegó a ser “trending topic” mundial en pocas horas. El país y el mundo se conmocionaron con lo sucedido. Su video “Rotten Town” con una importante carga de violencia pareció convertirse en una premonición.

Mientras tanto,  en los medios oficialistas pasan el 27 y 28 de febrero recordando los terribles sucesos del Caracazo. Programa tras programa se dedican a mostrar las violentas escenas de la locura que durante dos días invadió a la capital del país cuando la gente en una especie de arrebato colectivo se lanzó a las calles a saquear, robar, en un desenfreno nunca antes conocido y los medios policiales del Estado a reprimir de manera implacable y violenta, dejando como saldo innumerables muertos y heridos que al día de hoy claman por justicia, y cuantiosas pérdidas económicas para todos los sectores del país.

Todo lo que se ve en la pantalla oficial solo tiende de manera indirecta, algunas veces, y completamente explícita, en otras, a tratar de justificar el robo, el saqueo y la violencia, amparados en el hambruna que vivían los sectores más desposeídos del país. Es el discurso que hemos venido escuchando desde los altos estratos del poder desde hace 13 años. Abiertamente o entrelíneas nos dicen: “Si tienes hambre, roba”.

Allí vi a una Vanessa Davies que se ponía las manos en la cara para con gran dolor decir que lo del “Caracazo” son recuerdos que no quiere recordar. Y a un Mario Silva escandalizado porque a un compañero de trabajo suyo lo botaron porque se robó en ese entonces 20 kilos de carne y los escondió en el sótano del edificio de su lugar de labores.

Pero por ningún lado vi que se pusieran las manos en la cabeza en muestra de horror por la terrible historia del niño de dos años que desencaja por completo al presidente cuando le dice que a su hermano “lo mataron”. Para esos medios parece que no existió la historia. Chávez tartamudeó, perdió el hilo de lo que decía, evidentemente estaba en shock por lo que acababa de escuchar de la inocente boca infantil que comentaba que a su hermano lo mataron con la misma naturalidad que podría contar que se acababa de comer un caramelo.

Chávez trata de recomponerse. Sabe que está en cadena nacional y como buen showman, animando un evento electorero, debe cumplir a cabalidad la manida frase “El show debe continuar”. Endereza el capote y sale del trance, pero al país le quedo clavada en el alma la imagen de la criatura, que, no conforme, mas adelante complementa diciendo que su mamá «no tiene casa».

Esto conmovió al país. Bueno, a parte del país porque para los medios oficiales la “anécdota” no sucedió. Como no sucedió el disparo dado en la cabeza  a “OneChot” para robarlo. Para estos medios solo existe por estos días el “Caracazo” y el cáncer de Chávez.

A la enfermedad del presidente le han dedicado incontables horas de programación, incluyendo cadenas de medios, y shows montados muy por el estilo del visto en televisión hace poco cuando murió el dictador Coreano. La despedida de Chávez para someterse a operación de la lesión en Cuba fue la única noticia importante para los medios del Estado.

Sin duda, el cáncer del presidente puede ser muy lamentable para muchos, pero ese es un hecho “natural”, inevitable. Es una enfermedad que debe ser tratada, nada más. La muerte del hermano del niño del video, el disparo en la cabeza del artista, el niño que asustado por disparos corre a esconderse en su rancho y allí, aterrorizado, lo alcanza una bala y lo mata, eso, no es “natural” aunque de tanto vivirlo pareciera serlo. Eso es responsabilidad del Estado. Un Estado que, al decir de algunos, propicia, alcahuetea y aúpa la violencia porque un pueblo sometido por el miedo es mucho más difícil que reaccione a la realidad que lo abate y más fácil de controlar.

La violencia se nos ha hecho tan cotidiana que ya deja de ser noticia. Los medios no se dan abasto para detallar los casos, los ciudadanos que mueren terminan siendo solo un guarismo que engrosa una cifra semanal. 50, 75, 83 muertes el fin de semana son los titulares habituales. Ya las víctimas de la violencia no tienen nombre, se hace imposible nombrarlas. Solo cuando sucede a alguien como al  cantante de reggae, a un personaje público o cuando la violencia del hecho traspasa los límites del realismo mágico o de lo real maravilloso, un caso particular es destacado.

