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Caricatura de una Defensora del Pueblo

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Hay algunas declaraciones de funcionarios públicos que me hacen volver una y otra vez sobre la noticia. La leo y la releo. La veo en un medio y la busco en otro para ver qué diferencias encuentro entre la forma como la publica cada uno. La googleo a ver si hay otras publicaciones al respecto o si hay audios que den autenticidad a lo que estoy leyendo. La información se queda en mi cabeza como un eco que retumba todo el día, tratando de masticar y digerir lo que he leído en la prensa.

Esto me pasó con las recientes declaraciones de la Defensora del Pueblo, Gabriela Ramírez, en las que asegura que se investigarán un grupo de caricaturas que han sido publicadas en diferentes periódicos y que serían expuestas en lugares públicos.

Por lo que pude investigar en internet se trató de una nota de prensa originada a partir del programa de radio “La voz de la Defensoría”, que transmite Radio Nacional de Venezuela, medio oficialista, y publicada por la  Agencia Venezolana de Noticias (AVN), agencia también oficialista y que los demás medios de comunicación se encargaron  retransmitir casi sin modificar su contenido.

Decía Ramírez que «Es importante revisar estas caricaturas porque la Defensoría del Pueblo tiene la obligación de fijar posición ante ese tipo de actitudes que deben ser desterradas de la sociedad».

Leí estas líneas y no pude menos que alabar el alto sentido de responsabilidad con el cargo que detenta Gabriela Ramírez y que se desprende de esa aseveración. Una actuación impecable de la funcionaria y cónsona con el mandato dado por la Constitución, sin lugar a dudas.

Entrecomillado más adelante, se encuentra el siguiente comentario:

«No se puede llamar arte a estas expresiones que no comulgan con el pueblo y que, además, lo insultan, lo descalifican y lo desprecian sólo por su manera de pensar».

A pesar de no saber en qué parte de las funciones otorgadas a su cargo, se establece la facultad de decidir qué puede ser considerado arte y qué no; no tengo más remedio que coincidir con la Defensora en que uno no puede aupar manifestaciones que insulten, descalifiquen o desprecien a las personas solo por su manera de pensar, aunque me queda la duda de si Ramírez, además de estar capacitada y facultada para determinar qué es arte o no, también lo está para decidir qué es un insulto, descalificación o desprecio en una obra plástica.

Pero sigue la nota de prensa con las comillas, en señal de que lo que se escribe es cita textual de lo expresado por la funcionaria en el programa radial, y dice:

«La Constitución es muy clara con respecto a la libertad de expresión, la cual tiene el coto de no promover el odio, la discriminación ni el racismo, y es precisamente lo que estos señores están haciendo».

Otra vez impecable e irreprochable la parte en la que específica que la Constitución “tiene el coto de no promover el odio, la discriminación ni el racismo”. Quién podría estar en desacuerdo o contradecir semejante afirmación si precisamente es una de las sentencias constitucionales que nos garantizan que todos seamos iguales ante la ley y que no permite que seamos segregados o discriminados por ningún motivo.

Determinar que una obra de arte y, más aún una caricatura, que se puede interpretar de múltiples formas de acuerdo a quien la observa, va en contra de esos principios igualitarios estipulados en la Constitución es algo tan absolutamente subjetivo que, por lo menos, luce  apresurado y de una profunda ligereza asegurar que los artistas y obras que se investigarán, están promoviendo el odio, la discriminación o el racismo en sus obras.

La noticia me retumba en la cabeza. Siento que hay algo más, además de la ligereza de la funcionaria para tomarse atribuciones que no le corresponden, que me perturba y me deja inquieto e indignado. La vuelvo a leer y es cuando caigo en cuenta que lo que más me molesta de la información es “la ausencia”.

Sí. La ausencia de la Defensora durante 14 años de atropellos a todos los venezolanos por parte del presidente Chávez y de su gobierno sin que ella se haya dignado, ni siquiera una vez, aunque fuese por cubrir las apariencias y demostrar ese diligente sentido del deber y la obligación que hoy muestra ante las caricaturas de marras, en alzar su voz para defender a esa mitad del pueblo venezolano que diariamente es insultado, vejado, descalificado, discriminado, burlado, adjetivado e instigado a odiar y ser odiado en cadenas de radio y televisión.

¿Cómo es que la Defensora del Pueblo tiene la capacidad de interpretar unas caricaturas y determinar que  sus autores están promoviendo el odio, la discriminación  y la descalificación del pueblo y no es capaz de entender los insultos, epítetos y adjetivos descalificativos que el presidente nos ha enrostrado desde que asumió el poder y  que continúa haciendo cada vez con más virulencia?

¿O es que yo, por ser opositor, no soy pueblo y no merezco ser defendido por el despacho que por mandato constitucional debe estar al servicio y defensa de todos los venezolanos y no solo de los seguidores del presidente?

¿Por qué la Defensoría del Pueblo, en lugar de defenderme de las caricaturas, no me defiende de la delincuencia y le hace una investigación al gobierno para ver por qué no ha actuado con diligencia y fuerza  para garantizarnos el derecho a la propiedad y, sobre todo, a la vida?

¿Por qué la Defensoría del Pueblo, en lugar de defenderme de las caricaturas, no insta al gobierno a arreglar las carreteras asesinas, esas guillotinas por las que millones de venezolanos tienen que desplazarse diariamente poniendo en riesgo sus vidas?

