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Archivo mensual: May 2012

Por La Habana de la mano de @Melavaud sin tacones

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Aproximarme a “La Habana sin tacones” (Editorial Libros Marcados. 2011) de María Elena Lavaud, no ha sido fácil. Es un encuentro que he pospuesto adrede, a sabiendas de que era una obra que me haría cierto daño, que removería sentimientos que no quería remover y me traería a la mente historias que trato de mantener bajo el mantel, a menos que me sienta tan equilibrado emocionalmente, que esté seguro no me harán sucumbir en una larga y tormentosa depresión.

Mis primeros escarceos con el libro empezaron por el Twitter, cuando la periodista hacía RTs (retuiteos) de los comentarios y piropos que le daban los usuarios de la red social y que acaban de comprar, leer o buscar el libro.

Si algo tengo que reconocer, es que la cuenta de @Melavaud no es precisamente de las más entretenidas en la red del microblogging. Su timeline pocas veces va más allá de esos retuiteos de los piropos que le lanzan tanto al libro como a sus programas domingueros. Por esto he estado a punto de dejarla de seguir, pero luego la veo en pantalla y me parece una tipa tan inteligente y sensible que no soy capaz de darle al botón de unfollow. Además, fue una de las primeras personas del “famoseo” que me devolvió el follow y eso se agradece.

Entonces me digo, “Bueno, en verdad, esa es una forma de acusar recibo de los comentarios que le dirigen. Es algo que todos terminamos haciendo en Twitter, aunque para algunos resulte pedante y echón”.

Todo esto lo digo aquí escudado tras un monitor y un teclado de computador pues estoy seguro que si la tuviera en frente, la llamase para hacerle mi observación, me mirase con esos ojos intensos y me dijera con voz alta e impostada “¡A la orden!” como le dijo a la funcionaria de turismo de Cuba en el aeropuerto, se me “caerían las panteleticas” y le diría: “Usa tu Twitter como te dé la gana, cariño, que igual nos enamoras”. Y tacharía todo lo anterior.

¡Uf, ya me fui del tema!

Total, un día que vi que la Lavaud estaba fajada con los retuits, decidí ponerla a prueba y ver si interactuaba un poco más. Le dirigí un tuit preguntándole si el título del libro tenía algo que ver con el absolutista general gobernador de Cuba en el Siglo XIX, Miguel Tacón. Me respondió que no, que era un título literal; no metafórico, y que no había pensado en eso cuando lo escogió. Unos dos tuits después, me despachó con un amable y cortés “Luego hablamos”.

Días después, en una entrevista radial escuché que ella comentaba la anécdota tuitera con Pedro Penzini, y explicaba que, aunque el título del libro no había sido puesto con esa intención pues, resultó ser una especie de metáfora. Por supuesto, ella no recordaba quién era el tuitero.

Cuando fui a Mérida en Semana Santa, encontré el libro en casa de mi familia. Ya mis hermanas lo habían leído y me habían comentado que se habían enganchado con la historia. Tomé la obra, la metí en la maleta y me dispuse a traerla a casa para un día “entromparla”.

Pasaron dos meses con el libro en la mesa. Lo veía y me tentaba pero no me atrevía a agarrarlo. Pasaba a su lado, miraba la foto de la portada con María Elena en ella, leía la solapa, pero no me decidía a sentarme de una buena vez a leerlo. Escribía, leía otras cosas, editaba fotos, cualquier cosa con tal de no irme a pasear por La Habana con María Elena sin sus tacones.

Cuba es un tema que me pega hondo. Fidel y la isla fueron unos paradigmas de adolescencia aderezados con Silvio Rodríguez y su Rabo de Nube, Pablo Milanés y su Yolanda, Soledad Bravo y la Canción del Elegido. Una época de sueños y de deseos de justicia, libertad e igualdad que se derrumbaron de un solo golpe cuando visité La Habana en 1990 para un Festival de Cine en el que vi solamente dos películas y se esfumó todo un sistema de creencias, aspiraciones e ideas.

Sabía que el libro de la Lavaud removería todo eso y por ese motivo lo posponía. Hasta un día que me sentí centrado y equilibrado y lo empecé a leer.

Las primeras páginas me resultaron un poco tediosas. La lectura se me hacía lenta. El prefacio lo encontraba un poco fuera de lugar. Cuando llegué a las líneas en las que dice:

“Me aferro a esa tesis de la psicología que augura que después del miedo contenido, irrumpe la acción. Eso me agobia menos que pensar que lo que vi pueda durar 10, 20 ó 30 años más. O peor aún, que pueda trasladarse definitivamente y sin remedio hasta nuestra propia tierra.”

Pensé “Ay, María Elena, eso mismo creí yo hace 20 años cuando recorrí las calles de La Habana. Sentí que el susurro que rugía sotto voce por las calles de Cuba terminaría en poco tiempo en un alarido incontenible. Y ya ves, han pasado 20 años más, de esos 50 que tiene la revolución sometiendo a los cubanos. Y, peor aún, hace 10, mis amigos me decían que eso no podría instaurarse en Venezuela. Que nosotros no éramos como los cubanos y, ya ves mi periodista, el socialismo del Siglo XXI en cualquier momento baila el vals de los 15 años”.

Terminé el prefacio, recorrí con cierto temor las primeras líneas de “El arca de Noé” porque sentía que no continuaría la lectura, pero, ya a las pocas páginas leídas del capítulo, sentí que la historia me atrapaba.

La Habana sin tacones está escrito del tal manera que su ritmo va in crescendo. Su soundtrack pareciera ser El Bolero de Ravell y su ritmo se acelera en la medida que la historia avanza y se van sumando instrumentos a la acción. No es un tratado sobre el socialismo cubano. Es un libro de crónicas de viaje, escritas a partir de las notas tomadas por la periodista durante sus días de turista en Cuba y de sus interrelaciones con la gente que tropezaba a su paso. Es La Habana que se le mostró espontánea y azarosamente a MEL sin que ella la buscara. Si alguien piensa que va a encontrar un trabajo de investigación, un reportaje a profundidad, sobre Cuba y su sistema político, se equivocó de libro. Este está lleno de los sentimientos de la autora, de sus sustos y temores, incluso de sus prejuicios. Crónicas escritas con sensibilidad y ritmo.

