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«Sangre en el diván» o cómo hacer extraordinario el caso del Dr. Chirinos

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Sangre en el Diván (Grijalbo, 2010)

 

Acabo de terminar de leer “Sangre en el diván. El extraordinario caso del Dr. Chirinos”, (Grijalbo, 2010) el más reciente libro de la periodista Ibéyise Pacheco. Sin duda, es un esfuerzo encomiable y valiente, un trabajo arduo de la autora para recopilar la información del caso del asesinato de la joven Roxana Vargas a manos de su siquiatra, el reconocido ex rector de la Universidad  Central de Venezuela, Edmundo Chirinos.

Pese al valor que innegablemente tiene el libro como documento y registro del sonado caso, al leerlo, no he podido dejar de tener algunas reservas en cuanto a la calidad literaria y al manejo de la información allí presentada como reportaje policial.

No me voy a afincar en algunas lamentables expresiones que subestiman a la población del interior del país como cuando se afirma, refiriéndose a la madre de la víctima:

A pesar de ser de la provincia, había educado a sus hijas para que le confiaran hasta sus pensamientos íntimos…” (El resaltado es mío)

De verdad que no entendí a qué se refiere la autora con esta afirmación. ¿Acaso las personas de provincia no educan a sus hijas  para que confíen en ellas? ¿Si las educan de esa forma las de la capital? Es algo sin importancia pero que a mí, como persona del interior, me choca por encontrarla arrogante y discriminatoria.

Tampoco haré hincapié en algunos errores de tipeo y de sintaxis que, aunque no deberían existir en una publicación seria, siempre son posibles y, en muchos casos se le atribuyen a los duendes de la imprenta. Tampoco profundizaré en  la abundancia de lugares comunes a la hora de narrar y describir hechos y situaciones.

 No obstante, me parece que debo recalcar un error de redacción que, aunque podría pasar como un asunto de estilo, no lo es y es una de las primeras lecciones que a uno le dan al estudiar Comunicación Social en la cátedra de redacción. Dice en el libro:

“La historia conmovió de inmediato al país. Era un miércoles l9 de septiembre de l984. Los estudiantes venían a la Plaza del Rectorado como protesta por el mal estado y servicio del comedor, y el rector, al enterarse, llamó al Ministro del Interior, Octavio Lepage, para solicitarle que impidiera el paso a los estudiantes, a como diera lugar.” (El resaltado es mío).

Para hacerlo corto, el  mes septiembre de 1984 sólo tuvo “un miércoles 19”, por lo tanto, es un error formular la oración de la manera mostrada. Debería decir “El miércoles l9 de septiembre de l984” o “Un miércoles de septiembre de 1984”.

Pero como digo, son cosas sin mayor importancia en las que no vale la pena ahondar más. Lo que sí considero importante es la manera de manejar y presentar la información.

Primero que nada, considero que al libro le haría falta una buena dosis de tijera. Eliminar bastante información que se repite en varias partes de la obra sin ninguna necesidad y que llega a resultar hasta aburrida. La reiteración de la información podría resultar necesaria en el caso de un reportaje publicado por entregas en el que podría ser útil recordar cierta información, no así en la realización de un libro.

El principal problema que le encuentro a “Sangre en el Diván” es que no es un reportaje en el sentido estricto de la palabra ni tampoco una novela o una historia novelada.

La autora parece mostrar cierto empeño desde el principio en presentar a Edmundo Chirinos como una especie de monstruo, llegando incluso a dejar entre líneas la posibilidad de que el siquiatra sea un asesino en serie, comparable, como lo expone en varios relatos del texto, a Hannibal Lecter, personaje cinematográfico recordado por la mayoría por el film “El silencio de los inocentes”, protagonizado magistralmente por Anthony Hopkins en el papel del sicópata homicida.

Si bien es cierto que lo hecho por Chirinos es un acto aberrante y monstruoso, reprobable tanto desde el punto de vista de la ética profesional como de la moral, que se paga con cárcel como en efecto lo está haciendo el siquiatra, hasta donde se sabe y hasta donde ha conocido la justicia, no se puede decir o insinuar que Chirinos es un homicida en serie como se deja entrever en el libro de Pacheco. Hasta que surja una nueva denuncia y juicio al respecto, Chirinos, según la justicia, es sólo responsable de la muerte de Roxana Vargas y de tener en su poder 1200 fotografías de mujeres desnudas o semidesnudas, algunas dopadas según se desprende del libro.

