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Se acabó el fuego, pero el show continúa (o lo que nos dice una foto)

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Luego de varios días de infierno y fuego en Amuay, después de que llegara la espuma apaga incendios comprada al imperio mesmo a la carrera y, según dicen las malas lenguas -y repite la mía que no es muy santa-, de recibir en la madrugada la asesoría de expertos norteamericanos, a hurtadillas, sin que se sepa, pues la orden fue: me dicen en tres horas lo que hay que hacer y se me largan por donde vinieron, las gigantescas llamaradas que salían de los tres tanques incendiados de la refinería fueron extinguidas.

Se acabó el fuego. El país quedó sumido en una profunda depresión y tristeza. Las cientos de imágenes que se tomaron del suceso aún desfilan en nuestras mentes y cuando cerramos los ojos nos atormenta aquella foto de la camioneta Pick up con los cuerpos calcinados arrumados unos sobre otros, la de la señora sentada en la calle con lo poco que había podido rescatar de las brasas y su guacamaya abrazada, las de los automóviles convertidos en chatarra con la humareda y el fuego al fondo que parecían sacadas de una película de ciencia ficción de las que relatan historias del fín del mundo.

El estado de bb messenger de Rigoberto Colina, trabajador de Puramin, muerto en la tragedia, retumba en nuestras mentes:
«Gas metano a 24%. Gas H2S (sulfuro de hidrógeno) 4%. Nos estamos muriendo».

Y las fotos de los animales quemados despiertan la sensibilidad del mas duro de los mortales. Luego de cuatro largos días de dolor, terror, impotencia, rabia y frustración, Venezuela queda hipersensible, a punto de llanto. Gran parte de los ciudadanos estamos en un estado de desolación tan fuerte que pareciera que en cualquier momento, por la más mínima cosa, arrancaremos a llorar.

Para la mayoría, tristeza y depresión son los sentimientos que nos acompañan y que sentimos nos obsesionarán por largo rato.

Es por eso que nos choca, sentimos una profunda repulsa y animadversión al contemplar la foto del Ministro Ramírez de lo más sonreído, posando alegremente, con sus ofensivas chaqueta y gorra «dojas-dojitas», como diría él, frente a la cámara, como quien posa en un cumpleaños para el apagado de las velas.

La imagen es grotesca, el rojo de la vestimenta para una ocasión de duelo hiere la vista. Es como para gritarle: ¿Qué fue, Ministro, se está quitando el luto por las más de 40 víctimas fatales poco a poco?

Uno ve la fotografía y de inmediato recuerda a la hiena Izarra con su cínica sonrisa en CNN y su insensible comentario acerca de que Franklin Brito olía a formol cuando el agricultor se encontraba en los últimos días de la huelga de hambre que le costó la vida.

No podremos olvidar nunca la, en mal momento, citada frase del presaliente: La función debe continuar.

¿De qué materia fecal están hechos estos «socialistas» de pacotilla? ¿En qué albañal cultivan sus sentimientos estos «revolucionarios»?

No era nada difícil para el presaliente aparecer 40 horas después, como lo hizo,  y saludar humildemente a las víctimas y a sus familiares, pedir un minuto de silencio por los fallecidos en el accidente, pedir excusas a quienes pudieran pensar que esas muertes son su responsabilidad tomando en cuenta que él es el jefe del Estado que tiene a su cargo la administración y el resguardo de esas instalaciones petroleras y las vidas de quienes allí laboran. De una manera u otra, son su responsabilidad. Podría haber inmediatamente solicitado una investigación y anunciar al mismo tiempo que se indemnizaría a las víctimas.

Pero no. Todo lo convierte en un show que debe continuar. En el espectáculo con el que pretende humillar a quienes están en minusvalía frente a él, como la periodista de RCN. Todo termina reducido a show y a campaña electoral sin el más mínimo sentimiento de solidaridad con quienes sufren.

La imagen de Ramírez muerto de risa entre las ruinas de Amuay, es la representación gráfica de lo que hemos vivido los venezolanos estos 14 años. Largos 14 años de burlas y desprecio, de manipulación y vejación de un país al que le han bajado su autoestima a los subsótanos de la humanidad.

El fuego en Amuay se extinguió gracias a la llegada tardía de una espuma apaga incendios que, según mi escaso conocimiento y entender en materia de seguridad industrial, no debería faltar en unas instalaciones de alto riesgo como una refinería, pero el show continuó.

