El domingo 07 en la noche, mi urbanización se sumió en un tenso silencio. Los televisores se apagaron. La música cesó. A lo lejos se oía la detonación de uno que otro mortero como muestra de celebración. Pero en las cercanías el silencio era sepulcral.
Esa noche mucha gente se durmió vencida por el llanto. La asaltaron las dudas. Se preguntaba qué pasó. No daba crédito a la información que la rectora del CNE daba por televisión.
El sentimiento de burla, de estafa, de robo, hizo presa de gran parte de los que hasta hacía pocas horas, se encontraban, si no felices, con muchas esperanzas de triunfo. No era para menos. Los ríos de gente desbordada en las calles del país, alegre y emocionada, vitoreando el paso del candidato Capriles nos sembraron la esperanza de que el triunfo estaba cerca.
El lunes 08, muchos siguieron llorando. Había duelo y algunos se preguntaban de dónde salieron tantos votos para Chávez si sus actos fueron tan pocos y, por Globovisión, nos mostraban la «escasa concurrencia», al tiempo que remarcaban que era gente obligada y comprada. Que muchos estaban allí pero votarían por Capriles, como en efecto pudo haber pasado.
Ese lunes 08, los más desbocados, sin pruebas ni evidencias se lanzaron a gritar «fraude». «Esos votos no están». «Esos los crearon con las maquinitas y con la complicidad del CNE y el plan República».
Mientras que algunos se preguntaban dónde estaban esos 8 millones que no los veían por ningún lado y otros, entre los que me cuento, empezábamos a pensar en qué se falló, qué faltó, por qué no vimos que esos 8 millones seguían allí, inamovibles, cómo es que no nos los tropezábamos por ninguna parte.
Durante la campaña, mucho se habló del «voto oculto», del voto que no se reflejaba en las encuestas, del «voto silencioso» a favor de Capriles por temor a las represalias del régimen. Ahora, días después, creo que ese voto silencioso no contaba para las encuestas. En realidad, contaba para nuestra cotidianidad, nuestro día a día. Esos votos estaban allí, callados, agazapados y nosotros, en nuestra euforia y optimismo, nos negábamos a verlos.
Muchos de esos votos estaban en los barrios a los que yo, y probablemente el que me está leyendo tampoco, no entramos porque el solo nombrarlos nos atemoriza, pero desde donde, seguramente, provenían los sonidos de cohetones y morteros celebrando. Y estaban, también en una gran masa de trabajadores públicos de todos los niveles en un Estado empleador hasta la exageración.
Esos votos estaban en la muchacha que en la panadería te embolsa los 20 panes mientras te escucha decir que los chavistas son unos desgraciados. Estaban en la cajera del supermercado que, mientras te chequea la compra, te oye comentar con el que está en la cola que los chavistas son todos unos arrastrados.
Los votos de Chávez estaban en la chica esa de uñas postizas y tetas compradas, dependiente de una tienda de ropa que, en la tintorería, escuchaba a las dos señoras encopetadas decir, que las chavistas son todas unas putas vendidas, mientras ella le comentaba a su amiga, receptora de ropa en esa tintorería y también chavista, por lo bajito:
-Si, yo tengo loco a Andrés, el cajero del banco, se desvive por mí, lo que no sabe es que yo soy del otro lado. El no sabe que soy chavista porque, si lo llega saber, me odia y no me hace el favor de depositar los cheques sin hacer la cola.
El voto chavista estaba en el chofer de la camionetica que llevó a la gente al mitin de Capriles y esperó pacientemente a que llegara la hora de devolverlos a sus casas, escuchando como los pasajeros decían: «Los chavistas son todos unos flojos borrachos, menos mal que esto se acaba el domingo».
Por Chávez votó ese mesonero que dijo a su compañero el sábado en la noche:
-Dame cuatro palos ahí y si gana Capriles, te los devuelvo-. Mientras iba a llevar la pizza y miraba de reojo con resentimiento a dos de gorra tricolor que decían:
«A esos chavistas de mierda hay que acabarlos, no sirven para nada. Son una parranda de flojos que solo quieren que les den plata de las misiones sin trabajar».