¿Por qué la Defensoría del Pueblo, en lugar de defenderme de las caricaturas, no me defiende de los abusos del CNE, del descarado ventajismo mostrado por el gobierno en las pasadas elecciones y de la utilización de medios del Estado para hacer proselitismo político a favor del régimen?

¿Por qué la Defensoría del Pueblo, en lugar de defenderme de las caricaturas, no me defiende de las multas y cierres arbitrarios del Seniat en esas campañas de fiscalización que hace el organismo en las que la única orden que dan a sus fiscales es: “Salgan, multen y cierren”, sin importar que el establecimiento cumpla o no con sus deberes formales?

¿Por qué la Defensoría del Pueblo, en lugar de defenderme de las caricaturas, no me defiende de los ruleteos por hospitales en los que los pacientes pierden la vida porque no consiguen los centros hospitalarios aptos y abastecidos con lo necesario para salvarlos?

¿Sabe qué, señora Defensora?

Le agradezco su preocupación por lo que las caricaturas puedan producirme a mí y a todos los venezolanos en la autoestima y en la psique. Es muy loable que usted defienda a los ”pobres seguidores del presidente Chávez” de los prejuicios que le puedan ocasionar semejantes publicaciones; pero, hay en este país cosas mucho más importantes, urgentes y delicadas que atender, cosas en las que está en juego el derecho a la vida de los venezolanos, de TODOS, tanto los que están con Chávez como los que nos oponemos, y para los que la Constitución sí la ha facultado a usted para actuar, y no lo ha hecho. Todavía está a tiempo.

Por La Habana de la mano de @Melavaud sin tacones

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Aproximarme a “La Habana sin tacones” (Editorial Libros Marcados. 2011) de María Elena Lavaud, no ha sido fácil. Es un encuentro que he pospuesto adrede, a sabiendas de que era una obra que me haría cierto daño, que removería sentimientos que no quería remover y me traería a la mente historias que trato de mantener bajo el mantel, a menos que me sienta tan equilibrado emocionalmente, que esté seguro no me harán sucumbir en una larga y tormentosa depresión.

Mis primeros escarceos con el libro empezaron por el Twitter, cuando la periodista hacía RTs (retuiteos) de los comentarios y piropos que le daban los usuarios de la red social y que acaban de comprar, leer o buscar el libro.

Si algo tengo que reconocer, es que la cuenta de @Melavaud no es precisamente de las más entretenidas en la red del microblogging. Su timeline pocas veces va más allá de esos retuiteos de los piropos que le lanzan tanto al libro como a sus programas domingueros. Por esto he estado a punto de dejarla de seguir, pero luego la veo en pantalla y me parece una tipa tan inteligente y sensible que no soy capaz de darle al botón de unfollow. Además, fue una de las primeras personas del “famoseo” que me devolvió el follow y eso se agradece.

Entonces me digo, “Bueno, en verdad, esa es una forma de acusar recibo de los comentarios que le dirigen. Es algo que todos terminamos haciendo en Twitter, aunque para algunos resulte pedante y echón”.

Todo esto lo digo aquí escudado tras un monitor y un teclado de computador pues estoy seguro que si la tuviera en frente, la llamase para hacerle mi observación, me mirase con esos ojos intensos y me dijera con voz alta e impostada “¡A la orden!” como le dijo a la funcionaria de turismo de Cuba en el aeropuerto, se me “caerían las panteleticas” y le diría: “Usa tu Twitter como te dé la gana, cariño, que igual nos enamoras”. Y tacharía todo lo anterior.

¡Uf, ya me fui del tema!

Total, un día que vi que la Lavaud estaba fajada con los retuits, decidí ponerla a prueba y ver si interactuaba un poco más. Le dirigí un tuit preguntándole si el título del libro tenía algo que ver con el absolutista general gobernador de Cuba en el Siglo XIX, Miguel Tacón. Me respondió que no, que era un título literal; no metafórico, y que no había pensado en eso cuando lo escogió. Unos dos tuits después, me despachó con un amable y cortés “Luego hablamos”.

Días después, en una entrevista radial escuché que ella comentaba la anécdota tuitera con Pedro Penzini, y explicaba que, aunque el título del libro no había sido puesto con esa intención pues, resultó ser una especie de metáfora. Por supuesto, ella no recordaba quién era el tuitero.

Cuando fui a Mérida en Semana Santa, encontré el libro en casa de mi familia. Ya mis hermanas lo habían leído y me habían comentado que se habían enganchado con la historia. Tomé la obra, la metí en la maleta y me dispuse a traerla a casa para un día “entromparla”.

Pasaron dos meses con el libro en la mesa. Lo veía y me tentaba pero no me atrevía a agarrarlo. Pasaba a su lado, miraba la foto de la portada con María Elena en ella, leía la solapa, pero no me decidía a sentarme de una buena vez a leerlo. Escribía, leía otras cosas, editaba fotos, cualquier cosa con tal de no irme a pasear por La Habana con María Elena sin sus tacones.

Cuba es un tema que me pega hondo. Fidel y la isla fueron unos paradigmas de adolescencia aderezados con Silvio Rodríguez y su Rabo de Nube, Pablo Milanés y su Yolanda, Soledad Bravo y la Canción del Elegido. Una época de sueños y de deseos de justicia, libertad e igualdad que se derrumbaron de un solo golpe cuando visité La Habana en 1990 para un Festival de Cine en el que vi solamente dos películas y se esfumó todo un sistema de creencias, aspiraciones e ideas.

Sabía que el libro de la Lavaud removería todo eso y por ese motivo lo posponía. Hasta un día que me sentí centrado y equilibrado y lo empecé a leer.