El estilo llano y sencillo al escribir hizo que,  sin darme apenas cuenta, me encontrara en el avión con la periodista. Me sentí vigilado por el hombre de la camisa azul a cuadros. No sé en qué momento justo de la lectura se operó una especie de click que me hizo estar en el aeropuerto de La Habana y los ojos se me aguaron cuando, perdido en medio de la «U» descrita por MEL, ese hombre dijo: «¿Qué haces ahí parada?» Y entendimos que él era un cubano que regresaba a su país y se debía someter a las humillaciones y vejaciones a las que el régimen socialista somete a sus nativos, quienes no parecen alcanzar nunca el nivel de ciudadanos.

A partir de allí ya no quería soltar el libro. Llegaba gente a mi tienda de mascotas y los atendía apurado, con ganas de que terminaran de pedir y pagar de una buena vez para continuar mi viaje. Por momentos, no sabía si era el viaje de la Lavaud o el mío, 20 años atrás.

Este recorrido de la mano de María Elena me sirvió para comprobar que pocas cosas cambiaron en La Habana en estos 20 años y la mayoría para peor. Como la discriminación que el sistema hace de los cubanos quienes parecen estar clasificados en ciudadanos de “Primerísima” categoría, los Castros y sus más cercanos colaboradores, de segunda categoría, quienes tienen acceso a los pesos CUC porque en sus hombros recae la imagen que la revolución debe dar a los turistas que visitan la isla sin mirar más allá de sus narices como bien los describe la canción «Tropicollage» de Carlos Varela. En este grupo se encuentran los cubanos que pueden sacar provecho de su contacto con el turista y terminar con unos dólares de propina en el bolsillo o unas moñeritas para el pelo.

Siguen los habitantes que están en un escalafón más bajo, que trabajan para ganar en pesos cubanos que no les sirven para acceder a los productos que venden en las tiendas de turistas, a las que ahora tienen permiso del régimen para entrar y donde pueden comprar, siempre y cuando tengan los benditos CUC. Este grupo tiene que rebuscarse los dólares como puedan si quieren disfrutar de una pasta de jabón de baño. Y, finalmente, los jineteros y jineteras que también cumplen una labor dentro de la revolución al hacer que los turistas dejen divisas en la isla gracias a la prostitución y venta de drogas.

Efectivamente, los cambios parecen ser sutiles y absolutamente controlados por quienes detentan el poder para aferrarse a él mientras a la población le dan migajas no sólo de alimentos sino también de libertad.

Cuando yo estuve, los cubanos no podían pisar los hoteles ni las tiendas de Intur, que así se llamaban y donde se podía encontrar todo lo que los cubanos ni siquiera eran capaces de imaginar que existía. Si algún cubano se atrevía a quebrantar la prohibición, le podía acarrear serias sanciones. Incluso, cárcel.

Ahora pueden hacerlo siempre y cuando estén dispuestos a dejar su salario de un mes en un desayuno. Leve cambio, casi imperceptible, un mero maquillaje legal, pues dejó de ser delito lo que hacían con regularidad y temor. Las tiendas pasaron de llamarse Intur a Palco. Cuando yo fui, el nativo tenía pesos cubanos pero no tenía qué comprar con ellos, y para conseguir una pasta dental debían comprarla por interpuestas personas con dólares obtenidos por la izquierda. Ahora tienen permiso de entrar a las tiendas con mercancías importadas pero sus pesos no valen ni para un café. Han sido cambios tan sutiles como el cambio de presidente de un Castro a otro Castro. Cambios para que nada cambie.

La historia con la vendedora de la tienda del hotel quien, al enterarse de donde venía María Elena, cambió radicalmente su quejido contra el sistema en alabanza a la revolución, me hizo lamentar que ahora los cubanos, no solo tienen que cuidarse de los miembros del partido y de los comités de defensa de la revolución, deben medir muy bien sus palabras si a quien se dirigen es a un venezolano pues, lamentablemente, puede resultar ser un “sapo” que haga que termine con sus huesos en la cárcel.

El principal cambio que encontré en las crónicas de MEL, fue en la noche pasada en El Tropicana. ¡Cosa más grande! El cabaret consiguió que le invirtieran en vestuario y escenografía al parecer pues, cuando fui, era un espectáculo que al mirar un poco más allá de las bambalinas y luces, reflejaba la decadencia de La Habana toda, con bailarinas ataviadas con medias de malla rotas y trajes de telas baratas y mal confeccionados. Algo que al parecer la revolución se encargó de remediar pues, El Tropicana, es una de esa postales mentales que el turista se lleva y debe corresponderse con el engaño que la revolución se empeña en vender fuera de sus fronteras.

Mientras leía, disfrutaba y sufría con la Lavaud su estadía por la Habana, lamenté que el libro estuviera impreso en ese papel barato, como de periódico, que hace que las fotos queden como un manchón terrible y poco distinguible. Recordé que con mis fotos no tuve suerte. Tomé muchísimas, muchas más de las que el rollo me permitía (rodó esa cédula) hasta darme cuenta que el carrete estaba mal puesto y que no se salvaría ni una de las imágenes tomadas. ¡Me habría gustado tanto poder disfrutar a plenitud de las mostradas en La Habana sin tacones!

Un detalle más que me hizo recordar que Cuba y Venezuela son una misma cosa pues el montón de libros que traje de la isla en mi viaje, estaba impreso en ese tipo de papel que era a lo máximo que podía aspirar la editorial cubana. Muchos libros que fue lo único que pude comprar en Cuba con pesos cubanos pues, todo lo demás se pagaba en “divisa”. Obras impresas sin ningún control de calidad y que al leerlas uno descubría que le faltaban hojas, que la impresión se había empastelado y unas páginas que debían estar en un sitio de acuerdo al orden consecutivo, aparecían mucho después. En fin, obras por las que los trabajadores recibían un pago del Estado sin importar el resultado final. Imagino que las editoriales venezolanas ya están llegando o se aproximan a alta velocidad a ese “mar de la felicidad”, porque la mayoría de los libros que he visto últimamente están elaborados en ese mismo papel opaco, poroso y feo que enchumba la tinta y hace que las imágenes sean un manchón apenas distinguible.

Con MEL recorrí La Habana que conocí, visité Finca Vigía de nuevo, pateé la hermosa Habana vieja con su catedral y disfruté una vez más del malecón habanero donde iban a terminar la mayoría de mis noches en la isla. Pero también descubrí nuevas zonas a las que no fui como el Callejón de Hamel y todo ese paseo de turismo alternativo que le ofreció Wladimir por el monumento a José Miguel Gómez, la Casa del Ché, el monumento a Lennon, pasaje que me hizo recordar que los amigos del Mella, 20 años atrás, estaban fascinados descubriendo a los Beatles cuando en Venezuela era música, si no de viejos, de adultos bastante contemporáneos, pero que para los cubanos era prohibida.