Repito, hasta donde se conoce, esos son los hechos. Lo demás son especulaciones de la autora y de las personas entrevistadas para la realización de libro. Como es especulación el decir o insinuar que un vigilante pudo no sólo haber ayudado a Chirinos con la desaparición del cadáver de Roxana, sino que tal vez participaba de los actos lascivos junto con el siquiatra.

En esa parte también haría falta un buen recorte, como la haría en los testimonios de los expertos que, en algunas ocasiones más parecen chismes de tertulianas de la prensa del  corazón que declaraciones serias para un reportaje. No voy a decir que bien podría la autora habernos ahorrado las descripciones detalladas y hasta cierto punto escabrosas y amarillistas de los procesos de exhumación y autopsia de la víctima. Digamos que eso forma parte de un estilo periodístico que, aunque no es de mi agrado, se ha extendido en todo el mundo y que vende porque tiene su público. Pero sí es necesario que quede bien separado lo que es simple especulación de los entrevistados de lo que puede tener un basamento científico.

Todo lo que puede formar parte de las especulaciones de los entrevistados, por muy expertos que sean, ha debido ser suprimido en el texto, dejar asentado sólo lo que tiene un valor científico, que aporte datos importantes para la elaboración del reportaje. Está de más que en varias oportunidades se insinúe una posible homosexualidad o bisexualidad de Chirinos basados en su amaneramiento, muy acorde con la personalidad del seductor, por cierto, que se muestra refinado y galante para conquistar.  De la bisexualidad del siquiatra no parece haber más pruebas que rumores y chismes, en un país bastante homófobo donde, por lo demás, es un deporte decirle a alguien homosexual cuando se quiere descalificar.

Otra posibilidad habría sido que la autora se dedicara a hacer una novela policíaca con la información recabada. Que creara unos personajes a los cuales perfectamente podría poner a decir todo lo que a primera vista forma parte de especulaciones, suposiciones o chismes.

Tal vez una novela que podría comenzar con este párrafo del libro:

“El comisario Orlando Arias, a pesar de tener casi cinco años de jubilado, no faltaba a su rutina de comprarse los principales diarios del país, y antes de tomarse su primer café abría la página de sucesos. Leía los diarios de atrás para delante. Así se lo había enseñado su padre, legendario investigador cuando la época democrática en la segunda mitad del siglo XX. Orlando repetía que a pesar de su retiro obligado seguiría siendo policía.

La información de Roxana llamó su atención. La mención de Chirinos en el caso le recordó una denuncia que se había recibido en el organismo policial, unos l5 años atrás, de un extraño robo en su residencia…”

Y a partir de allí armar todo un entramado de suspenso en el que los detectives buscan la verdad hasta encontrarla y hacer que el culpable pague por su delito.

Qué tal una historia en la que, como sostiene la mamá de Roxana, la víctima haría lo imposible por hacer que su victimario pague por sus delitos. Es por eso que aturdida por los golpes que le asestara el siquiatra contra el diván y la pared, Roxana, consciente de que está viviendo sus últimos minutos, se arranca un zarcillo y lo tira sobre la alfombra para que quede como evidencia de  que ella estuvo allí al momento de morir y que sirva para inculpar a su seductor siquiatra.

Esto es sólo un ejercicio de imaginación para mostrar lo que se podría haber hecho en el campo de la ficción con la información obtenida por la periodista y que en ese caso sería perfectamente válido que los personajes hablaran y especularan. Lo que no me parece acertado al tratarse de un reportaje.

Por último, “Sangre en el diván” tiene dos aspectos más que me molestaron al leerlo. Primero, un cierto empeño de la autora en vincular de manera forzada el caso de Roxana con la figura del presidente Chávez porque, si  bien es cierto que él no pierde oportunidad para interferir con la administración de justicia en el país, llegando incluso a ordenar sentencias en cadena nacional, en este caso parece haberse mostrado comedido y al margen. Segundo, el anexo de la entrevista de Miyó Vestrini a Edmundo Chirinos, haciendo hincapié en la presentación de que la periodista había sido paciente del siquiatra y que unos meses después de esa conversación se suicidó. Ese anexo me dejó ciertas lecturas entrelíneas. ¿Acaso se pretende hacer ver que Chirinos pudo haber inducido a Miyó al suicidio? ¿Por qué ese anexo que en realidad no aporta mayor información ni al caso de Roxana ni a la investigación? Seguro estoy que existen muchas más entrevistas y declaraciones del siquiatra que podrían aportar más sobre su polémica, narcisista, enferma y seductora personalidad que la publicada como anexo de este libro.

Creo que la información contenida en “Sangre en el diván” puede ser la base para un buen libro bien sea periodístico o de ficción. A mi entender, lo leído, no puede ser considerado como una buena obra.