Los votos estaban en ese gerente de banco que era opositor y que se quedó sin empleo cuando el gobierno acabó con el banco Federal y que, ahora, absorbido por el Banco de Venezuela, ha conseguido mejor sueldo y trato, aunque no salga a alardear de que es chavista. También en esos que, siendo opositores con «plan B» para USA, cansados de tratar de abastecer su bodega con los productos que escasean y precios regulados, se dejaron seducir, un mes antes de las elecciones, por el militar mafioso, se asociaron con él y, en una semana, echaron abajo la bodega, metieron máquinas de juego e instalaron un casino clandestino. Obteniendo en un mes la ganancia que no obtuvieron en un año de trabajo.
Por Chávez votó el viejito que se sentía anulado e ignorado y que ahora está convencido de que su pensión se la debe a él y no que es un derecho obtenido gracias a su trabajo y dedicación al país y que en la cola del banco oye como un hombre le dice a la cajera:
-No le doy paso al viejo ese coñoemadre, porque todos son unos chavistas vendidos, que votan por el desgraciado solo por una pensión.
Los votos de Chávez salieron de esos a los que no se pueden asustar con el socialismo porque ellos no tienen nada que le puedan quitar y sí una misión que están recibiendo. De los que no se asustan con la inseguridad y la violencia porque nacieron en medio de una balacera y en ella han crecido. De la señora de servicio que cuando iba a llevar café a la patrona y su amiga escuchó que la visita le decía compungida: «Chica, Juanita, la que trabaja en mi casa, es chavista», y la patrona le respondía:
-¡Es que son brutas! ¿Qué se puede esperar de ellas? Si fueran inteligentes, no serían cachifas y menos chavistas.
Ante tantas muestras de desprecio que damos a diario, a veces sin darnos cuenta, pero siempre a todo pulmón, ¿cómo podemos pretender que quien está a nuestro lado muestre sus preferencias políticas?
Chávez ha basado su poder y su permanencia en resaltar el resentimiento y el odio de los que nunca han tenido contra los que tienen. Ese ha sido su gran triunfo, fomentar una lucha de clases y acentuar la división y, para ello, se vale de las misiones que maneja como dádivas y limosnas para mantener sometido y a su lado a esa gran masa que siente que, por primera vez, los toman en cuenta. Chávez trata a «sus pobres» como a perritos a los que se les tira un hueso para conquistarlos. De esa forma los ha logrado mantener fieles a su lado.
Pero el otro gran triunfo de Chávez es haber inoculado ese odio y ese resentimiento en quienes lo adversamos.
Los que no queremos a Chávez y su proyecto «socialista», hemos caído en la trampa de su odio. Nos ha faltado sensibilidad e inteligencia para no dejarnos arrastrar por su discurso violento y hemos terminado maltratando y humillando a sus seguidores cotidianamente, diciendo que son arrastrados, vendidos, tarifados, percucios, tierrúos, vagos, flojos, borrachos, malandros, violentos, ladrones. Para después pretender que nos digan: «yo voto por Chávez».
De todo eso hay en las filas del Chavismo, y en las filas de la oposición también. Como en la oposición hay sifrinos, corruptos, encopetadas, patiquines, adecos y copeyanos, al igual que en el chavismo.
Lo que no podemos y debemos empezar a evitar, es decir que todos los chavistas son así o que todos los opositores son asá.
A veces, oigo decir que el país necesita «reconciliación» y, algunas bocas, pareciera sonar como si dijeran, «hay que reconciliarse con esos brutos chavistas» o, «hay que abrazar a los desgraciados burgueses». Así, la reconciliación estará muy lejos. Tan lejos como esperar que se produzca cuando Chávez le dé la mano a los de la oposición sin ofenderlos.
Cuando uno ve que en Caracas, a las 6 de la mañana, el metro va lleno hasta el tope de gente que se dirige a sus trabajos, cuando al Ruta 6, de Maracaibo a las horas pico, a las horas de entrada y salida del trabajo, parece que la gente se le desbordará por las ventanillas y puertas, yo los veo y me pongo a pensar en lo injusto que es decir que «Venezuela es un país de vagos». La injusticia que significa decir que los chavistas que van en esos transportes son unos delincuentes, borrachos, buenos para nada.
La gran mayoría de este país (al menos así quiero creerlo en mi ingenuidad) es gente trabajadora, sin importar por quien vote.
Me decía un amigo, refiriéndose a los chavistas:
-Son flojos. Esos no aprenden. Lo que quieren es que le den los reales para bebérselos y luego sentarse a esperar que les vuelvan a dar. Son como cerdos que, por más que los saquen del chiquero y los enseñen, cuando ven la porquería, corren a revolcarse en ella.