Con las crónicas de La Lavaud volví a ver las largas colas de cubanos en Copelia para comprar un helado mientras observan resignados cómo las divisas de los turistas hacen que esas filas se desvanezcan. Creo que por eso me vine de la isla sin probar los famosos helados, no quería que un dólar mío contribuyera con la discriminación y el abuso del régimen.

Al final, se me aguaron una vez más los ojos al ver el ataque de llanto que le sobrevino a la periodista al llegar a su casa. Recordé que a mi me sucedió a los 3 o 4 días de estar en la isla, cuando pasé las dos horas y pico, casi tres, que duraban el documental «El Fanguito» y la película «Hello Hemingway» en un incontrolable llanto.

Lloraba, moqueaba y sollozaba como un niño en la oscura sala de cine en una acción catártica y liberadora de esos primeros días y noches en La Habana, con pocas horas de sueño a cuestas y muchas de pesadilla vividas a diario.

Llegué a los últimos capítulos del libro con el corazón arrugado de tristeza y nostalgia y el alma dolorida de una historia que no por conocida, duele menos.

María Elena Lavaud puede que no sea una de las mejores tuiteras de mi timeline pero, sin duda, es una periodista sensible, con una pluma encantadora, excelente manejo del supense. Con su prosa sencilla y sin rebuscamientos, logra cautivar y hacer de la lectura de sus crónicas una vívida experiencia. Al final ni siquiera extrañé esas malas y peor impresas fotos que tiene el libro porque la descripción y narración de MEL me sembró la retina de espectaculares imágenes que todavía persisten en mi mente.

Al cerrar el libro no pude evitar pensar: ¿Quejeso, María Elena? ¿Me vas a decir que estuviste todos esos día en Cuba, soltera, sola, pavoneando tu belleza y savoir faire por La Habana, y te viniste sin tener siquiera una propuesta de boda, una insinuación de matrimonio? ¡Vamos, periodista, echa tu cuento como es!

 
Memorias de un viaje a Cuba http://golcarr.wordpress.com/2013/11/08/memorias-de-un-viaje-a-cuba/

Maslow en Venezuela

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¿Ficción?


Hace muchos, muchísimos años, llegó al puerto de La Guaira un flacuchento, pálido y narizón judío ruso de apellido Maslow. El hombre que no contaba con un kopek en su bolsillo, subió escondido, junto a su hermano, a la embarcación que zarparía a las 5 de la madrugada con rumbo al puerto de Nueva York en Estados Unidos para luego continuar su viaje hasta Venezuela. Un extraño punto al norte de la América del Sur que vio un día en un mapamundi y al que se propuso llegar en cualquier momento.

El viaje fue largo, eterno. Para sobrevivir, los Maslow comían los desperdicios que tiraban a los contenedores de basura, donde habían ubicado su guarida y se disputaban sus bocados con las cientos de ratas que habían decidido también emprender la aventura transoceánica.

Así llegaron una mañana nublada de invierno a Nueva York. Uno de los hermanos, harto del bamboleo del mar y del mal comer y dormir, decidió bajarse allí y probar suerte en los Estados Unidos. El otro, más terco y obsesionado con el extraño punto descubierto en el mapa, siguió camino rumbo a la Guaira, a donde llegó un mediodía de sol radiante y cielo azul intenso, tan intenso que, a primera vista, el ruso no podía distinguir dónde empezaba el mar y dónde el cielo.

El judío bajo del barco y, al no más pisar tierra, se empezó a engendrar su leyenda. Dice el mito que, una vez que Maslow había aspirado tres bocanadas del cálido aire del Caribe, comenzó a sentir cómo su sangre empezaba a calentarse hasta hervir en sus venas. Sus ojos desorbitados comenzaron a atisbar a todos lados. Su olfato empezó a percibir el olor de las hembras a metros de distancia.

Maslow pensó que su frenesí sexual era producto de la larga, larguísima, abstinencia en el barco y que, una vez que consiguiera una hembra con la cual poner al día sus hormonas, volvería a la normalidad. Pero, según cuenta la historia que a estas alturas no se sabe si es más bien una leyenda urbana, el ruso nunca más dejó de sentir la urgencia sexual.

Su ímpetu lo llevó a acostarse con cuanto palo con faldas se cruzaba a su paso. Nunca más supo lo que era la selectividad ni la discriminación. Le daba igual que fuera negra, india, zamba, blanca, alta, bajita, gordita o esquelética. Cualquier hembra que estuviera dispuesta a recibir su semen era bien servida y el ruso se dedicó a recorrer Venezuela, dispersando su semilla en cuanto vientre estuviera disponible. Así lo hizo casi hasta el día de su muerte, por lo cual, según la misma leyenda urbana, sus genes, en mayor o menor medida, se encuentran en la gran mayoría de los venezolanos de la actualidad.

Todo este preámbulo histórico sirve de entrada para entender los acontecimientos actuales que pasaré a relatar y pueden explicarse plenamente gracias a la presencia de esos genes en la composición del venezolano. Genes que llegaron también a USA, en donde un psicólogo  descendiente de ese hermano que se quedó en New York, llegó a desarrollar una teoría llamada Pirámide de Maslow y que parece que estamos viviendo prácticamente al caletre los venezolanos.

Es así como, Alfredo Montiel Maslow está en su casa de Maracaibo un día, escuchando por la radio las declaraciones de Aponte Aponte y  siente que el asco y la ira se van apoderando violentamente de él. Grita. Se levanta, ya en un estado casi frenético, decidido a coger el aparato de radio y aventárselo con todas sus fuerzas por la cabeza a ese vecino chavista que está igual o más jodido que él, pero que sigue votando por el comandante. Entonces, suena el teléfono y un pariente le dice que en ENNE de Bella Vista llegó leche La Campesina.

Alfredo se olvida de Aponte Aponte, de la asquerosidad de sistema judicial del país y de su vecino chavista, corre al supermercado a comprar el kilo de leche que le permitirán comprar y con el que solucionará el tetero de una semana de sus chamos.

Otro día, en Cabimas, está Anaxilandro Carrasquero Maslow, enfurecido en el balcón de su apartamento, pasando en shorts las horas del corte eléctrico, tratando de soportar el inclemente calor y leyendo lo que dijo Luis Velázquez Alvaray. La rabia comienza a apoderarse del cabimero. Entre el calor y las inmundicias narradas por el ex magistrado está que lo pinchan y no bota sangre. Harto, tira el periódico a un lado decidido a salir y lanzar piedras contra el primer edificio gubernamental que consiga a su paso, cuando suena el timbre del celular con una notificación de Twitter:

@Fulanito: llegó Mazeite a Centro 99.