En estos 20 años transcurridos desde que la telenovela “Por estas calles” nos diera una bofetada como país al mostrarnos la realidad de los barrios y de la pobreza en Venezuela, lo único que ha cambiado es el número de víctimas al mes que aumenta sin parar, el nivel de la agresividad con la que se acometen los hechos delictivos, la edad de quienes ejecutan los asesinatos y robos que cada vez son menores. Entonces, veo el video de OneChot, escucho la canción de Yordano que cada día tiene más vigencia y lo único que puedo hacer es mirar al cielo, rezar porque los míos lleguen salvos a casa cada tarde e implorar porque, algún día, algo pase…

JJ y yo

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La imagen es de  http://t.co/jNEvzAQ

Jean Jacques es un francés que tiene toda la vida viviendo en Maracaibo, donde quienes lo conocemos lo llamamos “Jota Jota” (JJ) por las iniciales de sus nombres, como es evidente.

Él, una vez al mes, a veces cada 15 días, aparece por mi tienda a comprar algunas cosas para sus animalitos porque le encantan los pájaros y los perros y tiene unos cuantos en su casa.

Siempre que va, nos instalamos a conversar. Largas y amenas charlas que generalmente comienzan relacionadas con animales y, como es habitual en nuestro país, sin darnos cuenta, derivan en política y sobre la situación de Venezuela.

JJ, como yo, es opositor a Chávez, aunque él tiende a ser bastante más radical en sus posturas, con sus erres guturales y arrastradas, asoma siempre algunas salidas que no puedo mencionar aquí sin que se diga que hay en mi post incitación a la rebelión o al magnicidio pero que son a veces incontrastables con su físico, incluso llegan a sonar medio cómicas, al escuchárselas a un hombre que debe estar cerca del 1.60 metros de estaturas, de voz suave y cabello que ya comienza a pintar canas como los pelos del candado que se deja crecer con esmerado cuidado en la cara.

La última vez que llegó a comprar el alpiste y el girasol para sus loros, pericos y agapornis, como de costumbre, terminamos hablando de la inseguridad, de la violencia cada vez más propagada por el país, de Chávez y su empeño en llevar a Venezuela por un despeñadero…

JJ -En Francia esto no se aguantaría –decía con su perfecto español matizado por las “erres” francesas-. Allá la gente no se anda con pendejadas. Yo soy del sur y si un gobierno francés se atreviera a hacer algo contra los cultivadores de uvas, ellos agarrarían sus tractores y se irían a París en caravana a protestar. Incendiarían parís. Aquí no, los venezolanos se han dejado quitar todos sin chistar, son medio bolsas.

Cuando dijo eso recordé que un tiempo atrás él se vio obligado a andar armado para ir a llevar y buscar a su esposa al trabajo pues ella es trabajadora del sistema de justicia y unos delincuentes la tenían amenazada de muerte.

Yo -No entiendo cómo es que ustedes siguen viviendo en este país. Después de todo lo que han pasado, teniendo nacionalidad europea y suficientes recursos para establecerse en Francia, cómo es que continúan aquí, viviendo en este miedo, en este país que se ha vuelto invivible para la mayoría.

JJ -No. Yo no me voy de aquí. En Francia la vida no es fácil. Allá es todo complicado y en cualquier momento se desata la violencia que puede desencadenar una guerra. Si eso pasa yo no quiero estar por allá.

Yo -¿Pero no es lo mismo que vivir aquí y que en cualquier momento te maten para quitarte un reloj?

JJ –No. Allá todo es regido por normas y leyes. Por ejemplo, si tu montas una tienda de estas y no te va bien, y quieres vender aquí zapatos, la ley no te lo permitiría.