Las primeras páginas me resultaron un poco tediosas. La lectura se me hacía lenta. El prefacio lo encontraba un poco fuera de lugar. Cuando llegué a las líneas en las que dice:

“Me aferro a esa tesis de la psicología que augura que después del miedo contenido, irrumpe la acción. Eso me agobia menos que pensar que lo que vi pueda durar 10, 20 ó 30 años más. O peor aún, que pueda trasladarse definitivamente y sin remedio hasta nuestra propia tierra.”

Pensé “Ay, María Elena, eso mismo creí yo hace 20 años cuando recorrí las calles de La Habana. Sentí que el susurro que rugía sotto voce por las calles de Cuba terminaría en poco tiempo en un alarido incontenible. Y ya ves, han pasado 20 años más, de esos 50 que tiene la revolución sometiendo a los cubanos. Y, peor aún, hace 10, mis amigos me decían que eso no podría instaurarse en Venezuela. Que nosotros no éramos como los cubanos y, ya ves mi periodista, el socialismo del Siglo XXI en cualquier momento baila el vals de los 15 años”.

Terminé el prefacio, recorrí con cierto temor las primeras líneas de “El arca de Noé” porque sentía que no continuaría la lectura, pero, ya a las pocas páginas leídas del capítulo, sentí que la historia me atrapaba.

La Habana sin tacones está escrito del tal manera que su ritmo va in crescendo. Su soundtrack pareciera ser El Bolero de Ravell y su ritmo se acelera en la medida que la historia avanza y se van sumando instrumentos a la acción. No es un tratado sobre el socialismo cubano. Es un libro de crónicas de viaje, escritas a partir de las notas tomadas por la periodista durante sus días de turista en Cuba y de sus interrelaciones con la gente que tropezaba a su paso. Es La Habana que se le mostró espontánea y azarosamente a MEL sin que ella la buscara. Si alguien piensa que va a encontrar un trabajo de investigación, un reportaje a profundidad, sobre Cuba y su sistema político, se equivocó de libro. Este está lleno de los sentimientos de la autora, de sus sustos y temores, incluso de sus prejuicios. Crónicas escritas con sensibilidad y ritmo.

El estilo llano y sencillo al escribir hizo que,  sin darme apenas cuenta, me encontrara en el avión con la periodista. Me sentí vigilado por el hombre de la camisa azul a cuadros. No sé en qué momento justo de la lectura se operó una especie de click que me hizo estar en el aeropuerto de La Habana y los ojos se me aguaron cuando, perdido en medio de la «U» descrita por MEL, ese hombre dijo: «¿Qué haces ahí parada?» Y entendimos que él era un cubano que regresaba a su país y se debía someter a las humillaciones y vejaciones a las que el régimen socialista somete a sus nativos, quienes no parecen alcanzar nunca el nivel de ciudadanos.

A partir de allí ya no quería soltar el libro. Llegaba gente a mi tienda de mascotas y los atendía apurado, con ganas de que terminaran de pedir y pagar de una buena vez para continuar mi viaje. Por momentos, no sabía si era el viaje de la Lavaud o el mío, 20 años atrás.

Este recorrido de la mano de María Elena me sirvió para comprobar que pocas cosas cambiaron en La Habana en estos 20 años y la mayoría para peor. Como la discriminación que el sistema hace de los cubanos quienes parecen estar clasificados en ciudadanos de “Primerísima” categoría, los Castros y sus más cercanos colaboradores, de segunda categoría, quienes tienen acceso a los pesos CUC porque en sus hombros recae la imagen que la revolución debe dar a los turistas que visitan la isla sin mirar más allá de sus narices como bien los describe la canción «Tropicollage» de Carlos Varela. En este grupo se encuentran los cubanos que pueden sacar provecho de su contacto con el turista y terminar con unos dólares de propina en el bolsillo o unas moñeritas para el pelo.

Siguen los habitantes que están en un escalafón más bajo, que trabajan para ganar en pesos cubanos que no les sirven para acceder a los productos que venden en las tiendas de turistas, a las que ahora tienen permiso del régimen para entrar y donde pueden comprar, siempre y cuando tengan los benditos CUC. Este grupo tiene que rebuscarse los dólares como puedan si quieren disfrutar de una pasta de jabón de baño. Y, finalmente, los jineteros y jineteras que también cumplen una labor dentro de la revolución al hacer que los turistas dejen divisas en la isla gracias a la prostitución y venta de drogas.

Efectivamente, los cambios parecen ser sutiles y absolutamente controlados por quienes detentan el poder para aferrarse a él mientras a la población le dan migajas no sólo de alimentos sino también de libertad.

Cuando yo estuve, los cubanos no podían pisar los hoteles ni las tiendas de Intur, que así se llamaban y donde se podía encontrar todo lo que los cubanos ni siquiera eran capaces de imaginar que existía. Si algún cubano se atrevía a quebrantar la prohibición, le podía acarrear serias sanciones. Incluso, cárcel.

Ahora pueden hacerlo siempre y cuando estén dispuestos a dejar su salario de un mes en un desayuno. Leve cambio, casi imperceptible, un mero maquillaje legal, pues dejó de ser delito lo que hacían con regularidad y temor. Las tiendas pasaron de llamarse Intur a Palco. Cuando yo fui, el nativo tenía pesos cubanos pero no tenía qué comprar con ellos, y para conseguir una pasta dental debían comprarla por interpuestas personas con dólares obtenidos por la izquierda. Ahora tienen permiso de entrar a las tiendas con mercancías importadas pero sus pesos no valen ni para un café. Han sido cambios tan sutiles como el cambio de presidente de un Castro a otro Castro. Cambios para que nada cambie.