¡Vaya pa’la mierda!  Pa´l carajo Velásquez Alvaray y las inmundicias de los magistrados. Anaxilandro corre a buscar las cholas y a ponerse la primera franela que consigue. Empieza a bajar las escaleras porque luz no hay para usar el ascensor y va calculando si será más rápido ir caminando o sacar el carro del estacionamiento para llegar a tiempo, antes de que alguien con más suerte se lleve ese único litro de aceite de maíz que le permitirán comprar y del que no sabe cuándo volverá a llegar.

En Maturín, va Salomón Marín Maslow en su carro con los vidrios abajo, con un calor de 36 grados y una sensación térmica de 43 porque, hace meses, se dañó una pieza del aire acondicionado y no se consigue en todo el país. El oriental enciende la radio y se encuentra con una cadena del presidente comandante. El calor y las mentiras escuchadas sobre las maravillas del socialismo del Siglo XXI le embotan la mente. Siente hervir la sangre en su cuerpo y, al mirar a su derecha, ve un montoncito de piedras frente al edificio de cristal de esa contratista que, hasta hace cinco años, no era más que una empresa de maletín de unos pata en el suelo y que, a punta de coimas, sobornos y pagos de comisiones en PDVSA, llegaron a acumular tanto dinero que se compraron ese edificio y dos casas más, sin contar los carros y camionetas importados y de último modelo.

La perorata de la cadena lo tiene al borde. Se orilla, pone la palanca en Park, y cuando está a punto de abrir la puerta, dispuesto a coger las piedras y reventar los cristales de los nuevos ricos revolucionarios, mira por el retrovisor y ve que se aproximan dos hombres en sendas motos, cada uno con lo que parece ser una Glock .50 en sus manos.

¡Joder! Cierra la puerta, baja la palanca a D y arranca a toda velocidad hasta lograr escapar de un atraco seguro en pleno tránsito vehicular, como los muchos de los que ha escuchado Marín últimamente.

Maigualida Cárdenas de Maslow tiene cerca de dos horas en una cola en San Cristóbal para poner gasolina. Mientras espera se ha leído completo el libro de Mari Montes, «Lucía, la pelota que quería llegar al Salón de la Fama», que la distrae y alegra por un rato. Pero, al poco tiempo, la ira comienza a rugir en su estómago. Relee algunas páginas de nuevo para calmar su rabia e impaciencia. No se explica qué han hecho los tachirenses para merecer semejante calvario con el combustible. Voltea y ve la larguísima cola de autos tras ella y, sobre el asiento trasero, un diario de La Nación que habla en su primera página de una tarjeta con chip o algo así que tendrán que portar en el estado para poder cargar gasolina.

No puede leer bien porque la furia le nubla la vista. Agarra el diario y con parsimonia de psicópata, empieza a hacer una bola de papel, firmemente decidida a prenderle fuego y lanzarla a la estación de gasolina, una vez que haya llenado su tanque.

Mira al frente fúrica y comprueba que le faltan solo 3 carros para llegar al dispensador. En el momento en que está concentrada acariciando la bola incendiaria de papel, anticipando su venganza, suena el vallenato en su Blackberry que le anuncia que ha recibido un mensaje de texto. Mira y en la pantalla pone: Carlotica, Farmacia.

Abre la bandeja de mensajes y lee:

-Mareeekaaaa me acaba de llegar el Euthirox. Corre que te guardé 4 cajas pero si me las descubren me jodo y las venden. Apuraaaateeee!! Besitos.

Cuando termina de leer ya están despachándole la gasolina. Está feliz porque le quedaba solo una semana de tratamiento y no conseguía esa medicina que tiene que tomar de por vida para la tiroides y que, desde que Chávez decidió regularle el precio, no se consigue. El bombero le dice que son 3,50 bolívares. Saca un billete de cinco y sin esperar el vuelto hunde el acelerador para llegar rápido a la farmacia. La bola de papel, que sería una bomba de fuego, queda olvidada en el piso del puesto del copiloto.

En Caracas, Rafael González Maslow, al escuchar a la señora que le hace la limpieza una vez a la semana en su casa, con el llanto que casi la ahoga, contar cómo un supuesto médico cubano de la Misión Barrio Adentro le mató a su pequeño hijo al diagnosticarlo y tratarlo de manera errónea, siente que la ira se apodera de su alma. Está ciego de la furia que siente. Agarra unas botellas vacías y, a falta de gasolina, las llena, unas con perfume y alcohol, y otras con el poco kerosene que quedó del día que pintó su apartamento. Rasga una franela vieja y le embute tiras de trapo en los picos de las botellas para hacer una especie de mecha. Agarra un encendedor y el grupo de botellas preparadas, dispuesto a llegar a incendiar ese CDI que está a dos cuadras de su casa, clausurado porque los equipos hace más de año y medio se dañaron y no los han reparado y la dotación que se suponía debía llegar mensualmente, hace más de un año que no aparece.

Pero, cuando está a punto de abrir la puerta, suena el teléfono y la voz cantarina de la señorita de la agencia de automóviles te dice:

-Señor Rafael, ya nos llegó su carro. Pero no es el modelo económico que usted encargó hace año y medio. Ese no nos llegará no se sabe hasta cuándo.  Este tiene asientos de cuero, vidrios ahumados, alfombras y equipo de sonido con MP3. Cuesta 125 mil bolívares más. No sé si está interesado.

-Sí, sí, sí. ¡Claro que estoy interesado! Imagínate si tengo año y medio esperando y nada que conseguía carro.

-Bueno, entonces tiene que venir inmediatamente a firmar la compra porque tengo una lista de espera de 125 clientes y, a lo que vean que tengo una unidad, van a venir a arrancármelo de las manos de una vez.

Sin pensarlo dos veces, Rafael con una sonrisa en la cara, suelta las molotov y el encendedor dentro del fregadero. No puede creerlo. Se acabó la angustia de andar en taxis y carros por puesto, siempre asustado, esperando que vuelvan a ponerle un revólver en la sien para robarlo mientras lo “ruletean” por la ciudad y lo dejan tirado en el primer descampado que aparezca. Asustado, sin medio y sin celular para llamar a alguien. Ese miedo se acabó. Ya tiene su auto.