Yo –¡Pero aquí tampoco! Si el registro de comercio no dice que puedes vender zapatos, no puedes hacerlo según la Ley-

JJ –Pero lo haces y no pasa nada. Allá te multan y te cierran…

Yo –Precisamente, porque se cumple la ley no como aquí que todo el mundo hace lo que le da la gana, nadie cumple las leyes, hay impunidad en todos los niveles. Eso es lo que ha llevado el país a la situación actual.

JJ -Aquí tengo una calidad de vida que no puedo tener allá porque ese es un país en crisis económica y no creo que la unión europea se mantenga por mucho tiempo. Eso va a terminar en cualquier momento.

Yo -Pero ¿de qué calidad de vida me hablas si aquí no puedes ni siquiera salir a comer tranquilo a la calle por el miedo a la inseguridad? Yo preferiría vivir en un país donde puediese salir tranquilo a la calle a tomarme un café.

JJ -Allá no podrás tomarte el café porque es muy caro. Aquí uno puede hacer dinero, allá no.

Yo -Bueno, trabajando legalmente aquí nadie se hace rico. Puede vivir más o menos bien pero para tener riqueza hay que ser corrupto. O, por lo menos, no muy legal ni con muchos escrúpulos.

JJ -Allá no podrías hacer el dinero que haces aquí. Uno no puede ni siquiera trabajar cuando a uno le dé la gana porque la ley dice cuántas horas se trabajan y cuántos días a la semana. Tu aquí tienes alguien que te limpia y te trabaja, allá tendrías que hacerlo todo tu. Tendrías que trabajar muchísimo. Y todo el sistema allá está controlado por leyes y normas.

Yo -Bueno, pero si justamente yo lo que quiero es vivir en un país donde se cumplan las leyes. Donde no haya tanta impunidad. Un país donde tirar una lata a la calle, o pasarse una luz roja tenga consecuencias. Porque la impunidad reinante desde lo más simple y cotidiano es lo que ha destruido este país. No creo que allá tenga que trabajar más que aquí que trabajo los siete días de la semana todo el año hasta las 7 de la noche y ¿de qué me sirve hacer dinero aquí si no puedo disfrutarlo por el miedo a la delincuencia? Si uno tiene mucho, incluso corre el riesgo del secuestro. Estoy cansado de pensar todos los días si al próximo que le abra la puerta de la tienda será el que me va a atracar. Aquí puedes tener dinero para comprar joyas pero no las puedes usar. Hay gente que ha llegado a hacer discotecas dentro de sus casas para que sus hijos no salgan y no se arriesguen a secuestros o robos. Eso no es vida.

JJ -Allá no usarás joyas porque no tendrás para comprarlas. Yo ya me acostumbré a no usar nada. Salgo sin reloj ni cadenas, ni nada.

Yo -No entiendo eso. Preferiría no tener para comprar joyas pero poder salir tranquilo a la calle. Vivir sin miedo. Aquí, hace poco, dentro de una tienda en un Mall atracaron con un revólver a una mujer y la dejaron sin cartera, joyas y teléfono. Eso no es calidad de vida. Entonces lo que les queda, a quienes pueden, es, de vez en cuando, viajar fuera del país para poder disfrutar un poco la vida con tranquilidad.

JJ -Es que no hay calidad de vida. Eso es lo que hacemos mi mujer y yo. Cuando ya todo se nos hace muy pesado, nos vamos un tiempo de viaje para poder sobrellevar el stress y lo mal que uno vive aquí. Pero tu me vas a disculpar, los venezolanos son unos brutos. ¿Cómo es posible que todo esté en el suelo y que la gente siga votando por Chávez?

Yo -No somos brutos. El problema es que del lado de la oposición tampoco les ofrecen nada diferente. Los que no están contentos con el gobierno tampoco ven una opción distinta de parte de la oposición. Hoy me dijo una tipa chavista que distribuye granos, cansada de lo que pasa: «Yo estoy «acogotada» por lo que está pasando y mis jefes que eran chavistas también, pero me calé completico el fulano debate y de allí no sale nada. No hay propuestas que me digan que esto va a cambiar. Entonces, para poner a un loco nuevo, mejor me quedo con este loco».

