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Silvio Rodríguez, “¿Por qué no te callas?»

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Silvio Rodríguez, el cantautor cubano de La Nueva Trova, el admirado artista de mi adolescencia, el de la sensibilidad a flor de piel que le permitía escribir canciones tan hermosas como las de “Rabo de nube”, el “Unicornio Azul” y “La canción del elegido”, que cantábamos en bachillerato y en la universidad con la piel erizada y temblor en la voz, escribió en su blog acerca del tema de la violencia y tuvo el descaro de terminar su escrito con un “Viva Chávez, carajo.”.

“Violencia y otras cuestiones” se titula la entrada en su blog “Segunda cita”, titulo poco original a decir verdad para venir de un poeta del calibre de Silvio, pero bueno, digamos que el tema a tratar no se prestaba para metáforas y poesías.

El cubano se explaya en los motivos que “justificarían” la existencia y crecimiento de la violencia en los países latinoamericanos y desde el inicio del texto nos dice por donde irán los tiros de su post al describir los diferentes tipos de violencia:

“ …la ancestral violencia religiosa, hija del fanatismo y la intolerancia, hijos estos a su vez de la ignorancia. Existe la antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía. Pero la violencia que asola a muchas ciudades y barrios de Nuestra América suele ser la económica, con sus remotos orígenes en la desigualdad, la explotación, la miseria y la ignorancia, fermentadas en la ira que provoca venir al mundo para encontrar vedado lo que nos garantiza una existencia digna.”.

Y por allí se va para llegar a la conclusión de que la violencia actual en Venezuela no es más que el producto de siglos de desigualdad y que, según su parecer, el gobierno de Chávez ha dado los pasos adecuados con las misiones para erradicar la violencia en el país.

No obstante, el mismo cantautor se contradice cuando afirma que:

“Hoy la violencia llegó las calles de Caracas, y no me parece extraño. No en balde desde hace tanto se fueron enracimando, excluidos, los que por humano crecimiento ahora invaden la futurista ciudad que diseñó Pérez Giménez.”.

No se entiende cómo es que las misiones al darle una vida “digna” a los excluidos de siempre, no han logrado, en casi 14 años de gobierno, erradicar la violencia. Por el contrario, en estos años de “revolución” y de “justicia social”, la violencia en todo el país (no solo en Caracas) se ha multiplicado a niveles alarmantes.

En fin, que no es para desmontar el discurso de Silvio que yo me puse a escribir este post. Su texto, al ser leído por cualquier persona que viva y sufra la violencia cotidiana en Venezuela se cae por sí sólo.

Lo que me llamó la atención del post del cantautor cubano es que aunque habla de la violencia, prefiere hacerlo de la vivida en nuestro país; pero no habla de la que viven sus compatriotas cubanos cotidianamente.

¿Será que para Silvio no es violencia los más de una docena de presos políticos cubanos muertos en huelgas de hambre durante los 50 años del régimen de los Castro? No nos habla Silvio de Orlando Zapata, de Guillermo Fariñas o de Wilman Villar, cubanos muertos gracias a la violencia política del régimen que somete a la isla desde hace medio siglo.

Tampoco habla el poeta de la violencia y represión a la que son sometidas las Damas de Blanco en su isla del Caribe ni de la violencia que significa que una persona no pueda tener la libertad de salir y entrar de su país cuando se le pegue la real gana. Como es el caso de Yoani Sánchez, por nombrar a una personalidad emblemática y que el mundo entero conoce.

Parece ser que para Silvio, no constituye síntoma de violencia la manera en la que viven sus compatriotas en las llamadas “barbacoas”, ni el aislamiento en sanatorios (mal llamados sidatoriums, esa especie de campos de concentración ideados en la isla a finales de los 80s) al que son sometidas las personas cuando se les detecta HIV en Cuba para “enseñarlos a vivir con el virus de manera responsable”.