Una vez en la casa, uno con el pote de leche de los chamos, otro con el aceite de maíz de un mes, Maigualida con 4 meses de su escaso tratamiento para la tiroides, aquel con la satisfacción de haber salvado la vida y superado una vez más el día y Rafael con el olor a carro nuevo todavía pegado de la nariz,  lo menos que quieren saber es de Aponte Aponte, de Velásquez Alvaray, de los CDI abandonados y enmontados, de los falsos médicos cubanos, de las cadenas de televisión o de los nuevos ricos revolucionarios. Están pletóricos, felices, por haber alcanzado esos pequeños grandes logros.

Se dan un baño con agua tibia. Se preparan una rica cena. Encienden el televisor y ponen la “Ruleta de la Suerte” o “Aquí no hay quién viva” en Antena 3 para ver, por décima quinta, vez el mismo capítulo de la serie. Nada de noticieros nacionales,  ni malas nuevas que les amarguen el día y les quiten el sabor a triunfo, ahora más que nunca sienten bullir los genes de Maslow en sus organismos.

Este ralato forma parte del libro «¿Dónde queda Venezuela?» disponible en amazon y en libros en un click

Lógica e ingenio del socialismo del siglo XXI o elogio a #VayaPalamierda

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Si algo no se le puede negar a los personeros del régimen «socialista» y «revolucionario» de la Venezuela Bolivariana es la capacidad e imaginación que tienen para crear eufemismos y el ingenio del que son capaces de alardear a la hora de dar explicaciones acerca del estado de deterioro y de la pérdida de calidad de vida del venezolano gracias a la ineficiencia, incapacidad, falta de previsión, mantenimiento e inversión y, en muchos casos, a la mala intención pues, muchos de los males que nos aquejan no son exclusivamente producto de la ineptitud del gobierno sino bien pensados y planificados con fines muchas veces no confesados y ocultos, pero que no son difíciles de adivinar para cualquier persona que no sea tan pendeja como el régimen pretende hacernos sentir. #VayaPalaMierda

Dentro de esas maravillas del ingenio revolucionario encontramos la explicación para los actuales cortes eléctricos que de manera frecuente y sorpresiva nos azotan. Ya no es, como hace unos años, cuando gritábamos #VayaPalaMierda al oír hablar de un racionamiento programado, producido por los efectos del fenómeno del niño o resultado de las tremenduras de la iguana que parece haber perecido electrocutada con una llegada violenta del fluido eléctrico mientras mordía los cables. Tal y como hemos visto fallecer infinidad de equipos eléctricos y electrónicos sin que nadie nos responda por ellos.

El gobierno no quiere bajo ningún concepto que llamemos a los cortes actuales «RACIONAMIENTO». Por lo tanto, cuando usted llama a Corpoelec para averiguar a qué hora y por cuánto tiempo le corresponde el corte de electricidad a su zona, una señorita muy amable y muy bien entrenada, le responde al otro lado de la línea telefónica:

-En estos momentos no contamos con esa información, señor. Sucede que como «NO ES RACIONAMIENTO» sino «cortes preventivos» para evitar recalentamiento de las líneas, no sabemos en qué momentos se suspenderá el servicio en cada sector. Gracias por llamar a Corpoelec. Buenas tardes.

#VayaPalaMierda

De lo cual uno inmediatamente colige:

¡Qué magnánimo y eficiente es este gobierno! Me quita la luz sin avisar y sin darme oportunidad de programar qué hacer mientras estoy sin ella, para evitar que se me vaya la luz. O sea, te quito la electricidad para que no te quedes sin electricidad.

Porque, claro, como el gobierno es «tan eficiente» y ha dado tanto dinero para que la gente compre electrodomésticos, el consumo ha aumentado vertiginosamente y, como Corpoelec es «tan eficiente», monitorea las zonas y, cuando ve que en alguna está aumentando el consumo, antes de que llegue a un pico de recalentamiento, ¡Zas! te quita la luz para que no te quedes sin luz. #VayaPalaMierda

De la poca o nula inversión hecha en el área eléctrica no hablemos, ni de la falta de previsión de que, si aumenta la población, por lógica, aumenta el consumo y, de forma proporcional, debería aumentar la infraestructura. Menos se hable de los negocios chimbos hechos con China a donde fueron de la compañía que gerencia la electricidad a comprar equipos y repuestos, con el consabido chanchullo de por medio, y que resultaron ser prácticamente desechables.

Pero para el régimen el problema no es por falta de inversión, planificación, previsión y mantenimiento, el problema ahora se origina en la falta de conciencia del venezolano que despilfarra el recurso eléctrico. #VayaPalaMierda

Por ese motivo, se ideó unas multas a las que no llama multas sino, con los maravillosos eufemismos de los que hace gala, denomina «Ajuste por consumo eléctrico» y que a la larga ha resultado ser nada más y nada menos que un aumento disfrazado, discriminatorio y cruel de la tarifa eléctrica con el cual la gente termina pagando más del doble de lo que dice la factura que consumió y, encima, sintiéndose mal ciudadano por su inconsciencia al derrochar energía  y consumir más kilovatios/hora que los que consumía en el 2009, que es el año de referencia para aplicar las multas. #VayaPalaMierda

Pero, el ingenio no se limita al campo eléctrico. Por ejemplo, el régimen en los sectores alimenticio y farmacéutico también ha dado pruebas de la «eficiencia» a la hora de implementar «medidas efectivas».

Para que la gente pueda tener acceso a las medicinas y a la comida, Chávez, el comandante presidente, arbitrariamente, decidió regular sus precios. Inmediatamente, los productos comenzaron a escasear o desaparecer por completo del mercado. Pero eso no importa porque tienen un precio justo. Esa medicina que usted no puede comprar porque no es rentable para las compañías producirla vale lo que el régimen dice que debe valer. ¿Que no la puede tomar porque no se consigue? Eso no importa. No existe pero cuesta poco. #VayaPalaMierda

Igual sucede con esa vivienda que no consigues para alquilar. La justísima Ley de Inquilinatos socialista ha hecho que prácticamente desaparezcan del mercado las casas y apartamentos para alquiler. Eso no importa porque, con esa ley, nadie te podrá sacar de la casa donde no vivirás porque el dueño no te la va a alquilar. Y, además, el canon de arrendamiento de esa casa que no te alquilarán no lo podrán aumentar. #VayaPalaMierda

Con el empleo sucede algo más o menos parecido. La recientemente aprobada Ley Orgánica del Trabajo te da la garantía y la seguridad de que de ese empleo, que no conseguirás porque los empleadores asustados con el mamotreto legal no querrán contratar gente, no te podrán botar.