JJ -Bueno, eso también es verdad. La oposición está como embobada y no hacen nada. Como los que mandan aquí en el Zulia, que no han servido para nada. Años en el gobierno y la ciudad y el estado en ruinas. Aquí habría que elegir el alcalde de un lado y el gobernador del otro para ver si así funcionan. Pero de todos modos, hay que ser bestias y brutos para que Chávez siga ganando.

Yo -No son brutos. Se van por lo seguro. Si la oposición no le ofrece una opción realmente diferente, sino más Copei y más AD, prefieren seguir con lo que tienen. Si yo tengo una vaca flaca a la que conozco y me da un litro de leche diario y vienen y, para cambiar, me ofrecen una vaca flaca, que no conozco y que me dará el mismo litro de leche, pues me quedo con la vaca que conozco y sé que me da mi litro diario.

Al final, JJ tomó sus paquetes, se despidió y salió seguro de que de este país no se va porque él -como el papá de una amiga con pasaporte de la Comunidad Europea a quien hace poco amordazaron en su casa y lo golpearon para robarlo, pero no se va- dice que esto es un paraíso que lo único malo que tiene es la dirigencia política que no ha servido y la brutalidad de quienes votan por Chávez. Yo me quedo convencido que tarde o temprano, de una manera u otra terminaré yéndome de Venezuela y, por lo tanto, tengo que pensar en mi «plan B».

Buscando un enchufe, encontré un país

Eran casi las diez de la noche. A medida que nos íbamos adentrando en el barrio la tensión en el ambiente se hacía más espesa, se sentía a través de los vidrios ahumados del carro y a pesar del aire acondicionado.

Aunque no había llovido en el día, la calle estaba mojada y bajo el agua los cauchos acusaban la irregularidad del pavimento, cuyos abundantes huecos hacían que el carro diera botes y nos obligaban a ir a mínima velocidad.

En la soledad de la calle, vimos unas mujeres sentadas al frente de su casa junto a una mesa en la que se encontraba un termo de café. Evidentemente, la bebida no era más que una mampara para el verdadero negocio que las mantenía a esas horas allí y que les es mucho más rentable que la venta de vasitos de café: las drogas.

Nos aproximamos a la acera para preguntarles qué tan lejos se encontraba nuestro destino y, al bajar el vidrio, un vapor pestilente entró en el carro. El agua que cubría el pavimento provenía de algún tubo de aguas negras que, vaya usted a saber desde cuando, se encontraba roto.

A las dos mujeres no parecía incomodarles la pudrición, ¡el olfato es un sentido que se acostumbra tan pronto a todo!

-¿Buenas noches, dónde queda la ferretería “El marañero”?

-¿”El Marañero”? -dijeron ambas a coro y se miraron extrañadas.

-Sí, así nos dijeron que se llama. O “El Maraña”.

-¡Ah, Maraña! Sí, es al final del la calle, todavía faltan unas cuantas cuadras. Sigan derecho.

Agradecimos la indicación, subimos los vidrios con la náuseas alborotadas por el hedor y con los vellos de los brazos y la nuca cada vez más erizados por la tensión y el susto. Continuamos lentamente recorriendo la ahuecada vía hasta alcanzar nuestro objetivo.

Llegamos al final de la calle, un montículo de arena y ladrillos abarcaba más de la mitad de la vía, supusimos que una de esas casas que lo circundaban debía ser la de “Maraña”. Pasamos la pequeña montaña y me bajé, con los cojones en el cuello, a preguntar en la primera casa que mostró síntomas de vida, por el famoso maraña.

-¿Quién lo busca? –preguntó una joven como de 16 años.

-Es que me dijeron que él podía tener un enchufe trifásico que necesito – dije, sintiendo que la voz me salían en un hilito imperceptible.