Parece que para el cantante es mucho más fácil hablar de la violencia en Venezuela que de la que tiene en su propio patio. Pero lo que más me indigna es que en su simplista enfoque de lo que sucede en nuestro país, el cubano se hace de la vista gorda y no nos habla de los años que pasó el régimen chavista repartiendo armas en los barrios de Caracas y del interior del país con el pretexto de tener una “revolución pacífica pero armada”. Armas de todos los calibres con las que en la actualidad matan a cualquier ciudadano para quitarle un teléfono o un par de zapatos y que fueron entregadas por el chavismo a los malandros de los barrios.

Tampoco se refiere el admirado Silvio a la violencia estimulada desde el discurso oficial en las cadenas de medios de comunicación que a diario se desarrollan. Para nada habla en su post de la agresividad y violencia del discurso de Chávez que no ha hecho más que cavar con más profundidad la brecha que divide a los venezolanos. En la voz de Chávez, justamente, se pregona «la antiquísima violencia política, que inició el primer ser vivo que agredió a otro para quedarse con lo que tenía.». O acaso, ¿Silvio Rodríguez no se ha enterado de que llevamos muchos años viendo cómo Chávez arbitrariamente le quita y se queda con lo que otros venezolanos tenían gracias a su trabajo?

¿Sabrá Silvio que en las cárceles de Venezuela, que están bajo la tutela y administración del gobierno de Chávez y cuya custodia es responsabilidad de la Guardia Nacional Bolivariana, los presos cuentan con un arsenal de armas de alta potencia más poderosas que las de la misma GNB? ¿Tendrá conocimiento el cantante de que el negocio de la violencia en esas cárceles de Chávez mueve miles de millones de dólares en armas y drogas? ¿Habrá escuchado el cantautor cubano acerca de los “colectivos” violentos que hacen vida en el 23 de Enero de Caracas y que han sido armados con fusiles por el gobierno de Chávez?

Habla Silvio de lo terrible de que “La violencia marginal fue fabricada por la desigualdad, por la indolencia y por el egoísmo.” y de que “Circunstancialmente me tocó visitar a Venezuela durante sus gobiernos anteriores, más que con este. Recuerdo que entonces existía la misma violencia, a pesar de que el país tenía los recursos para ser una de las naciones más prósperas de nuestro hemisferio.”.

Déjame decirte estimado cantautor que a Venezuela en estos 14 años le han entrado ingentes cantidades de dólares que los venezolanos no sabemos a dónde han ido a parar. Nunca, el país tuvo tanta riqueza y nunca fue tan pobre.

La criminalidad no es, como dices, la misma de hace más de 14 años; ahora es resentida, se ejecuta con odio y virulencia, con el mismo odio y la misma virulencia que vemos y oímos por radio y Tv. cada vez que Chávez se encadena para decir a todo pulmón que hay que ELIMINAR, PULVERIZAR, DESTRUIR, BORRAR, DESAPARECER, ANIQUILAR a todos los venezolanos que no pensamos como él y a todo el que tenga un poco más de lo que él considera que debe tener.

Si la pobreza justificara la violencia, muchos países más pobres que Venezuela tendrían índices de mortalidad por criminalidad más elevados que los de nuestro país, entre ellos, Cuba. Claro, allá la violencia de la represión del régimen tal vez no permita que la violencia de la criminalidad florezca.

La mayoría de los países latinoamericanos son mucho más pobres que Venezuela; sin embargo, solo el nuestro ostenta en sus estadísticas un promedio de 50 muertos por fin de semana, solo en Caracas, y eso a pesar de que las misiones siguen repartiendo real y “justicia Social”. Con esa sola cifra se cae tu teoría.

Solo me resta citar al tristemente célebre cazador de elefantes de España y preguntarte, Silvio, “¿Por qué no te callas?

Seguramente, pronto nos sorprenderás con una visita al país. A lo mejor, antes de lo que pensamos, vengas a dar un concierto para homenajear a ese hombre que según tú está en camino de erradicar la pobreza y la violencia en Venezuela.