Solo tendrás que trabajar 40 horas semanales en esa compañía que no te contratará porque la carga en prestaciones sociales y beneficios de ley la llevaría a la quiebra. Y, por supuesto, tendrás dos días libres seguidos a la semana en ese trabajo que no tendrás porque el dueño no puede enfrentar los costos de pagar el sábado doble y, encima, tener que darte, igual, los dos días libres continuos.

Con todo lo cual, tendrás todos los días libres para ir de dependencia en dependencia del gobierno a llenar planillas e inscribirte en cuanta Misión hayan creado y que te permita, sin trabajar ni producir, tener ingresos económicos suficientes para medio sobrevivir y hacerle frente a esa canasta alimentaria que con precios regulados pasa de los 3 mil 500 bolívares al mes. O sea, casi 2 salarios mínimos, de este salario que es uno de los salarios mínimos más alto de Latinoamérica. También según los malabarismos del socialismo que calcula el valor del mismo con dólar oficial de 4,30 y no en dólar negro de 9,50 que es el dolar con el que los venezolanos tenemos lidiar a diario y que, muchos comerciantes, para efectos de productos importados, calculan a 14 bolívares por dólar. #VayaPalaMierda

Así se ha ido abonando el terreno para que los venezolanos aprendamos a vivir en este mundo de realismo mágico en el que hemos llegado al punto de tener un presidente que no tenemos, que ha gobernado desde Cuba sin que tengamos la certeza de que realmente ha sido él quien ha escrito y nos ha informado por Twitter de las decisiones que tomó y de los presupuestos que aprobó y que está enfermo de un cáncer del que no sabemos si es cáncer o es gripe. Sólo sabemos que es una enfermedad de la que se ha curado y vuelto a enfermar. Ha prácticamente muerto y resucitado y vuelto a morir.
Así llegamos al máximo del absurdo y la locura. Es candidato pero no sabemos si lo será… #VayaPalaMierda

La violencia se acerca, te rodea, está más próxima.

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Foto de la serie Duo de Fernando Bracho Bracho

Este post, sobre la politización del tema de la delincuencia y la inseguridad, había pensado hacerlo en un tono enardecido, airado, con la rabia y la indignación que me produjeron las palabras que un tuitero le remitiera a Alfredo Romero cuando hace unos días comentaba en la red social, sobre el violento robo del cual fue objeto una familia en Caracas, a quienes amordazaron y maltrataron en su vivienda mientras los despojaban de todo lo de valor que encontraran a su paso.

Alfredo apoyaba sus tuits con fotos de las muñecas marcadas por las ataduras y de los T-rapes que usaron para someter a las cinco personas de la vivienda de Lomas de Mirador.

Yo quería gritar en estas líneas ¿cómo se atreve, en este país, un chavista a decir que “NO SE POLITICE CON ESO”?

Siempre, cuando alguien se atreve a denunciar ante los medios de comunicación o a través de las redes sociales algún evento delictivo, salta algún seguidor del régimen con la lección aprendida a enarbolar la bandera de la necesidad de no «politizar» el hecho.

Esta ha sido la mejor manera que ha conseguido el oficialismo para desacreditar la denuncia y restarle importancia: decir que “Se está politizando el asunto”, e inmediatamente exigen que no se use la inseguridad con “fines electorales”.

De esta forma pretenden, además de minimizar el impacto de la denuncia, acallar a quienes se atreven a levantar su voz contra un gobierno que en 14 años no sólo no ha podido controlar la inseguridad, sino que ha permitido de brazos cruzados que esta aumente a niveles exorbitantes, con una indolencia y desidia que, en muchos casos pareciera intencional.

Yo quería hacer uso de la ironía y del sarcasmo para decirle a esos chavistas que lo sentimos mucho pero que sí vamos a politizar la inseguridad y sí vamos a hacerle ver a los venezolanos que no es comprensible, desde ningún punto de vista, que sigan votando por un hombre que ve, o mejor dicho, se hace el que no ve, cómo la violencia callejera le está arrebatando la vida a jóvenes y viejos de este país.

¡Coño, que son 14 años! ¡Casi tres gobiernos de los de la cuarta! Media vida de esa persona que mataron a los 30 años para arrebatarle un Blackberry. Una vida de aquel chamo de 15 que murió porque a un malandro que se atravesó en su camino, le gustó la copia baratona de los zapatos Nike que llevaba puestos.

14 eternos años de un régimen al que no se le ve por ningún lado la intención de ponerle freno a la violencia y a la inseguridad. 14 años donde hemos tenido que aumentar la altura de los muros de nuestras viviendas, coronarlos con cercos electrificados, echar mano de rejas, pérgolas, santamarías, multilocks y circuitos cerrados de video para convertir nuestras casas en cárceles mientras los delincuentes andan armados por la calle con total descaro e impunidad y sin que estos sistemas sofisticados de protección los amedrenten.

Los delincuentes tienen el control, son los dueños del país. Si la casa es una caja fuerte imposible de penetrar pues, sencillamente, esperan en las sombras, a veces a plena luz del día a que la víctima llegue y, con armas de guerra, con las que no cuenta la policía, la someten, la obligan a entrar y, si el objetivo tiene suerte, termina solo con las marcas de las ataduras y uno que otro moretón producido por los golpes propinados por el solo gusto del malhechor. Eso en el mejor de los casos, porque muchos son los que no viven para contarlo o quedan heridos de muerte.

Quería ser contundente y fuerte con mi texto pero ni la ironía ni el sarcasmo acuden a mí al momento de escribir. Las últimas noticias me han dejado con una sensación tan grande de vacío, de impotencia, de cansancio, de hastío, que ni siquiera puedo sentir rabia, no tengo aliento ni para gritar siquiera.

Es demasiado fuerte sentir que la violencia se te acerca, te rodea, cada vez está más próxima. Así, de buenas a primeras, un día, almorzando te enteras que a la hija de unos amigos y a su esposo los secuestraron y a la mañana siguiente amanecieron muertos, ahogados en el lago.

A las dos horas de conocida la noticia, otra amiga te cuenta que la familia de una de las personas que permanecen secuestradas en el país está desesperada porque no tienen los mil quinientos millones de bolívares que piden los secuestrados. Piensas en la cantidad y tratas de entenderla, no sabes si hablan de bolívares fuertes o de bolívares viejos, ya no importa, sea como sea es mucho dinero. Es una cifra que tu cabeza de trabajador de clase media no puede procesar.