Dentro de la vivienda se empezó a notar movimiento al sentir una presencia extraña. Salió una señora que nos informó que “Maraña” se encontraba haciendo un trabajo lejos, estaba llevando una mudanza hacia el sur de la ciudad pero que los muchachos que estaban estacionando un camión en la casa del frente tenían llave de la ferretería y nos podrían vender el anhelado enchufe.

Crucé la calle mientras Cristian se mantenía en el carro con el motor encendido y los vidrios arriba, saludé a los dos muchachos que estaban descargando el camión y le pregunté si podían venderme el enchufe.

-Yo creo que de esos no hay, pero esperen un momentico que ya “Maraña” está por llegar. El venía detrás de nosotros así que en un ratico está aquí.

Yo ya estaba tan asustado que pensé en subirme al carro y que nos fuéramos de allí de una vez pero me pareció que podía ser más peligroso arrancar así, intempestivamente, que esperar al hombre. Sin darme cuenta, la cuadra se fue llenando de jóvenes y calculo que aparecieron como unos 8 o 10 que comenzaron a hablar y echar cuentos entre ellos mientras yo aparentaba normalidad y permanecía junto al grupo. Uno de ellos que estaba muy divertido echando un cuento acerca de su encuentro un rato antes con la policía, dijo entre risas:

-Entonces yo le dije al tipo: “No señor marihuana, yo no estoy fumando policía”.

Todos rieron a carcajadas, yo traté de esbozar una sonrisa pero no sé si lo conseguí, sentía que los músculos de la cara no me respondían.

-¿Y usted vino recomendado por quién? –me preguntó el muchacho que tenía al lado, agregando inmediatamente de manera enfática –Porque usted no es de por aquí.

————o————

Toda esta historia comenzó el día anterior.

Después de un increíble mes de vacaciones por Estados Unidos, al llegar a la casa con la mente aún embotada por el viaje y por las maravillosas experiencias vividas en varias ciudades del imperio, cuando ya eran como las 12 de la noche y el aire acondicionado del cuarto tenía cerca de cuatro horas encendido, comenzó a oler a plástico quemado.  Algo no estaba funcionando bien con el aparato. Lo apagué. Esperé unos minutos y lo volví a encender. Nada. El aire acababa de fallecer y me esperaba por delante una calurosa noche aderezada con los altos índices de humedad que ofrece el clima marabino.

Al día siguiente, luego de maldormir, salimos a ver precios de aparatos de aire, consultamos varias ventas de electrodomésticos y, sin tomar aún una decisión, nos fuimos a trabajar. Luego de un mes de vacaciones es mucho el trabajo atrasado y las cosas que hay que poner al día así que el día estuvo bastante ajetreado y, sin darme cuenta, ya eran las cinco de la tarde, las tiendas cierran a las seis y no habíamos comprado el aire.

Aterrado ante la idea de pasar otra noche de calor sofocante después de tan agotador día, le dije a Cristian que corriera a comprar el aparato antes que la tienda cerrara, llamé, confirmé precio, hora de cierre y que tuvieran en existencia y Cristian se fue a comprarlo llegando al lugar unos 20 minutos antes de que cerraran.

A eso de las ocho de la noche estábamos llegando al apartamento, descargando el pesado aparato y subiéndolo por las escaleras. Agotados pero felices de haber podido cumplir con nuestro cometido. Rompí las cintas y la caja que envolvían al aire y, cuando ya nos disponíamos a instalarlo en el hueco de la pared destinado para tal fin, sucede la tragedia:

-¡Coño de la madre! –Grito- ¡Esta vaina no tiene enchufe!

La punta del cable tenía tres pelos con unos garfios de metal, el enchufe había que comprarlo por separado, de acuerdo a la toma de corriente que uno tuviera en su casa y el desgraciado que nos lo vendió no nos pudo advertir eso temprano, cuando todavía teníamos tiempo para ir a algún sitio a comprar el bendito enchufe.