Es que la formación de todos estos revolucionarios del siglo XXI pareciera estar marcada por las pautas «showceras» que les da su comandante presaliente. El sabelotodo de todo. El que conoce a la perfección hasta de sonido de espectáculos públicos pues, según confesó en cadena nacional, en mejores tiempos para el país, fue animador de concursos de reinas de pueblos y narrador de caimaneras deportivas. Afición a la que lleva catorce años haciéndole honor pues, no puede ver un micrófono porque allí se queda pegado por horas, hablando más paja que radio «fiao», echando cuentos y anécdotas que parecieran sacados de una edición barata de imitadores de García Márquez.

El Ministro podría haber honrado las circunstancias y una vez apagado el fuego, aunque fuese por pudor y humanidad poner cara de circunstancia, agradecer a los bomberos, pedir un minuto de silencio por los fallecidos, cantar el himno nacional en honor de las víctimas y largarse a celebrar en la intimidad de su casa, si era lo que se le antojaba.

Pero es que humanidad, sensibilidad, sentimientos, solidaridad, respeto, honor, si estos «socialistas» tenían, eran verdes y se los comió un burro. Como diría mi difunta madre.

¿Cómo no indignarse?

Ramírez sale hecho una fiesta en la foto de marras y Chávez lo felicita por la eficientísima labor extinguiendo el fuego. Nada dicen de los destrozos causados, de los costos económicos y ambientales, además de las vidas humanas y animales cobradas por el fuego que al decir de la mayoría de los expertos se originó por la falta de mantenimiento. La sonrisa de Ramírez demuestra que no tiene el más pequeño remordimiento, como si la refinería, su funcionamiento y control y las vidas de quienes allí trabajan no fueran su responsabilidad. Son más de 40 muertos y más de 80 heridos los que suma la tragedia. Por lo menos 100 millones de dólares diarios de pérdidas por paralización de la producción, miles de millones de dólares para reconstruur las instalaciones. El medio ambiente se ha visto seriamente afectado con daños irreversibles de contaminación atmosférica,  de los suelos y las aguas. Y, como dice el ingeniero Efraín Campos, especialista en confiabilidad, la reputación de Pdvsa queda en entredicho y su imagen internacional muy comprometida, ahora figura como empresa  ineficiente e insegura que aleja a los inversionistas.

De nada de estas consecuencias han hablado ni el Ministo ni el presaliente. A ninguno de los dos parece remorderles en lo mínimo sus consciencias. Hacen espectáculo repartiendo casas cual nuevo rico que a punta de real pretende expiar sus culpas y, por supuesto, el show debe continuar.

Se fue el fuego de Amuay. Nos queda la tristeza, el dolor, la indignación y la terrible certeza de que, para el oficialismo, Venezuela no es mas que una tarima en un templete de feria de pueblo en el que al animador de la elección de la reina lo único que le importa es que el show continúe.

“Por estas calles” – “A mi hermano lo mataron” – ‎#FuerzaOneChot

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Esta historia puede escribirse de atrás para adelante o de adelante para atrás. Puede empezar en 1992 con “Por estas calles”, la telenovela de RCTV original de Ibsen Martínez, que nos retrataba descarnadamente como país perfectamente resumida en la canción de Yordano, pasar por el video del presidente con el niño de dos años que en cadena nacional desnuda con dos frases una realidad

@Taru_Small: Aquí una imagen para la reflexión sobre el caso de #OneChot (Tomado del Twitter)

del país cuando dice (A mi hermano) “Lo mataron” y más adelante agrega: (Mi mamá) “No tiene casa” y terminar con la tragedia vivida por OneChot al ser víctima de un asalto.

Pero el orden puede ser inverso. Al final, el resultado va a ser el mismo: Una historia de violencia, dolor, impunidad, impotencia… ¿Resignación?

Hoy nos despertamos con la terrible noticia de que el creador Juan David Chacón, “OneChot”, se encuentra recluido en el área de cuidados intensivos de una clínica luego de que en la madrugada recibiera un disparo en la cabeza para robarlo.  La noticia rodó velozmente por las redes sociales y llegó a ser “trending topic” mundial en pocas horas. El país y el mundo se conmocionaron con lo sucedido. Su video “Rotten Town” con una importante carga de violencia pareció convertirse en una premonición.