Y para rematar el día, llega otra amiga y afligida te cuenta que el joven abogado al  que secuestraron ayer, de 27 años es su cliente y amigo. Un jodedor, un pana.

Entonces ya no queda aliento para gritar, ya no hay espacio para la ironía ni para el sarcasmo. Esa capacidad también te la han arrebatado.

Solo hay un dolor, una tristeza, un miedo. Solo puedes pensar en esos padres que llegarán de Europa para conseguir que ahora cuentan un descendiente menos,  gracias a la violencia de este país, en esos hijos que perdieron a sus dos progenitores de manera tan atroz. En los padres que viven con la terrible angustia de no saber qué está pasando con sus hijos en manos de los secuestradores.

Enciendes la radio y la piel se te eriza al escuchar que este año ya suman 18 los secuestrados, la mente se te embota y oyes como entre sueños la siguiente información que habla acerca de unas encuestas que están circulando y en las que dicen que si las elecciones fueran hoy Chávez ganaría con el no sabes cuánto por ciento.

Entonces, no puedes evitar preguntarte qué nos está pasando, ¿es que acaso hemos perdido todo sentido de amor por la vida? ¿Ya no nos queda ni siquiera el más pequeño instinto de supervivencia? ¿600 bolívares al mes obtenidos sin trabajar de una misión del gobierno son suficientes para que despreciemos tanto la vida?

Solo puedo terminar parafraseando un tuit que posteé hace unos cuantos días en la red del microblogging:

La gente ha dejado de trabajar y producir para esperar la limosna del gobierno. Por eso, aunque estén comiendo ñoña o los maten, siguen queriendo a  Chávez y votando por él. #VayaPalaMierda.

Faroles y postes

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Revisando CD de fotos que tenía guardados, conseguí este lote de imágenes que me llamó la atención pues corresponden a fotografías tomadas en Europa en el 2006, en Estados Unidos en el 2011 y en Venezuela en el 2012 y todas tienen, bien sea en primer plano o en un plano destacado postes y faroles que les dan un cierto aire de nostalgia.

Al observarlas, noté que los postes y faroles ejercen una cierta fascinación en mí que no sé exactamente como definir y que no es de reciente data. Tal vez la manía de incluir en el encuadre los postes o los faroles sean producto del cine, de esas películas románticas en las que siempre aparece en plano protagónico un farol en la escena de la separación o del encuentro de los amantes. A lo mejor es una metáfora en la que la mente pide «más luz» o, probablemente, en la actualidad se una especie de premonición de que en cualquier momento en Venezuela nos quedamos sin la corriente eléctrica.

No sé a qué se debe la obsesión con ellos, solo sé que  me gusta, en lugar de eliminarlos de la imagen, convertirlos en personaje principal de la foto.

Si pasas por este post, las miras y te animas, deja la impresión que te causan, tal vez tu opinión ayude a desvelar la obsesión.

¿Saben una vaina? Yo también #Meiríademasiado

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Cuando el sábado subí al facebook, con el comentario que copiaré aquí más adelante, un artículo de Milagros Socorro con su “opinión personal” sobre el video “Caracas ciudad de despedidas”, pensé que con eso daría por despachado el tema y no se me había ocurrido escribir sobre el asunto en mi blog pues han sido muchos los artículos de opinión en prensa y web que han surgido al respecto y, para mí, el tema estaba como agotado al encontrar tanta abundancia de escritos, saturado con textos y comentarios en las redes sociales. Algunos artículos mejores que otros, unos de escritores y periodistas reconocidos como la propia Milagros o como Rafael Osío Cabrices -quien también le dedicó al video un post en su blog que, al momento de yo escribir estas líneas, ya lleva al pie 157 comentarios de sus lectores- y otros de personas menos populares, pero todos girando en torno al video de las despedidas.

Escribí en mi muro, para presentar el artículo de la Socorro: “¡Bravo! Debo confesar que cuando tropecé por primera vez con el video, lo paré a los pocos segundos de haber empezado y pensé: “Esta historia me la sé y no me interesa verla”. Luego, con la insistencia en Twitter denigrando de la película, burlándose de los muchachos que la hicieron y de los que dieron su testimonio, me tomé el tiempo de verla y llegué a la conclusión de que en esa pieza audiovisual es mucho más impactante lo que no se ve que lo que nos muestra. Está allí presentada de manera tal vez un poco torpe en la forma de expresarla una angustia que no solo atormenta a los chamos de Caracas, sino a los de todo el país. La angustia de sentirse en un lugar que no les ofrece un futuro y en cuyo presente no se pueden desarrollar a plenitud. Un país del que más que querer irse, sienten que los están expulsando. También pensé al ver que los testimonios los dan “hijos de papá” del este, como los estigmatizan en las redes, en esos “hijos de mamá” del oeste que seguramente también quisieran despedirse de Caracas y del país pero no tienen los medios para hacerlo. No nos gusta vernos cómo realmente somos, creo yo, y el video nos muestra algo que nos escandaliza por lo fatuo de los planteamientos pero eso también somos. En muchos casos fatuos, fútiles, y algunos quisieran poder sacar de Caracas a gente como la que da su testimonio en el video. Por eso digo que más dice lo que no muestra el video que lo que muestra que, al final, si lo hubieran querido, con edición y locución lo habrían enmendado pero prefirieron mostrarlo tal cual”.

No pensé en volver sobre el asunto hasta hoy, cuando al abrir el Facebook me consigo con que han creado una página que se llama “Me iría demasiado” en clara alusión a una de las frases expresadas en el video por uno de los entrevistados y destinada a mofarse no sólo del video, sino de sus realizadores y de quienes, de manera honesta, ofrecieron sus pareceres y opiniones a los que hacían el audiovisual y, no conforme con esto, al revisar mi muro, encuentro que el periodista de CNN, Carlos Montero, ha publicado en su página:

“¿Vieron el video «Caracas, ciudad de despedidas»? Me gustaría saber que les parece. Mañana lo analizaremos con Fernando Ramos, enviado especial de CNN a Venezuela”.

Y a continuación postea el video con la coletilla que reza:

“aquí el infame “documental” sobre Caracas ciudad de despedidas que tuvo más dislikes que reproducciones LOL”.

Al ver todo esto, no pude evitar preguntarme ¿Qué carajos nos está pasando? ¿En qué nos estamos convirtiendo? ¿Qué país es este?

¿Con qué derecho nos atrevemos a menospreciar, denigrar, maltratar, acosar, destruir a unos muchachos que lo único que hicieron fue expresar una opinión y manifestar una angustia, válida por lo demás, por la vida que se les está ofreciendo en un país donde en cualquier esquina parece haber una bala con nuestro nombre?