Llamé a varios sitios y, los que no estaban cerrados ya, estaban a punto de hacerlo y no nos daría tiempo de llegar. Llamé al técnico de aire que es panita para ver si me podía sacar del apuro pero él tampoco tenía enchufe. Luego de pensar y pensar decidimos acercarnos a un barrio cercano que aunque un amigo que vive allí nos había advertido que era peligroso, no nos lo parecía tanto como para detenernos.

Allí fuimos a dar a una venta de periquitos para autos que abre 24 horas pues, en nuestro desespero, guardábamos la esperanza que, a pesar de que no era su ramo, tal vez el tipo tuviera un enchufe de tres patas para vendernos.

Pues no. El hombre no tenía el ansiado enchufe pero muy amablemente nos recomendó que fuésemos al final del barrio, a donde “El Maraña”, que tenía una ferretería en su casa y seguramente contaba con el pequeño y atesorado artículo.

No sé si era por efecto del largo viaje o de las prolongadas  vacaciones que nuestra mente estaba como embotada y no nos permitía pensar con claridad o si el terror a pasar una noche de calor abrasador nos hacía temerarios. Ni siquiera atendí al consejo de una hermana que, al enterarse del nuestro drama nos recomendó que pasáramos la noche en un hotel y al día siguiente resolviéramos el problema de la instalación del aire. Consejo que al día siguiente me repitió un hombre en la cola del banco cuando contaba lo sucedido.

-Para la próxima váyase a un hotel, esa aventura fue demasiado peligrosa. Suerte tiene de estar contándola. -Dijo.

No sé qué nos pasaba que no razonábamos, como autómatas nos dirigimos a la dirección que nos había dicho el hombre sin pensar en el peligro ni en las posibles consecuencias.

———-o———-

Tragué grueso ante la pregunta del muchacho, quien me miraba por encima del hombro intrigado acerca de cómo había ido a parar yo al barrio. Respondí:

-Me mandó un amigo que conoce a “Maraña” y me dijo que él podía tener el enchufe que necesito.

Llegó “Maraña”, evidentemente, aparte de ser el dueño de la ferretería es un líder en su comunidad pues todos parecen respetarle y, por lo que entendí, es quien maneja el consejo comunal del barrio, administra los recursos que le dan y decide quién tiene derecho a los beneficios que puede obtener por medio de esta nueva figura de organización social.

Entre las consultas que le hacían, las quejas que le ponían, los chismes que le contaban sobre lo que estaba sucediendo en el barrio, logré preguntarle si tenía el enchufe trifásico que necesitaba para que me lo vendiera. Me dijo que esperara un momento, entró a la ferretería acompañado de algunos de los muchachos que ya contaban como unos 16 al sumar los que llegaron con él y al rato salió con la mala noticia de que no tenía el artículo que yo necesitaba. Se le habían agotado y sólo le quedaban enchufes de 110 voltios.

No sé si triste o aliviado de poder salir de una buena vez de ese sitio, me subí al carro y nos fuimos a la casa a ver cómo resolvíamos el entuerto del aire. Llamamos al técnico panita. Eran ya cerca de las 12 de la noche cuando llegó y a lo «Mc Gyver», cortó el cable del aire que se había deñado y con maña y “teipe” negro logro empatarlo al cable del aparato nuevo y este arrancó a enfriar inmediatamente.

Cuando le contamos lo que habíamos hecho y de dónde veníamos, peló los ojos y con tono de asombro y reprimenda nos dijo:

-¡Ustedes sí tienen bolas! ¿Cómo se van a meter a ese barrio solos y en la noche? Ese sitio es peligrosísimo. Los enfrentamientos entre las bandas de narcotraficantes son a puro tiro y lo mismo con la policía. Con decirles que tienen un sistema de vigilancia: un tipo se monta en un árbol de mango desde donde divisa la mayor extensión de la calle y desde allí avisa a sus compinches cuando viene la policía o los miembros de bandas enemigas. ¡Ese barrio es candela, ahí hay muertos cada nada!