Mientras tanto,  en los medios oficialistas pasan el 27 y 28 de febrero recordando los terribles sucesos del Caracazo. Programa tras programa se dedican a mostrar las violentas escenas de la locura que durante dos días invadió a la capital del país cuando la gente en una especie de arrebato colectivo se lanzó a las calles a saquear, robar, en un desenfreno nunca antes conocido y los medios policiales del Estado a reprimir de manera implacable y violenta, dejando como saldo innumerables muertos y heridos que al día de hoy claman por justicia, y cuantiosas pérdidas económicas para todos los sectores del país.

Todo lo que se ve en la pantalla oficial solo tiende de manera indirecta, algunas veces, y completamente explícita, en otras, a tratar de justificar el robo, el saqueo y la violencia, amparados en el hambruna que vivían los sectores más desposeídos del país. Es el discurso que hemos venido escuchando desde los altos estratos del poder desde hace 13 años. Abiertamente o entrelíneas nos dicen: “Si tienes hambre, roba”.

Allí vi a una Vanessa Davies que se ponía las manos en la cara para con gran dolor decir que lo del “Caracazo” son recuerdos que no quiere recordar. Y a un Mario Silva escandalizado porque a un compañero de trabajo suyo lo botaron porque se robó en ese entonces 20 kilos de carne y los escondió en el sótano del edificio de su lugar de labores.

Pero por ningún lado vi que se pusieran las manos en la cabeza en muestra de horror por la terrible historia del niño de dos años que desencaja por completo al presidente cuando le dice que a su hermano “lo mataron”. Para esos medios parece que no existió la historia. Chávez tartamudeó, perdió el hilo de lo que decía, evidentemente estaba en shock por lo que acababa de escuchar de la inocente boca infantil que comentaba que a su hermano lo mataron con la misma naturalidad que podría contar que se acababa de comer un caramelo.

Chávez trata de recomponerse. Sabe que está en cadena nacional y como buen showman, animando un evento electorero, debe cumplir a cabalidad la manida frase “El show debe continuar”. Endereza el capote y sale del trance, pero al país le quedo clavada en el alma la imagen de la criatura, que, no conforme, mas adelante complementa diciendo que su mamá «no tiene casa».

Esto conmovió al país. Bueno, a parte del país porque para los medios oficiales la “anécdota” no sucedió. Como no sucedió el disparo dado en la cabeza  a “OneChot” para robarlo. Para estos medios solo existe por estos días el “Caracazo” y el cáncer de Chávez.

A la enfermedad del presidente le han dedicado incontables horas de programación, incluyendo cadenas de medios, y shows montados muy por el estilo del visto en televisión hace poco cuando murió el dictador Coreano. La despedida de Chávez para someterse a operación de la lesión en Cuba fue la única noticia importante para los medios del Estado.

Sin duda, el cáncer del presidente puede ser muy lamentable para muchos, pero ese es un hecho “natural”, inevitable. Es una enfermedad que debe ser tratada, nada más. La muerte del hermano del niño del video, el disparo en la cabeza del artista, el niño que asustado por disparos corre a esconderse en su rancho y allí, aterrorizado, lo alcanza una bala y lo mata, eso, no es “natural” aunque de tanto vivirlo pareciera serlo. Eso es responsabilidad del Estado. Un Estado que, al decir de algunos, propicia, alcahuetea y aúpa la violencia porque un pueblo sometido por el miedo es mucho más difícil que reaccione a la realidad que lo abate y más fácil de controlar.

La violencia se nos ha hecho tan cotidiana que ya deja de ser noticia. Los medios no se dan abasto para detallar los casos, los ciudadanos que mueren terminan siendo solo un guarismo que engrosa una cifra semanal. 50, 75, 83 muertes el fin de semana son los titulares habituales. Ya las víctimas de la violencia no tienen nombre, se hace imposible nombrarlas. Solo cuando sucede a alguien como al  cantante de reggae, a un personaje público o cuando la violencia del hecho traspasa los límites del realismo mágico o de lo real maravilloso, un caso particular es destacado.

En estos 20 años transcurridos desde que la telenovela “Por estas calles” nos diera una bofetada como país al mostrarnos la realidad de los barrios y de la pobreza en Venezuela, lo único que ha cambiado es el número de víctimas al mes que aumenta sin parar, el nivel de la agresividad con la que se acometen los hechos delictivos, la edad de quienes ejecutan los asesinatos y robos que cada vez son menores. Entonces, veo el video de OneChot, escucho la canción de Yordano que cada día tiene más vigencia y lo único que puedo hacer es mirar al cielo, rezar porque los míos lleguen salvos a casa cada tarde e implorar porque, algún día, algo pase…