La historia con la vendedora de la tienda del hotel quien, al enterarse de donde venía María Elena, cambió radicalmente su quejido contra el sistema en alabanza a la revolución, me hizo lamentar que ahora los cubanos, no solo tienen que cuidarse de los miembros del partido y de los comités de defensa de la revolución, deben medir muy bien sus palabras si a quien se dirigen es a un venezolano pues, lamentablemente, puede resultar ser un “sapo” que haga que termine con sus huesos en la cárcel.

El principal cambio que encontré en las crónicas de MEL, fue en la noche pasada en El Tropicana. ¡Cosa más grande! El cabaret consiguió que le invirtieran en vestuario y escenografía al parecer pues, cuando fui, era un espectáculo que al mirar un poco más allá de las bambalinas y luces, reflejaba la decadencia de La Habana toda, con bailarinas ataviadas con medias de malla rotas y trajes de telas baratas y mal confeccionados. Algo que al parecer la revolución se encargó de remediar pues, El Tropicana, es una de esa postales mentales que el turista se lleva y debe corresponderse con el engaño que la revolución se empeña en vender fuera de sus fronteras.

Mientras leía, disfrutaba y sufría con la Lavaud su estadía por la Habana, lamenté que el libro estuviera impreso en ese papel barato, como de periódico, que hace que las fotos queden como un manchón terrible y poco distinguible. Recordé que con mis fotos no tuve suerte. Tomé muchísimas, muchas más de las que el rollo me permitía (rodó esa cédula) hasta darme cuenta que el carrete estaba mal puesto y que no se salvaría ni una de las imágenes tomadas. ¡Me habría gustado tanto poder disfrutar a plenitud de las mostradas en La Habana sin tacones!

Un detalle más que me hizo recordar que Cuba y Venezuela son una misma cosa pues el montón de libros que traje de la isla en mi viaje, estaba impreso en ese tipo de papel que era a lo máximo que podía aspirar la editorial cubana. Muchos libros que fue lo único que pude comprar en Cuba con pesos cubanos pues, todo lo demás se pagaba en “divisa”. Obras impresas sin ningún control de calidad y que al leerlas uno descubría que le faltaban hojas, que la impresión se había empastelado y unas páginas que debían estar en un sitio de acuerdo al orden consecutivo, aparecían mucho después. En fin, obras por las que los trabajadores recibían un pago del Estado sin importar el resultado final. Imagino que las editoriales venezolanas ya están llegando o se aproximan a alta velocidad a ese “mar de la felicidad”, porque la mayoría de los libros que he visto últimamente están elaborados en ese mismo papel opaco, poroso y feo que enchumba la tinta y hace que las imágenes sean un manchón apenas distinguible.

Con MEL recorrí La Habana que conocí, visité Finca Vigía de nuevo, pateé la hermosa Habana vieja con su catedral y disfruté una vez más del malecón habanero donde iban a terminar la mayoría de mis noches en la isla. Pero también descubrí nuevas zonas a las que no fui como el Callejón de Hamel y todo ese paseo de turismo alternativo que le ofreció Wladimir por el monumento a José Miguel Gómez, la Casa del Ché, el monumento a Lennon, pasaje que me hizo recordar que los amigos del Mella, 20 años atrás, estaban fascinados descubriendo a los Beatles cuando en Venezuela era música, si no de viejos, de adultos bastante contemporáneos, pero que para los cubanos era prohibida.

Con las crónicas de La Lavaud volví a ver las largas colas de cubanos en Copelia para comprar un helado mientras observan resignados cómo las divisas de los turistas hacen que esas filas se desvanezcan. Creo que por eso me vine de la isla sin probar los famosos helados, no quería que un dólar mío contribuyera con la discriminación y el abuso del régimen.

Al final, se me aguaron una vez más los ojos al ver el ataque de llanto que le sobrevino a la periodista al llegar a su casa. Recordé que a mi me sucedió a los 3 o 4 días de estar en la isla, cuando pasé las dos horas y pico, casi tres, que duraban el documental «El Fanguito» y la película «Hello Hemingway» en un incontrolable llanto.

Lloraba, moqueaba y sollozaba como un niño en la oscura sala de cine en una acción catártica y liberadora de esos primeros días y noches en La Habana, con pocas horas de sueño a cuestas y muchas de pesadilla vividas a diario.

Llegué a los últimos capítulos del libro con el corazón arrugado de tristeza y nostalgia y el alma dolorida de una historia que no por conocida, duele menos.

María Elena Lavaud puede que no sea una de las mejores tuiteras de mi timeline pero, sin duda, es una periodista sensible, con una pluma encantadora, excelente manejo del supense. Con su prosa sencilla y sin rebuscamientos, logra cautivar y hacer de la lectura de sus crónicas una vívida experiencia. Al final ni siquiera extrañé esas malas y peor impresas fotos que tiene el libro porque la descripción y narración de MEL me sembró la retina de espectaculares imágenes que todavía persisten en mi mente.

Al cerrar el libro no pude evitar pensar: ¿Quejeso, María Elena? ¿Me vas a decir que estuviste todos esos día en Cuba, soltera, sola, pavoneando tu belleza y savoir faire por La Habana, y te viniste sin tener siquiera una propuesta de boda, una insinuación de matrimonio? ¡Vamos, periodista, echa tu cuento como es!