Contento de poder dormir a una temperatura confortable, me acosté dispuesto a recuperar el sueño perdido la noche anterior. La mente, aunque agotada, no dejaba de trabajar. Pensaba: “¿Cómo  se podrá hacer para que este país deje atrás la violencia? ¿Quién podrá ponerle coto al narcotráfico, a esas ventas de droga que se han instalado en los barrios más pobres de nuestras ciudades? ¿Cómo se podrá controlar la corrupción que se ha extendido hasta la gente de los barrios quienes reciben aportes del estado para los consejos comunales donde unos cuantos se benefician de ese dinero sin que la mayoría de la gente del lugar pueda acceder a lo que el gobierno les ha prometido pues esos dineros no son auditados ni controlados por nadie? ¿Qué pasará en las ciudades si alguien con suficiente guáramo y decisión pone fin a ese despilfarro de dinero que va a parar a manos de los guapetones del barrio?” Me imaginaba a esa gente saliendo a incendiar ciudades porque no están dispuestos a perder esas parcelas de poder y de riqueza que han encontrado a costa de que sus vecinos continúen en iguales o peores condiciones que antes. Esos “líderes” de la comunidad saben lo que es pasar hambre y necesidades y lo que han conseguido lo defenderán a sangre y fuego. Muchos de ellos, con las mismas armas que el régimen les entregó para “defender la revolución”. Armas con las que salen a robar y a matar y que no dudarán en empuñar contra quien pretenda arrebatarles lo conseguido.

En esas andaba cuando el bendito aire recién comprado se congeló y ya no quiso volver a enfriar en toda la noche. Después de todo lo vivido, parece que hay días que están escritos en nuestras vidas y contra la fatalidad no se puede pelear. Parecía que no había forma de escapar a una noche de calor infernal.

Chávez ha sido el mejor Presidente de Colombia, «ever!».

La imagen de Chávez entre sombras es de http://www.noticiascentro.com

Algún despistado o desinformado allende las fronteras de Venezuela podría sentirse confundido o desubicado por el título de este post. Otros, más lapidarios, dirán: «Qué ignorante es este tipo que escribe aquí y no sabe que Chávez es el Presidente de Venezuela, no de Colombia».

Tengo, para mi pesar, muy claro que Hugo Chávez es el Presidente de Venezuela. No solo lo sé, lo he padecido en cada centímetro de mi piel desde hace 13 largos años. Pero, si me permiten, les contaré cómo llegué a la conclusión que describe el título de este texto.

El martes 22 de noviembre, a final de la tarde, me enteré por un amigo que me pasó la información y luego por las redes sociales lo confirmé, que el régimen en Venezuela había decidido ampliar la lista de productos cuyos precios están congelados, agregando entre otras cosas: jabón de baño, detergentes, hojillas de afeitar, papel higiénico, desodorantes y un largo etcétera de artículos de aseo personal.

Como la historia de lo que acontece en el país con todos los productos que el gobierno decide «regular» o «controlar» es harto conocida por todos los venezolanos, el 23 en la mañana, me presenté en el primer supermercado que encontré para apertrecharme de todos esos artículos que con toda seguridad no tardarían en desaparecer de los anaqueles y que, para conseguirlos, pronto tendremos que recurrir al mercado informal y pagárselos a los buhoneros por el triple de su valor, como sucede desde hace tiempo con el aceite de maíz, la leche, el café, la harina de maíz, entre otros que, en el mejor de los casos, hay que hacer largas colas para poder comprar cantidades muy limitadas de cada uno en los mercados formales.

Por los pasillos del super el comentario era unánime tanto de los clientes como de los trabajadores: «hay que comprar estas vainas porque van a desaparecer de los mercados».

Decidido a ser de los últimos en Venezuela que tengan que salir podridos a la calle por falta de productos de limpieza personal, atapucé de jabones, enjuagues bucales, champús y desodorantes el carrito de la compra.