Es claro que un post como el que escribiste te podría poner en el tapete de la opinión en el país con lo cual podrías asegurarte una buena asistencia de público en un concierto o, tal vez, tu jalada de bolas a Chávez haga que el oficialismo te pague una gira por el país y así te lleves unas buenas divisas a tu isla. Es una estrategia de mercado muy capitalista que le he visto a muchos socialistas como tu.

Leí tu texto, Silvio, y ahora se me hace imposible creer que cuando estudiaba en la universidad dormía a mis sobrinos con tu “Unicornio azul”, con “La canción del elegido” y con “La primera mentira”. Después de leerte, no veo a aquel artista que me emocionó con su concierto cuando estuve en Cuba. Me cuesta reconocerte o, posiblemente, lo que me cuesta es reconocerme. Tus palabras, antes tan llenas de lucha e ideales, ahora me suenan huecas e interesadas.

De como un secuestro me confirmó en mi fe

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Este altar, en casa de los Rincón Bracho, es testigo de los más dos meses de sufrimiento de la familia

Cuando cursaba mis estudios de Comunicación Social en la ULA Táchira, una noche de conversa distendida con una querida amiga y profesora de la carrera, surgió el tema de la fe, la religión, las creencias y comenzamos a lucubrar sobre la posibilidad de que Dios existiera. En estos momentos no recuerdo en qué términos desarrollamos la conversación teológica ni cuál era exactamente mi posición al respecto, sólo recuerdo con nitidez las palabras con las cuales Sara Roby, la profesora, zanjó la discusión y que se quedaron grabadas para siempre en mi mente. Ella, sabiamente, dijo:

-Yo hace mucho que decidí que lo mejor es creer en Dios, por eso rezo todos los días y no me devano los sesos pensando si existe o no. ¿Para qué dudar, acaso es una nimiedad lo que está en juego? No, amigo, ¡lo que está en juego es la vida eterna!

A mí me dio un ataque de risa a mandíbula batiente que me duró como media hora por la ocurrencia, pero sus palabras, al día de hoy, me acompañan y las he asimilado como si fueran mías.

A partir de allí fui construyendo mi sistema de creencias, creo en Dios, soy devoto de algunas vírgenes cuyas imágenes me han conmovido desde chico como Santa Ana, que siempre fue la santa que acompañó a papá en su negocio y más recientemente, la Rosa Mística de cuyos milagros puedo dar testimonio, aunque no lo haré en este post para no correr el riesgo de parecer fanático y evangelizador.

No soy de ir a misa, ni los domingos ni ningún otro día de la semana. de hecho, ya había perdido la cuenta de cuántos años tenía sin asistir a un servicio religioso aunque me gusta visitar iglesias en los momentos en que no hay gente, contemplar las imágenes y elevar una que otra plegaria por mí y por mis seres queridos.

Pero el domingo pasado, 29 de mayo para ser exacto, me levanté antes de lo acostumbrado en mis días no laborables y sentí la necesidad de acercarme a un templo y asistir a la misa de 10 completa para dar gracias porque Carlos Rincón, esposo de mi querida amiga Danielle Bracho, había sido rescatado el viernes 27 de sus captores que lo tenían secuestrado desde hacía dos meses y medio.

Danielle y Carlos un día después del rescate

La noche anterior, el sábado, estuve en casa de Carlos y Danielle, compartiendo con ellos, con sus familiares y sus amigos la alegría de tenerlo de vuelta sano y salvo.
Cuando llegué, inmediatamente, acudieron a mi mente las imágenes de la procesión del Jesús de la Misericordia, a la que escasamente un mes antes acompañé a Danielle en su recorrido por las calles de Maracaibo para pedirle al milagroso santo el favor de hacer aparecer a Carlos lo antes posible. Recordé su llanto silencioso y discreto cuando divisamos la imagen del Jesús aproximándose a donde nos encontrábamos, mi gesto de mirar a otro lado para no romperme con ella pues sabía que era lo que menos necesitaba en ese instante y las plegarias que en mi cabeza repetía como en un sinfín para que su padecimiento terminara cuanto antes.