 
Memorias de un viaje a Cuba http://golcarr.wordpress.com/2013/11/08/memorias-de-un-viaje-a-cuba/

“Por estas calles” – “A mi hermano lo mataron” – ‎#FuerzaOneChot

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Esta historia puede escribirse de atrás para adelante o de adelante para atrás. Puede empezar en 1992 con “Por estas calles”, la telenovela de RCTV original de Ibsen Martínez, que nos retrataba descarnadamente como país perfectamente resumida en la canción de Yordano, pasar por el video del presidente con el niño de dos años que en cadena nacional desnuda con dos frases una realidad

@Taru_Small: Aquí una imagen para la reflexión sobre el caso de #OneChot (Tomado del Twitter)

del país cuando dice (A mi hermano) “Lo mataron” y más adelante agrega: (Mi mamá) “No tiene casa” y terminar con la tragedia vivida por OneChot al ser víctima de un asalto.

Pero el orden puede ser inverso. Al final, el resultado va a ser el mismo: Una historia de violencia, dolor, impunidad, impotencia… ¿Resignación?

Hoy nos despertamos con la terrible noticia de que el creador Juan David Chacón, “OneChot”, se encuentra recluido en el área de cuidados intensivos de una clínica luego de que en la madrugada recibiera un disparo en la cabeza para robarlo.  La noticia rodó velozmente por las redes sociales y llegó a ser “trending topic” mundial en pocas horas. El país y el mundo se conmocionaron con lo sucedido. Su video “Rotten Town” con una importante carga de violencia pareció convertirse en una premonición.

Mientras tanto,  en los medios oficialistas pasan el 27 y 28 de febrero recordando los terribles sucesos del Caracazo. Programa tras programa se dedican a mostrar las violentas escenas de la locura que durante dos días invadió a la capital del país cuando la gente en una especie de arrebato colectivo se lanzó a las calles a saquear, robar, en un desenfreno nunca antes conocido y los medios policiales del Estado a reprimir de manera implacable y violenta, dejando como saldo innumerables muertos y heridos que al día de hoy claman por justicia, y cuantiosas pérdidas económicas para todos los sectores del país.

Todo lo que se ve en la pantalla oficial solo tiende de manera indirecta, algunas veces, y completamente explícita, en otras, a tratar de justificar el robo, el saqueo y la violencia, amparados en el hambruna que vivían los sectores más desposeídos del país. Es el discurso que hemos venido escuchando desde los altos estratos del poder desde hace 13 años. Abiertamente o entrelíneas nos dicen: “Si tienes hambre, roba”.

Allí vi a una Vanessa Davies que se ponía las manos en la cara para con gran dolor decir que lo del “Caracazo” son recuerdos que no quiere recordar. Y a un Mario Silva escandalizado porque a un compañero de trabajo suyo lo botaron porque se robó en ese entonces 20 kilos de carne y los escondió en el sótano del edificio de su lugar de labores.

Pero por ningún lado vi que se pusieran las manos en la cabeza en muestra de horror por la terrible historia del niño de dos años que desencaja por completo al presidente cuando le dice que a su hermano “lo mataron”. Para esos medios parece que no existió la historia. Chávez tartamudeó, perdió el hilo de lo que decía, evidentemente estaba en shock por lo que acababa de escuchar de la inocente boca infantil que comentaba que a su hermano lo mataron con la misma naturalidad que podría contar que se acababa de comer un caramelo.

Chávez trata de recomponerse. Sabe que está en cadena nacional y como buen showman, animando un evento electorero, debe cumplir a cabalidad la manida frase “El show debe continuar”. Endereza el capote y sale del trance, pero al país le quedo clavada en el alma la imagen de la criatura, que, no conforme, mas adelante complementa diciendo que su mamá «no tiene casa».

Esto conmovió al país. Bueno, a parte del país porque para los medios oficiales la “anécdota” no sucedió. Como no sucedió el disparo dado en la cabeza  a “OneChot” para robarlo. Para estos medios solo existe por estos días el “Caracazo” y el cáncer de Chávez.

A la enfermedad del presidente le han dedicado incontables horas de programación, incluyendo cadenas de medios, y shows montados muy por el estilo del visto en televisión hace poco cuando murió el dictador Coreano. La despedida de Chávez para someterse a operación de la lesión en Cuba fue la única noticia importante para los medios del Estado.

Sin duda, el cáncer del presidente puede ser muy lamentable para muchos, pero ese es un hecho “natural”, inevitable. Es una enfermedad que debe ser tratada, nada más. La muerte del hermano del niño del video, el disparo en la cabeza del artista, el niño que asustado por disparos corre a esconderse en su rancho y allí, aterrorizado, lo alcanza una bala y lo mata, eso, no es “natural” aunque de tanto vivirlo pareciera serlo. Eso es responsabilidad del Estado. Un Estado que, al decir de algunos, propicia, alcahuetea y aúpa la violencia porque un pueblo sometido por el miedo es mucho más difícil que reaccione a la realidad que lo abate y más fácil de controlar.

La violencia se nos ha hecho tan cotidiana que ya deja de ser noticia. Los medios no se dan abasto para detallar los casos, los ciudadanos que mueren terminan siendo solo un guarismo que engrosa una cifra semanal. 50, 75, 83 muertes el fin de semana son los titulares habituales. Ya las víctimas de la violencia no tienen nombre, se hace imposible nombrarlas. Solo cuando sucede a alguien como al  cantante de reggae, a un personaje público o cuando la violencia del hecho traspasa los límites del realismo mágico o de lo real maravilloso, un caso particular es destacado.