Ya en la caja para pagar, alguien dijo:

-Lo peor es que seguro todo lo que desaparezca aquí en Venezuela aparecerá en los mercados colombianos, como ha pasado con las otras cosas que Chávez ha «controlado».

Traté de ubicar la clarividente voz, miré a mi alrededor para ver quién había hablado de manera tan clara pero no pude localizar al preclaro parlante. Al final me quedó la duda de si lo había dicho alguien o era mi voz interior la que me había hecho el anuncio.

Fue entonces cuando pensé:

«Los colombianos tienen que agradecer de rodillas a Hugo Chávez todo lo que ha hecho por ese país y deben pedir a todos los santos que el milagro de su curación sea cierto».

Gracias a Chávez, la industria petrolera colombiana se llenó de los mejores profesionales en la materia a nivel mundial. Excelentes profesionales y técnicos expulsados de la petrolera venezolana fueron absorbidos por la industria del vecino país y gran cantidad de nuevos egresados en ciencias petroleras o relacionadas migran a ese país, buscando el futuro que Venezuela no les ofrece.

Gracias al Presidente venezolano, la televisión colombiana, que hasta no hace mucho tiempo se encontraba bastante retrasada con respecto a la venezolana, pasó a ser una de las más creativas, productivas y generadoras de riquezas de Latinoamérica cuando escritores, directores, productores, técnicos y actores de nuestro país, incluyendo parte de los que quedaron desempleados luego del cierre forzoso de RCTV, fueron a parar con sus huesos y extraordinario talento en la industria televisiva colombiana.

Gracias al afán de Chávez por acabar con el sistema productivo en nuestro país, muchas empresas e industrias cerraron sus puertas aquí y se instalaron en Colombia, generando empleo y riqueza para los colombianos y produciendo todo lo que anteriormente producían aquí y que ahora les tenemos que comprar a ellos pagando 5 bolívares «fuertes» por un «débil» peso.

Incluso, muchas empresas que no se han terminado de ir de Venezuela ya han instalado su «plan B» en Colombia y aunque mantienen actividad en nuestro país, han decidido no invertir ni un dólar más aquí. Todo el dinero que tienen para ampliar la producción o agrandar sus empresas lo destinan a Colombia que le ofrece mayor seguridad y más beneficios. Los empleos que se pierden aquí o que se podrían generar, están bajando los índices de desempleo de la hermana república.

Pero, el mayor éxito que ha logrado Chávez en Colombia es haber contribuido eficientemente a disminuir la inseguridad en el vecino país al ofrecerle a los grupos criminales, terroristas, narcotraficantes y guerrilleros un sitio seguro donde establecerse bajo la mirada complaciente y cómplice del régimen bolivariano que no solo no los combate sino que les permite desarrollar en suelo patrio sus actividades a plena luz del día.

El conflicto y la violencia colombianos han venido paulatina y constantemente instalándose en Venezuela durante estos 13 años de «revolución». Aquí encuentran un fértil terreno abonado de abundante impunidad y alcahuetería donde establecerse y así hemos visto como la industria de los secuestros, el narcotráfico y el sicariato han florecido y son cada vez más comunes y cotidianos en nuestro país.

Las exportaciones colombianas aumentaron en los últimos años en la misma medida que disminuyeron las venezolanas y crecieron nuestras importaciones. El progreso, avance y aumento del nivel de bienestar de los colombianos ha sido directamente proporcional al retroceso y pérdida de calidad de vida que experimentamos los venezolanos. Si no lo cree, échese un paseíto por Cúcuta, haga turismo de supermercado en el vecino país, compruebe cómo sus anaqueles están repletos de todos los productos que escasean en los nuestros, sienta la tranquilidad de pasear seguro por las calles de la mayoría de las ciudades colombianas, algo que hace unos 25 años era impensable.

Todo esto me hace afirmar, sin temor a equivocarme, que ningún presidente colombiano de la época contemporánea ha hecho tanto en beneficio de colombia y los colombianos, como lo ha hecho Hugo Rafael Chávez Frías.