Aunque nunca quise indagar sobre lo que estaba viviendo la amiga en esos días, cuando la veía, la dejaba hablar. Conversábamos del secuestro de su esposo pero brincábamos a otros temas cuando sentíamos que corríamos el riesgo de sucumbir al llanto. Así, entre una frase y otra, entre un tema y otro, pude descubrir no sólo el terrible sufrimiento por el que la amiga estaba pasando, sino los peligros que podía y estaba corriendo pues su desespero por no tener noticias de su esposo la llevaban a hacer temerarias investigaciones por su cuenta.

Ella nunca me dio detalles y yo nunca los solicité, pero por frases como “Estoy asqueada con todo lo que estoy conociendo” o “Ni te imaginas a qué sitio fui a parar anoche a las 3 de la mañana” podía deducir que no descansaría hasta dar con el paradero de su marido.

Yo callaba y escuchaba. La admiraba y pensaba: «es muy fuerte ver como a una mujer desesperada por la ausencia forzada de su esposo, en dos meses y medio, le puede cambiar la vida para siempre y es impresionante observar cómo ella misma puede llegar a sorprenderse con las cosas que es capaz de hacer en momentos límites». Cosas que ella, ni en sus peores pesadillas, podría haber imaginado que le pasarían.

Cuando vi esa noche a Carlos me sorprendió un poco la cara demacrada que tenía, la mirada un poco desorbitada, aunque luego comprendí que lo que había vivido en esos dos meses y medio era suficiente para demacrar al más robusto de los hombres. Setenta y tantos días en los que convivió con sus secuestradores, con las ratas que corrían por el techo y lo despertaban a media noche.

-Muchas veces me desperté sobresaltado porque sentía que algo me caía en la cara –contó Carlos esa noche-. Al tocar y mirar, me daba cuenta que eran las cagarrutas de las ratas que me caían del techo.

También contó de sus sueños con Danielle, con los hijos, con sus familiares y resaltó que algo que aprendió en ese tiempo, fue a comer pues, alimentos sanos y saludables nunca le faltaron. Contaba que lo alimentaron bien y que pensaba que esa era una dieta que debía continuar con frutas y verduras, una comida sana.

A la izquierda la pareja antes de pasar los más de 70 días de tragedia, a la derecha un día después del rescate

A la izquierda la pareja antes de pasar los más de 70 días de tragedia, a la derecha un día después del rescate

Cuando dijo que lo alimentaban bien entendí que a él como a Danielle, quien me contaba que comía bien también, el sufrimiento no los dejaba asimilar los alimentos, por el contrario, iba consumiéndoles la masa corporal y recordé que en una oportunidad, mucho tiempo antes, cuando nadie podía imaginarse que pasarían por la dramática experiencia de un secuestro, ella me contó que, casi desde que se conocieron, nunca habían dormido separados, que a los dos se les hacía casi que imposible conciliar el sueño cuando no estaban juntos. Un escalofrió me recorrió el alma al imaginar lo que habían sido esos dos meses y medio para ambos.

De esos pensamientos me sacó un nuevo relato de Carlos sobre la alegría que sintió cuando se enteró que su lugar de cautiverio seguía estando en su Maracaibo querido.

Estaba acostado mirando al techo cuando de la calle llegó el sonido del parlante de un chatarrero llamando a la gente para que le vendieran los desechos de metal y cartón.

-¡Qué alivio y qué alegría sentí es ese momento! Los estridentes gritos del chatarrero eran como música para mis oídos. Me alegró no sólo saber que no era la guerrilla la que me tenía sino hampa común, pero lo que más me emocionó fue confirmar que, aunque estaba secuestrado, seguía en Maracaibo.