En estos 20 años transcurridos desde que la telenovela “Por estas calles” nos diera una bofetada como país al mostrarnos la realidad de los barrios y de la pobreza en Venezuela, lo único que ha cambiado es el número de víctimas al mes que aumenta sin parar, el nivel de la agresividad con la que se acometen los hechos delictivos, la edad de quienes ejecutan los asesinatos y robos que cada vez son menores. Entonces, veo el video de OneChot, escucho la canción de Yordano que cada día tiene más vigencia y lo único que puedo hacer es mirar al cielo, rezar porque los míos lleguen salvos a casa cada tarde e implorar porque, algún día, algo pase…

Absceso Pélvico, ¿blackout informativo o burla?

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Foto conseguida en la web

Me había propuesto no escribir acerca de la enfermedad que le surgió al presidente Chávez durante su visita a Cuba. Al menos, tenía decidido no referirme a ese hecho de manera seria, sólo lo acometería en forma sarcástica o irónica, de la misma forma cómo se lo han presentado al país los voceros oficiales, incluyendo al propio presidente.

A modo personal no me interesa en lo más mínimo si a Chávez le salió un forúnculo en una nalga o un absceso pélvico, me da igual si es un cáncer de colon o una espinilla, pero como ciudadano pensante de un país, me parece que los venezolanos nos merecemos que nos den cuenta acerca de lo que le puede estar sucediendo a nuestro presidente, qué lo hace que se ausente por más de 15 días de su cargo sin rendir explicaciones serias ni de él ni de voceros autorizados y sin prever las posibles consecuencias de una ausencia más larga.

Pero mi decisión de no prestarme a esa especie de circo que se ha montado en torno a la supuesta enfermedad del presidente se topó con un artículo de un bloguero italiano en el que habla de una supuesta alineación de la prensa estadounidense con la italiana para generar una campaña de desinformación sobre el tema y, de verdad, se me volaron los tapones.

Dice Attilio Folliero en su blog, y ruego me disculpen la mala traducción ya que mi italiano es bastante limitado y pobre:

“Desde que Hugo se está recuperando en Cuba de un «absceso pélvico», que dicho en otras palabras es una apendicitis, es decir, una enfermedad que hace unas décadas podría llevar a una muerte fulminante y que hoy se cura tranquilamente, la prensa italiana, alineada con la estadounidense, comenzó una sostenida campaña de desinformación. Recordamos que Chávez estuvo en Cuba en visita oficial, proveniente de una visita anterior a Brasil y Ecuador.

Todos los medios de comunicación italianos, los oficiales, por supuesto, los del régimen, están creando una matriz de opinión tendente a hacer creer que Hugo Chávez está sufriendo de una enfermedad grave y está prácticamente muriendo! Nada más falso.

El presidente Hugo Chávez está, evidentemente, convalesciente, pero en fase de recuperación, está bastante bien, tanto es así que incluso en una cama de hospital sigue a la cabeza del gobierno de Venezuela. No sólo ha firmado varios decretos, sino que se ha hecho sentir a través de la red social Twitter, donde es uno de los personajes con más seguidores en el mundo. Además, en la foto tomada durante la visita de los hermanos Fidel y Raúl Castro aparece definitivamente con buena salud.

Por último, los testimonios directos de la familia de Chávez han tranquilizado totalmente la opinión pública Venezolana a cerca de las buenas condiciones de salud en las que se encuentra presidente venezolano, Hugo Chávez. El hermano del presidente, Adán Chávez, gobernador del estado Barinas, Venezuela, después de haber estado cercano a su hermano durante el primer día de recuperación, ha hablado de un normal curso del post operatorio y ha asegurado a los venezolanos que el presidente, a la vuelta de 10 o 12 días estará de regreso en Venezuela…”

Y por allí sigue, tratando de demostrar su hipótesis de la campaña de desinformación. Lo leo y me pregunto cómo es que este señor, en Italia, puede tener más información sobre la enfermedad de Chávez que yo que soy venezolano, ¿O es que su post se basa también en suposiciones como la mayoría de las especulaciones que a diario aparecen en nuestros medios de comunicación de parte y parte? Tanto del lado del oficialismo como del lado de la oposición han surgido incontables informaciones sobre la salud del mandatario y, en su mayoría, no se basan más que en cuentos de camino, en supuestas “fuetes confiables”, en posibles interpretaciones hechas por médicos especialistas de acuerdo a la poca información que ha salido a la luz. ¡Hasta que sufre una septicemia y está ingresado en la casa de Fidel!

Esa campaña de desinformación total de la que habla el bloguero italiano, no se está sucediendo solamente en Italia y en Estados Unidos. Aquí en Venezuela y en la propia Cuba (Yoani Sánchez hablaba del hermetismo en la isla al respecto) hay un completo blackout informativo que propicia las más inverosímiles versiones de lo que pueda estar pasando con la salud del Presidente. Ese blackout informativo no tiene sentido ni se puede justificar en una era en la que todo lo concerniente a la salud del mandatario se aclararía con una video conferencia o con un twitcam ya que a Chávez tanto le apasiona la red social y en twitter es uno de los usuarios con más seguidores en el mundo. O una simple llamada telefónica de Chávez como la que hizo cuando llegó a cuba y le diagnosticaron el supuesto absceso pélvico. ¿Por qué si hace una llamada al comando del PSUV para transmitirle instrucciones no puede igualmente dirigirse a sus ciudadanos, aunque sea por pocos segundos para informarles acerca de su condición de salud?