¿Qué país es este, donde ya vamos para una semana hablando de un video de poco más de siete minutos que no debería ofender a nadie porque allí solamente se muestra una verdad y una parte de una país, mientras que sale un exmagistrado del Tribunal Supremo de Justicia como Aponte Aponte a enseñarnos la gravedad del sistema judicial por el que nos regimos y la inmundicia del régimen que nos gobierna y con dos días de comentarios y unos cuantos artículos que casi nadie ni comentó, despachamos el asunto como si habláramos de la telenovela de moda?

¿Con qué derecho acosamos a estos muchachos del video por “sifrinos” y “superficiales” en un país donde el libro sobre comportamiento social y etiqueta de Titina Penzini donde al parecer nos enseña algo tan importante como “cómo sostener con una misma mano la copa de vino y el Blackberry para dejar libre la otra y así poder saludar a quienes se nos acerquen” se ha agotado en las librerías y en Twitter muchos darían lo que fuera porque la socialité les dedicara el más mínimo comentario?

¿Cómo Melissa Rausseo desde el sesudísimo programa “Sabado en la noche” se atreve a hablar, con su mandibuleo particular y sus piernitas cruzadas a lo miss, sobre los “sifrinos” del video?

¿Cómo se ha, prácticamente, obligado a los muchachos a retirar su video de Youtube por el acoso al que los sometimos por «superficiales» y “apátridas” porque se quieren ir a buscar un poco de seguridad y calidad de vida en otro país, después de que Venezuela entera contempló casi sin inmutarse cómo Franklin Brito perdía su vida en una huelga de hambre clamando por justicia?

Nos burlamos del “Me iría demasiado” del muchacho y estoy seguro que muchos de los que lo hacen, hace unos 20 años habrían dicho “Me iría burda” o “tomaría sendo avión y me iría”, o hace poco habría dicho “Bueno, yo tipo me iría”. Muchos venimos de aquella “generación boba” de Chirinos y ya sabemos en qué paró el exrector.

Comunicado de los realizadores de CCDD

Lo que diferencia a estos jóvenes es que lo dijeron ante unas cámaras y los realizadores lo pusieron tal como sucedió. Podrían haberlo editado, podrían haberles dado un texto escrito con palabrotas esdrújulas de esas que tanto parecen gustar a la intelectualidad del país, podrían haber presumido de profundidad, pero optaron por mostrarlo tal y como pasó. Y por eso los crucificamos. Los estigmatizamos diciéndoles “hijos de papá y mamá” porque nos acostumbramos a vivir en un país donde la mayoría son hijos solo de mamá y, en muchas familias, varios “hijos de mamá” con diferentes padres, todos ausentes.

Acaso esos muchachos de los barrios de Caracas, mensajeros de oficina que se gastan su sueldo de un mes en un par de zapatos Nike, no deben haber dicho también “Me iría demasiado” cuando los apuntan con un revólver para quitarles sus “pisos”. Tal vez el mandibuleo de estos sea menos pronunciado, a lo mejor un poco más malandreado el tono y, posiblemente, le agregarían al final a la frase: “De esta mielda”. Pero la intención y la angustia es la misma.

Inti Acevedo (@Inti) tuvo hace poco un terrible suceso en su casa, un robo en el que los amordazaron,  y en uno de sus tuits dijo que se iría del país y todos lo entendimos, lo apoyamos, le dimos palabras de consuelo. ¡Ah claro! pero es @Inti, el gurú de internet, el pana de muchos tuiteros. Pero los muchachos del audiovisiual manifiestan el mismo deseo y la misma angustia y los tildamos de “Sifrinos”, “Apátridas”, les decimos que se larguen, los despreciamos.

Imagino que después de todo este acoso esos muchachos además de quererse largar del país deben tener pavor de salir a la calle y que las hordas que los han insultado desde las redes sociales los agredan físicamente.

¿Es que nos hemos vuelto tan obtusos que ni siquiera somos capaces de entender una metáfora. Buena o mala, pero metáfora? Entonces un joven dice “me quiero ir porque quiero poder salir a las 3 de la mañana de una rumba” y lo tomamos al pie de la letra, no tenemos la capacidad de ir un poco más allá de esas palabras y entender que quiere decir que anhela vivir en un país seguro donde pueda salir a cualquier hora sin el terror de ser matado o, en el mejor de los casos, robado. No somos capaces de entender que esa frase encierra un deseo de poder salir con sus zapatos de marca, con su teléfono, con su Ipad, con su salario de motorizado, vendedor, lavacarros, o lo que sea, en la cartera sin el terror a su espalda.

La otra dice que quisiera sacar de Caracas a la gente o irse y llevarse en una cajita lo que le gusta de la ciudad, o algo parecido, y no podemos ver que lo que expresa es un profundo amor por esa ciudad en la que vive y quiere vivir y, como se le ha hecho tan invivible, quisiera poderla hacer a su gusto para disfrutarla sin tener que dejarla. Sin tener que irse porque más que querer irse lo que siente es que el país la está echando.

En fin, que no entiendo en qué nos hemos convertido. Veo lo sucedido con “Caracas ciudad de despedidas” sobre el que incluso opinan muchos que ni siquiera lo han visto, y digo “¡un poquito de por favor!”. No puedo menos que pensar (como muchas veces lo he pensado, por los mismos motivos que esos muchachos) que, de no ser porque no tengo papeles para estar legal en ninguna otra parte del mundo, yo también “me iría demasiado”.

Festival del Renacimiento en Texas 2011

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En un pequeño pueblo, al norte de Houston, Texas, en Estados Unidos, se desarrolla cada año el Festival del Renacimieto, un evento en el que se recrea la vida del Siglo XVI, sus vestidos, aromas, sabores y fiestas. Es una experiencia que vale la pena disfrutar y que en octubre de 2011 tuve oportunidad de vivir.

No es un viaje en el tiempo, es bueno aclararlo, nada riguroso ni completamente fiel a la época. Es solo una diversión, una especie de parque temático donde la gente acude a pasar un día divertido y diferente. Un evento muy al estilo gringo, superficial y entretenido que cumple con su cometido de ofrecer al público una feria con personajes y eventos, juegos y productos alimenticios y de artesanía que lo sacan a uno de la cotidianidad para imbuirlo en un mundo de sueños y fantasía y donde los americanos beben hasta convertirse en verdaderos bufones cómicos y atrevidos.

Sobre la edición del festival en el 2011 van las fotografías que comparto a continuación.

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