A esos de la 10 de la noche, me despedí de los amigos, advirtiéndole a Danielle que debía tomar nota de todo lo vivido porque era material para un best seller.

Llegué a mi casa pero se me hacía imposible conciliar el sueño. Pensaba en los Rincón Bracho, en lo que habían vivido, en lo mucho que tendría que contarle Danielle a Carlos y en lo mucho que él tendría que escuchar y comprender. Como en una película me llegaban a la mente las imágenes de los noticieros, de la liberación de Carlos, de las informaciones que hacía poco daban cuenta de un tiroteo a una línea de taxis supuestamente ordenado desde la cárcel porque los conductores se negaban a pagar vacuna. Recordé que una vez un amigo me contó que su supermercado pagaba 20 millones de bolívares (hoy serían 20 mil) mensuales de vacuna para que no se metieran con ellos, él me detalló que los cobra vacuna tenían una especie de tabulador y que ofrecían paquetes de acuerdo a las posibilidades de cada quien.

Los ruidos de algunas detonaciones habituales en las noches de Maracaibo me hacían brincar en la cama pensando que en ese momento podían estar matando a alguien por encargo. Daba vueltas en la cama y escuchaba la historia de aquel amigo que casi todos los meses tiene que cambiar su número de celular porque lo llamaban unos tipos que decían ser presos y le pedían no sé cuántos millones de bolívares en tarjetas telefónicas.

Todo me daba vueltas y no podía dormir. Me asaltaban las imágenes de la telenovelas colombianas “Las muñecas de la Mafia”, “El Capo” y otras tantas cuya transmisión fue prohibida en nuestro país con el pretexto de proteger a los niños y adolescentes cuando, en realidad, la medida parecía evitar que los venezolanos comparáramos lo allí mostrado con lo que vivimos a diario en nuestro país. Al permitir esas telenovelas se corre el riesgo de que nos demos cuenta que la violencia y el conflicto colombiano que, hasta hace poco, veíamos como un problema muy lejano a nosotros, ahora parece tener cédula de identidad venezolana.

Así, de sobresalto en sobresalto, pasé la noche y me agarró el amanecer pensando en cómo nos ha cambiado la vida a todos. Me persigné, recordé las sabias palabras de Sara Roby, hice una oración y fue cuando decidí que tenía que ir a misa a agradecerle al Jesús de La Misericordia y a la Rosa Mística el haber escuchado mis plegarias diarias por la liberación de Carlos. Pero, también sentí una imperiosa necesidad de rezar para que Dios nos mantenga a salvo de la terrible violencia que está recorriendo las calles de pueblos y ciudades de Venezuela. ¡AMEN!

«Sangre en el diván» o cómo hacer extraordinario el caso del Dr. Chirinos

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Sangre en el Diván (Grijalbo, 2010)

 

Acabo de terminar de leer “Sangre en el diván. El extraordinario caso del Dr. Chirinos”, (Grijalbo, 2010) el más reciente libro de la periodista Ibéyise Pacheco. Sin duda, es un esfuerzo encomiable y valiente, un trabajo arduo de la autora para recopilar la información del caso del asesinato de la joven Roxana Vargas a manos de su siquiatra, el reconocido ex rector de la Universidad  Central de Venezuela, Edmundo Chirinos.

Pese al valor que innegablemente tiene el libro como documento y registro del sonado caso, al leerlo, no he podido dejar de tener algunas reservas en cuanto a la calidad literaria y al manejo de la información allí presentada como reportaje policial.

No me voy a afincar en algunas lamentables expresiones que subestiman a la población del interior del país como cuando se afirma, refiriéndose a la madre de la víctima:

A pesar de ser de la provincia, había educado a sus hijas para que le confiaran hasta sus pensamientos íntimos…” (El resaltado es mío)

De verdad que no entendí a qué se refiere la autora con esta afirmación. ¿Acaso las personas de provincia no educan a sus hijas  para que confíen en ellas? ¿Si las educan de esa forma las de la capital? Es algo sin importancia pero que a mí, como persona del interior, me choca por encontrarla arrogante y discriminatoria.