Lo mínimo que en un país serio se podría exigir es un parte médico de los doctores que están tratando al mandatario. Médicos de los que no tenemos la más mínima información de quiénes son, de dónde son, qué especialidad tienen.

Todo el misterio y las especulaciones que hay en torno al absceso de Chávez son propiciados por los mismos voceros del oficialismo y del presidente que callan o dan versiones contradictorias. Por ejemplo, mientras Maduro dice que Chávez está dando una dura batalla por su salud, el presidente de la AN y José Vicente Rangel dicen que está muy bien y que regresará al país cuando le dé la gana, y a Maripili Hernández se le escapa en su programa de radio que el mandatario se recupera satisfactoriamente de su enfermedad y, de inmediato, como quien cometió una infidencia, corrige y dice que se recupera de su operación. Hasta el presidente paraguayo, se pronuncia sobre el caso y dice que su colega venezolano «no tiene nada grave«. Y así, han sido 15 días de especulaciones, inventos, manipulaciones, todo un caos informatico generado por un régimen que no respeta a sus ciudadanos, que se burla de quienes nos oponemos a su gobierno negándonos información pero que también se burla de sus seguidores y fanáticos que están ávidos por saber qué es lo que realmente le sucede a su comandante y líder.

En una época en la que los medios de comunicación se han masificado cómo ahora, cuando existen tantas vías para mantener a una población oportuna y verazmente informada no se justifica tanto misterio y mezquindad de parte del gobierno. Yo me pregunto cuando hablan de campaña de desinformación de los medios ¿Quiénes propician esa desinformación? ¿A quién le conviene que surjan tantas especulaciones? Y es más, ¿Por qué no tomar un micrófono y con seriedad dar la información que la población reclama? ¿A que perversos motivos se puede deber semejante blackout informativo? ¿Con qué fines?

«Sangre en el diván» o cómo hacer extraordinario el caso del Dr. Chirinos

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Sangre en el Diván (Grijalbo, 2010)

 

Acabo de terminar de leer “Sangre en el diván. El extraordinario caso del Dr. Chirinos”, (Grijalbo, 2010) el más reciente libro de la periodista Ibéyise Pacheco. Sin duda, es un esfuerzo encomiable y valiente, un trabajo arduo de la autora para recopilar la información del caso del asesinato de la joven Roxana Vargas a manos de su siquiatra, el reconocido ex rector de la Universidad  Central de Venezuela, Edmundo Chirinos.

Pese al valor que innegablemente tiene el libro como documento y registro del sonado caso, al leerlo, no he podido dejar de tener algunas reservas en cuanto a la calidad literaria y al manejo de la información allí presentada como reportaje policial.

No me voy a afincar en algunas lamentables expresiones que subestiman a la población del interior del país como cuando se afirma, refiriéndose a la madre de la víctima:

A pesar de ser de la provincia, había educado a sus hijas para que le confiaran hasta sus pensamientos íntimos…” (El resaltado es mío)

De verdad que no entendí a qué se refiere la autora con esta afirmación. ¿Acaso las personas de provincia no educan a sus hijas  para que confíen en ellas? ¿Si las educan de esa forma las de la capital? Es algo sin importancia pero que a mí, como persona del interior, me choca por encontrarla arrogante y discriminatoria.

Tampoco haré hincapié en algunos errores de tipeo y de sintaxis que, aunque no deberían existir en una publicación seria, siempre son posibles y, en muchos casos se le atribuyen a los duendes de la imprenta. Tampoco profundizaré en  la abundancia de lugares comunes a la hora de narrar y describir hechos y situaciones.

 No obstante, me parece que debo recalcar un error de redacción que, aunque podría pasar como un asunto de estilo, no lo es y es una de las primeras lecciones que a uno le dan al estudiar Comunicación Social en la cátedra de redacción. Dice en el libro:

“La historia conmovió de inmediato al país. Era un miércoles l9 de septiembre de l984. Los estudiantes venían a la Plaza del Rectorado como protesta por el mal estado y servicio del comedor, y el rector, al enterarse, llamó al Ministro del Interior, Octavio Lepage, para solicitarle que impidiera el paso a los estudiantes, a como diera lugar.” (El resaltado es mío).

Para hacerlo corto, el  mes septiembre de 1984 sólo tuvo “un miércoles 19”, por lo tanto, es un error formular la oración de la manera mostrada. Debería decir “El miércoles l9 de septiembre de l984” o “Un miércoles de septiembre de 1984”.

Pero como digo, son cosas sin mayor importancia en las que no vale la pena ahondar más. Lo que sí considero importante es la manera de manejar y presentar la información.

Primero que nada, considero que al libro le haría falta una buena dosis de tijera. Eliminar bastante información que se repite en varias partes de la obra sin ninguna necesidad y que llega a resultar hasta aburrida. La reiteración de la información podría resultar necesaria en el caso de un reportaje publicado por entregas en el que podría ser útil recordar cierta información, no así en la realización de un libro.

El principal problema que le encuentro a “Sangre en el Diván” es que no es un reportaje en el sentido estricto de la palabra ni tampoco una novela o una historia novelada.

La autora parece mostrar cierto empeño desde el principio en presentar a Edmundo Chirinos como una especie de monstruo, llegando incluso a dejar entre líneas la posibilidad de que el siquiatra sea un asesino en serie, comparable, como lo expone en varios relatos del texto, a Hannibal Lecter, personaje cinematográfico recordado por la mayoría por el film “El silencio de los inocentes”, protagonizado magistralmente por Anthony Hopkins en el papel del sicópata homicida.