Yo me niego rotundamente a pensar así y mucho menos a creerlo. Si los seres humanos fuéramos así y no tuviésemos capacidad para aprender, seguiríamos en cavernas. Así se lo decía, pero en su ceguera, parecía no entender que esa situación como él la describe no puede ser una fatalidad, no es algo congénito, un mal que no tiene cura.
Yo creo que mucha de esa gente que hoy está recibiendo una ayuda del gobierno -que se la administran como limosnas-, no han tenido oportunidad de aprender a sacar partido de esa ayuda porque, entre otras cosas, al régimen no le conviene que aprendan y se independicen de esa limosna.
Chávez ha continuado la política de la lata de zinc, los bloques y la bolsa de comida de los adecos y copeyanos, solo que la ha sistematizado, regularizado. Pero para nada le conviene que la gente aprenda a sacar provecho de esa ayuda para buscar la forma de obtener ingresos sin depender de la Misión.
A Chávez no le interesa que la gente conciencie que la limosna que le dan hoy, si no la aprende a usar, se le acaba mañana y que seguirá en la misma situación.
El quiere que se la consuman y se sienten a esperar la próxima limosna para mantenerlos atados a él, como bueyes.
Pero la oposición tampoco ha asumido la labor de ir casa por casa a enseñarles qué pueden hacer con lo que obtienen de ayuda del gobierno. Creo que ese es el trabajo que políticos, líderes sociales y empresarios tienen que asumir. Esa es la lectura que nos debería dejar el resultado de las elecciones y lo aprendido en los meses de «casa por casa» de Capriles en campaña.
Hay una necesidad de educación y capacitación de la gente a la que le llegan las misiones que tiene que ser asumida. La empresa privada tiene que asumir un compromiso social y aportarle calidad de vida a los más pobres. No es dar limosna como lo hace Chávez, es un verdadero compromiso social que se enfoque en la educación y aprovechamiento de lo que les dan, al tiempo que les brindan la posibilidad de acceder a los servicios básicos.
Ese es el trabajo que hay que hacer, a mi entender, y que queda muy claro en esta anécdota que mi sobrina Sandra Moros, relató en un comentario en mi post «No hubo fraude, lo que sí hay es un camino»:
Definitivamente, la clave es educación, es el trabajo social que no se ha hecho. Es enseñarles que se pueden valer por sí mismos, que la misión es algo que debe ser pasajero y puntual, que no es un yunque al que estará atado de por vida. Enseñarles que no hay necesidad de llenarse de hijos para demostrarle a cada hombre que aman que lo aman y, mucho menos, para retenerlo. Enseñarles que es más fácil echar para adelante con uno o dos hijos y no con cinco en la esperanza de que, alguno de ellos crezca, sea exitoso y los saque de la pobreza.
En fin, educar, insistir, seguir educando. Educándolos a ellos pero también educándonos a nosotros. Entendiendo que cada vez que generalizamos y utilizamos términos peyorativos para referirnos a todo un sector de la población, nos retratamos a nosotros mismos como personas y demostramos que no estamos muy lejos de los adjetivos con los que estigmatizamos a los demás.
Tibisay Lucena dijo unas palabras muy sabias cuando proclamó a Chávez como presidente para el período 2013-2017. Dijo, palabras más, palabras menos, que reconocer el triunfo del otro y la propia derrota, pasa por reconocer también a los que votaron por el vencedor, por eliminar los términos peyorativos y discriminatorios para referirnos a sus votantes.
Lamentablemente, la rectora del CNE, olvidó que dirige una institución que es de todos los venezolanos, y no nada más del sector oficial, no se percató de decir que el vencedor al aceptar el triunfo también debe pasar por ese mismo tamiz, también debe reconocer al otro, respetarlo y eliminar de su discurso palabras como majunches, burgueses, pitiyanquis, hijos de papá y mamá…
Pero, bueno, ya todos sabemos de qué pata cojea la Rectora, a qué tendencia se inclina, a qué intereses responde y a quién rinde cuentas. O sea, que no podemos pedirle peras al olmo. Tiempos mejores vendrán cuando entre vecinos nos tratemos con respeto y que ese trato sea un reflejo del modelo que nos dan desde las instituciones del Estado. Algo que ya vamos para 14 años sin conocer.