Tampoco haré hincapié en algunos errores de tipeo y de sintaxis que, aunque no deberían existir en una publicación seria, siempre son posibles y, en muchos casos se le atribuyen a los duendes de la imprenta. Tampoco profundizaré en  la abundancia de lugares comunes a la hora de narrar y describir hechos y situaciones.

 No obstante, me parece que debo recalcar un error de redacción que, aunque podría pasar como un asunto de estilo, no lo es y es una de las primeras lecciones que a uno le dan al estudiar Comunicación Social en la cátedra de redacción. Dice en el libro:

“La historia conmovió de inmediato al país. Era un miércoles l9 de septiembre de l984. Los estudiantes venían a la Plaza del Rectorado como protesta por el mal estado y servicio del comedor, y el rector, al enterarse, llamó al Ministro del Interior, Octavio Lepage, para solicitarle que impidiera el paso a los estudiantes, a como diera lugar.” (El resaltado es mío).

Para hacerlo corto, el  mes septiembre de 1984 sólo tuvo “un miércoles 19”, por lo tanto, es un error formular la oración de la manera mostrada. Debería decir “El miércoles l9 de septiembre de l984” o “Un miércoles de septiembre de 1984”.

Pero como digo, son cosas sin mayor importancia en las que no vale la pena ahondar más. Lo que sí considero importante es la manera de manejar y presentar la información.

Primero que nada, considero que al libro le haría falta una buena dosis de tijera. Eliminar bastante información que se repite en varias partes de la obra sin ninguna necesidad y que llega a resultar hasta aburrida. La reiteración de la información podría resultar necesaria en el caso de un reportaje publicado por entregas en el que podría ser útil recordar cierta información, no así en la realización de un libro.

El principal problema que le encuentro a “Sangre en el Diván” es que no es un reportaje en el sentido estricto de la palabra ni tampoco una novela o una historia novelada.

La autora parece mostrar cierto empeño desde el principio en presentar a Edmundo Chirinos como una especie de monstruo, llegando incluso a dejar entre líneas la posibilidad de que el siquiatra sea un asesino en serie, comparable, como lo expone en varios relatos del texto, a Hannibal Lecter, personaje cinematográfico recordado por la mayoría por el film “El silencio de los inocentes”, protagonizado magistralmente por Anthony Hopkins en el papel del sicópata homicida.

Si bien es cierto que lo hecho por Chirinos es un acto aberrante y monstruoso, reprobable tanto desde el punto de vista de la ética profesional como de la moral, que se paga con cárcel como en efecto lo está haciendo el siquiatra, hasta donde se sabe y hasta donde ha conocido la justicia, no se puede decir o insinuar que Chirinos es un homicida en serie como se deja entrever en el libro de Pacheco. Hasta que surja una nueva denuncia y juicio al respecto, Chirinos, según la justicia, es sólo responsable de la muerte de Roxana Vargas y de tener en su poder 1200 fotografías de mujeres desnudas o semidesnudas, algunas dopadas según se desprende del libro.

Repito, hasta donde se conoce, esos son los hechos. Lo demás son especulaciones de la autora y de las personas entrevistadas para la realización de libro. Como es especulación el decir o insinuar que un vigilante pudo no sólo haber ayudado a Chirinos con la desaparición del cadáver de Roxana, sino que tal vez participaba de los actos lascivos junto con el siquiatra.

En esa parte también haría falta un buen recorte, como la haría en los testimonios de los expertos que, en algunas ocasiones más parecen chismes de tertulianas de la prensa del  corazón que declaraciones serias para un reportaje. No voy a decir que bien podría la autora habernos ahorrado las descripciones detalladas y hasta cierto punto escabrosas y amarillistas de los procesos de exhumación y autopsia de la víctima. Digamos que eso forma parte de un estilo periodístico que, aunque no es de mi agrado, se ha extendido en todo el mundo y que vende porque tiene su público. Pero sí es necesario que quede bien separado lo que es simple especulación de los entrevistados de lo que puede tener un basamento científico.