Si bien es cierto que lo hecho por Chirinos es un acto aberrante y monstruoso, reprobable tanto desde el punto de vista de la ética profesional como de la moral, que se paga con cárcel como en efecto lo está haciendo el siquiatra, hasta donde se sabe y hasta donde ha conocido la justicia, no se puede decir o insinuar que Chirinos es un homicida en serie como se deja entrever en el libro de Pacheco. Hasta que surja una nueva denuncia y juicio al respecto, Chirinos, según la justicia, es sólo responsable de la muerte de Roxana Vargas y de tener en su poder 1200 fotografías de mujeres desnudas o semidesnudas, algunas dopadas según se desprende del libro.

Repito, hasta donde se conoce, esos son los hechos. Lo demás son especulaciones de la autora y de las personas entrevistadas para la realización de libro. Como es especulación el decir o insinuar que un vigilante pudo no sólo haber ayudado a Chirinos con la desaparición del cadáver de Roxana, sino que tal vez participaba de los actos lascivos junto con el siquiatra.

En esa parte también haría falta un buen recorte, como la haría en los testimonios de los expertos que, en algunas ocasiones más parecen chismes de tertulianas de la prensa del  corazón que declaraciones serias para un reportaje. No voy a decir que bien podría la autora habernos ahorrado las descripciones detalladas y hasta cierto punto escabrosas y amarillistas de los procesos de exhumación y autopsia de la víctima. Digamos que eso forma parte de un estilo periodístico que, aunque no es de mi agrado, se ha extendido en todo el mundo y que vende porque tiene su público. Pero sí es necesario que quede bien separado lo que es simple especulación de los entrevistados de lo que puede tener un basamento científico.

Todo lo que puede formar parte de las especulaciones de los entrevistados, por muy expertos que sean, ha debido ser suprimido en el texto, dejar asentado sólo lo que tiene un valor científico, que aporte datos importantes para la elaboración del reportaje. Está de más que en varias oportunidades se insinúe una posible homosexualidad o bisexualidad de Chirinos basados en su amaneramiento, muy acorde con la personalidad del seductor, por cierto, que se muestra refinado y galante para conquistar.  De la bisexualidad del siquiatra no parece haber más pruebas que rumores y chismes, en un país bastante homófobo donde, por lo demás, es un deporte decirle a alguien homosexual cuando se quiere descalificar.

Otra posibilidad habría sido que la autora se dedicara a hacer una novela policíaca con la información recabada. Que creara unos personajes a los cuales perfectamente podría poner a decir todo lo que a primera vista forma parte de especulaciones, suposiciones o chismes.

Tal vez una novela que podría comenzar con este párrafo del libro:

“El comisario Orlando Arias, a pesar de tener casi cinco años de jubilado, no faltaba a su rutina de comprarse los principales diarios del país, y antes de tomarse su primer café abría la página de sucesos. Leía los diarios de atrás para delante. Así se lo había enseñado su padre, legendario investigador cuando la época democrática en la segunda mitad del siglo XX. Orlando repetía que a pesar de su retiro obligado seguiría siendo policía.

La información de Roxana llamó su atención. La mención de Chirinos en el caso le recordó una denuncia que se había recibido en el organismo policial, unos l5 años atrás, de un extraño robo en su residencia…”

Y a partir de allí armar todo un entramado de suspenso en el que los detectives buscan la verdad hasta encontrarla y hacer que el culpable pague por su delito.

Qué tal una historia en la que, como sostiene la mamá de Roxana, la víctima haría lo imposible por hacer que su victimario pague por sus delitos. Es por eso que aturdida por los golpes que le asestara el siquiatra contra el diván y la pared, Roxana, consciente de que está viviendo sus últimos minutos, se arranca un zarcillo y lo tira sobre la alfombra para que quede como evidencia de  que ella estuvo allí al momento de morir y que sirva para inculpar a su seductor siquiatra.

Esto es sólo un ejercicio de imaginación para mostrar lo que se podría haber hecho en el campo de la ficción con la información obtenida por la periodista y que en ese caso sería perfectamente válido que los personajes hablaran y especularan. Lo que no me parece acertado al tratarse de un reportaje.

Por último, “Sangre en el diván” tiene dos aspectos más que me molestaron al leerlo. Primero, un cierto empeño de la autora en vincular de manera forzada el caso de Roxana con la figura del presidente Chávez porque, si  bien es cierto que él no pierde oportunidad para interferir con la administración de justicia en el país, llegando incluso a ordenar sentencias en cadena nacional, en este caso parece haberse mostrado comedido y al margen. Segundo, el anexo de la entrevista de Miyó Vestrini a Edmundo Chirinos, haciendo hincapié en la presentación de que la periodista había sido paciente del siquiatra y que unos meses después de esa conversación se suicidó. Ese anexo me dejó ciertas lecturas entrelíneas. ¿Acaso se pretende hacer ver que Chirinos pudo haber inducido a Miyó al suicidio? ¿Por qué ese anexo que en realidad no aporta mayor información ni al caso de Roxana ni a la investigación? Seguro estoy que existen muchas más entrevistas y declaraciones del siquiatra que podrían aportar más sobre su polémica, narcisista, enferma y seductora personalidad que la publicada como anexo de este libro.

Creo que la información contenida en “Sangre en el diván” puede ser la base para un buen libro bien sea periodístico o de ficción. A mi entender, lo leído, no puede ser considerado como una buena obra.