Todo lo que puede formar parte de las especulaciones de los entrevistados, por muy expertos que sean, ha debido ser suprimido en el texto, dejar asentado sólo lo que tiene un valor científico, que aporte datos importantes para la elaboración del reportaje. Está de más que en varias oportunidades se insinúe una posible homosexualidad o bisexualidad de Chirinos basados en su amaneramiento, muy acorde con la personalidad del seductor, por cierto, que se muestra refinado y galante para conquistar.  De la bisexualidad del siquiatra no parece haber más pruebas que rumores y chismes, en un país bastante homófobo donde, por lo demás, es un deporte decirle a alguien homosexual cuando se quiere descalificar.

Otra posibilidad habría sido que la autora se dedicara a hacer una novela policíaca con la información recabada. Que creara unos personajes a los cuales perfectamente podría poner a decir todo lo que a primera vista forma parte de especulaciones, suposiciones o chismes.

Tal vez una novela que podría comenzar con este párrafo del libro:

“El comisario Orlando Arias, a pesar de tener casi cinco años de jubilado, no faltaba a su rutina de comprarse los principales diarios del país, y antes de tomarse su primer café abría la página de sucesos. Leía los diarios de atrás para delante. Así se lo había enseñado su padre, legendario investigador cuando la época democrática en la segunda mitad del siglo XX. Orlando repetía que a pesar de su retiro obligado seguiría siendo policía.

La información de Roxana llamó su atención. La mención de Chirinos en el caso le recordó una denuncia que se había recibido en el organismo policial, unos l5 años atrás, de un extraño robo en su residencia…”

Y a partir de allí armar todo un entramado de suspenso en el que los detectives buscan la verdad hasta encontrarla y hacer que el culpable pague por su delito.

Qué tal una historia en la que, como sostiene la mamá de Roxana, la víctima haría lo imposible por hacer que su victimario pague por sus delitos. Es por eso que aturdida por los golpes que le asestara el siquiatra contra el diván y la pared, Roxana, consciente de que está viviendo sus últimos minutos, se arranca un zarcillo y lo tira sobre la alfombra para que quede como evidencia de  que ella estuvo allí al momento de morir y que sirva para inculpar a su seductor siquiatra.

Esto es sólo un ejercicio de imaginación para mostrar lo que se podría haber hecho en el campo de la ficción con la información obtenida por la periodista y que en ese caso sería perfectamente válido que los personajes hablaran y especularan. Lo que no me parece acertado al tratarse de un reportaje.

Por último, “Sangre en el diván” tiene dos aspectos más que me molestaron al leerlo. Primero, un cierto empeño de la autora en vincular de manera forzada el caso de Roxana con la figura del presidente Chávez porque, si  bien es cierto que él no pierde oportunidad para interferir con la administración de justicia en el país, llegando incluso a ordenar sentencias en cadena nacional, en este caso parece haberse mostrado comedido y al margen. Segundo, el anexo de la entrevista de Miyó Vestrini a Edmundo Chirinos, haciendo hincapié en la presentación de que la periodista había sido paciente del siquiatra y que unos meses después de esa conversación se suicidó. Ese anexo me dejó ciertas lecturas entrelíneas. ¿Acaso se pretende hacer ver que Chirinos pudo haber inducido a Miyó al suicidio? ¿Por qué ese anexo que en realidad no aporta mayor información ni al caso de Roxana ni a la investigación? Seguro estoy que existen muchas más entrevistas y declaraciones del siquiatra que podrían aportar más sobre su polémica, narcisista, enferma y seductora personalidad que la publicada como anexo de este libro.

Creo que la información contenida en “Sangre en el diván” puede ser la base para un buen libro bien sea periodístico o de ficción. A mi entender, lo leído, no puede ser considerado como una buena obra.